Un grande de verdad
Un día como hoy pero de 1995 se despedía Osvaldo Pugliese, pianista, director de orquesta, compositor, símbolo de la renovación tanguera y del nacimiento del tango moderno y fundador del Sindicato Argentino de Músicos.
Le decían el Rasca. Nació en la casa ubicada en Canning (hoy Scalabrini Ortiz) 392, barrio de Villa Crespo, parte del suburbio de la ciudad de Buenos Aires a principios del siglo XX. Hijo de Aurelia y Adolfo, cortador de calzado y flautista aficionado. Sus dos hermanos mayores, Vicente Salvador y Alberto Roque, eran violinistas. Las primeras nociones de música las recibió de su padre y luego estudió violín en el vecino Conservatorio Odeón, con el maestro D’Agostino. Allí, se encontró con otro instrumento que lo sedujo: el piano. Amor a primera vista. Compinches por el resto de su vida.
Abandonó la escuela primaria en cuarto grado y comenzó a trabajar en una imprenta de Corrientes (en ese entonces Triunvirato) entre Vera y Godoy Cruz. También, fue aprendiz de joyería y de carpintería. Después de un tiempo de enfrentamientos con su padre estudió piano, armonía, contrapunto con maestros como Scaramuzza, Rubbione, Bautista.
A los 15 años debutó con un trío: Domingo Faillac en bandoneón, Alberto Ferrito en violín y él en piano, en el bar La Chancha, de Rivera (hoy Córdoba) y Godoy Cruz. Pero se hizo fuerte en el Café ABC, de Córdoba y Canning (hoy Scalabrini Ortiz), donde estrenó su tango “Recuerdo”, con letra de Eduardo Moreno, e integró la orquesta dirigida por la primera mujer bandoneonista, Francisca Cruz Bernardo, más conocida como «Paquita, la Flor de Villa Crespo». Se afianzó y empezó a pisar el centro de la ciudad. Tocó en el café “El Parque”, en Lavalle y Talcahuano, con Enrique Pollet, el cieguito Biasco y Diodatti en bandoneones, el zurdito Franco y De Grandis en violín.
Los directores de orquesta detectaban buenos músicos. Primero lo contrató Roberto Firpo y en 1926 ya era el pianista del sexteto de Pedro Maffia. Sin embargo, rumiaba en su cabeza la idea de tener su propia orquesta. En 1929 se juntó con Elvino Vardaro y Alfredo Gobbi, primer y segundo violín, Ciriaco Ortiz y Aníbal Troilo, en bandoneones, Pucherito Adesso de contrabajo y formaron su grupo. Debutaron con éxito en el café Nacional, se fueron de gira por las provincias, pero les faltó fuelle y fracasaron. Volvió por sus fueron e integró las orquestas de Gobbi, Miguel Caló y Pedro Láurenz. También tocaba en los cines Electric y Metropol (en esa época las películas eran mudas) y trabajó en la Academia Lapade, donde compartió espacio con Mariano Mores y Aída Luz.
Pero llegaron el cine sonoro y la vitrola. En pocos meses se instaló la desocupación masiva de músicos de tango, jazz y clásico. Solo quedaban los cabarets, las boites, los dancing, pocos clubes nocturnos y los exclusivos garzoniers, donde los patrones abusaban de su poder para contratar. Allí, apareció el Pugliese organizador de trabajadores. En 1935 impulsó las primeras reuniones y en 1937 cofundó el Sindicato de Músicos y Artistas afines, que nucleó a los intérpretes y se lanzó a la lucha. Logró que los músicos participaran en las recaudaciones, que las funciones no excedieran de las cuatro de la madrugada y que se regularizara el trabajo en radios y clubes. Una gesta notable que unió cultura y defensa de los derechos laborales.
Fue sindicalista pero no dejó de ser músico. El 11 de agosto de 1939 se tomó revancha en el Nacional y debutó con su nueva orquesta. Pugliese como director y pianista junto a Enrique Alessio, Osvaldo Ruggiero y Alberto Armengol en bandoneones, Enrique Camerano, Julio Carrasco y Jaime Tursky en violines, Aniceto Rossi en contrabajo y la voz de Amadeo Mandarino. Les costó hacer pata ancha en el centro; mientras tanto hacían roncha en Avellaneda, Gerli, Lomas de Zamora, Quilmes, La Plata, Rosario. Y comenzó un fenómeno popular inédito: las barras de Pugliese. Fiesta tanguera y trajes estilo Divito (saco largo y cruzado, grandes solapas, muchos botones, pantalón abombillado ajustado por arriba de la cintura y con una botamanga muy alta, botines lungos, corbata chillona). Algunos agregaron un detalle distintivo: una curita adherida en la mejilla derecha.
Florecieron tangos que marcaron un estilo. “El encopao”, “Adiós Bardi”, “Recién”, “Una vez”, “La Beba” “Barro”. Se adueñó de otros en forma magistral, “La mariposa” (de Pedro Maffia), “Derecho viejo (de Arolas), “Boedo” (de Julio De Caro), “Farol” (de los hermanos Expósito), Seguime si podés (de Scarpino y Caldarella). Pero, sin duda, su himno fue “La yumba” que compuso en 1946. Nacía el marcatto con arrastre que definió una época y marcó una identidad. No satisfecho con esa marca indeleble, compuso “Negracha” y “Malandraca” que completaron su podio tanguero.
Su obsesión fue el tango orquesta. Su eje, la interpretación (los acentos, el marcado, el acompañamiento para los solos), enlazados por un mecanismo conductor que era el piano. Su trabajo insoslayable, las composiciones trabajadas y diáfanas. Su exigencia, la ejecución precisa y afiatada. Su desafío, la integración de sus cantores como instrumento orquestal.
En otro orden, su condición de luchador y comunista le produjo problemas serios y lealtades históricas. Fue en cana muchas veces durante el peronismo y la dictadura del ’55. Pero nunca estuvo solo. En el verano del ’50 lo encarcelaron dos días antes del concierto en la cancha de Newell’s. La orquesta tocó igual, sin director. Los violines reemplazaron al piano mudo y colocaron un clavel rojo sobre él. Los 40.000 espectadores aplaudían al grito de Pugliese! Pugliese! Siempre salió en libertad y con la frente alta. Después volvía adentro, la orquesta repetía el rito y la gente abarrotaba los salones y clubes. La perseverancia de Pugliese y su púbico pudieron más que la soberbia del poder.
En 1985 tocó en el Colón y se cumplió el sueño de su barra que tenía dos cánticos: Ese, ese, ese, la barra de Pugliese… Y Al Colón! Al Colón!, cuando los músicos populares estaban lejos de tocar en el máximo coliseo porteño. La versión de “La yumba” con muchos de los músicos que habían participado de sus orquestas fue inolvidable. El público hizo tronar el Colón. Estruendoso, largo, emotivo, popular, agradecido, compinche.
El 25 de julio de 1995 dijo: hasta acá llegué muchachos, ahora sigan ustedes… Se fue sonriendo y sin chistar. Fue comunista, pero no de pico. Su Orquesta Típica siempre fue cooperativa y nunca faltó un mango ni trabajo. Lo acompañaron sus cantores favoritos: Roberto Chanel, Alberto Morán, Jorge Maciel, Jorge Vidal, Abel Córdoba. Lo quisieron todos, Manzi, Troilo, Goyeneche, Piazzolla.
Es el símbolo antimufa. Todos y todas saben que su figura siempre trae suerte.
Salú don Osvaldo!! Sigue siendo parte de la barra y un integrante esencial de nuestra popular…
Ruben Ruiz
Secretario General