La Libertadora del Libertador
Un día como hoy pero de 1797 nacía Manuela Sáenz de Vergara y Aizpuru, Caballeresa de la Orden del Sol, coronela del ejército colombiano, figura protagónica de la independencia de Ecuador y Perú, consejera política y amante de Simón Bolívar, heroína de la gesta emancipadora en Latinoamérica.
Nació en Quito. Hija extramatrimonial del español Simón Tadeo Sáenz de Vergara y Yedra y de la criolla quiteña María Joaquina de Aizpuru y Sierra Pambley. Su madre, que había sido confinada a la hacienda Cataguango, falleció pocos días después del parto por fiebre puerperal. Manuela fue entregada a un convento de las monjas Conceptas, donde vivió sus primeros años. Luego, ingresó al monasterio de Santa Catalina de Siena, de la Orden de Santo Domingo, en Quito, donde completó sus estudios y aprendió a bordar, a elaborar dulces y a manejar dos idiomas: francés e inglés.
Además, mantuvo una muy buena relación con la esposa de su padre, Juana del Campo Larraondo y Valencia, quien incentivó su gusto por la lectura y ayudó a ejercitar sus capacidades intelectuales.
Manuela se crio en un contexto de conspiración de los criollos contra los españoles en Quito y admiraba a su vecina Manuela Cañizares, una quiteña que reunía a los independentistas en su casa. A los quince años presenció el pase a degüello de varios patriotas, hecho que comenzó a inclinar sus preferencias por la gesta emancipadora. A los diecisiete se escapó con el coronel del ejército realista, Fausto Delhuyar, con quien sufrió sucesivos destratos y descubrió su infortunada infertilidad.
Los comentarios de la vecindad sobre la fuga de la pareja y la presión social hicieron su trabajo. A su vuelta fue obligada por su padre a casarse con un amigo, el comerciante y médico inglés James Thorne, mucho mayor que ella y con el que nunca llegaría a conformar un verdadero matrimonio. Ella tenía solo veinte años y él cerca de cuarenta. Esa historia a contra natura nunca funcionó.
La pareja recién casada se instaló en Lima. Allí también había un clima de conspiración contra el invasor. Manuela no tardó en contactarse con los independentistas. Realizaba reuniones en su casa camufladas como fiestas, actuaba como espía y trasladaba información confidencial. Bolívar y San Martín avanzaban hacia el Perú. La beligerancia civil crecía. La intriga y la contrainformación también.
Manuela no era neutral. Convenció a su tío materno y a su medio hermano, oficial del español Regimiento Numancia para que esa fuerza se pasara de bando. Transmitió información valiosa desde los castillos virreinales para que los patriotas derrotaran a los realistas. Su socia: Rosita Campuzano.
Tras la caída de Lima en manos de la Expedición Libertadora del Perú comandada por el general José de San Martín, Manuela, Rosita y otras 110 mujeres fueron condecoradas por tan heroica actuación con una frase reveladora: “por el patriotismo de las más sensibles”.
Al descubrir que su esposo le era infiel lo abandonó. Partió hacia Quito con dos objetivos: ayudar a la campaña emancipadora en su tierra y disputar la parte de la herencia que le correspondía luego de la muerte de su tía materna. Su primera tarea fue contactarse con los patriotas. Participó en la retaguardia en la batalla de Pichincha que definió la independencia de Ecuador. El 16 junio de 1822, el Libertador Simón Bolívar entró a Quito. Esa noche hubo una fiesta y conoció a Manuela. Fue una atracción total. Desde ese momento fueron amantes y compañeros de lucha. Un combo flamígero.
Fue una relación con muchas dificultades y ausencias pero los encuentros amorosos fueron sanadores. Manuela fue calumniada por la relación. Nunca le importó. La mantuvo con orgullo público y fue tan vapuleada como envidiada. Lo sabía y lo disfrutaba. Era un aporte a la defensa de la igualdad de las mujeres que la sociedad todavía no convalidaba.
Compañera pasional, consejera política y mujer de armas tomar para defenderse contra el invasor.
Tras la muerte de su padre retornó a Lima. Estuvo bajo las órdenes del mariscal Antonio José de Sucre. Su primera prueba de fuego fue la batalla de Junín en al que tuvo una actuación destacada. Por pedido del general O’Leary fue incorporada al Estado Mayor de Simón Bolívar con el grado de coronela. Fue la encargada de los archivos personales de El Libertador y de despachar la correspondencia con los generales, y rápidamente, adquirió conocimientos en el arte de la guerra.
Unos meses después marchó junto a la tropa hacia el sur, por el escabroso camino de los Andes en busca del enemigo. El 9 de diciembre de 1824 participó de la batalla de Ayacucho. Se incorporó al Regimiento de Húsares y luego al de Vencedores. Su actuación fue reconocida por el mariscal Sucre en una misiva a Bolívar: “…se batió a tiro limpio con el enemigo, atendió a los heridos, organizó y distribuyó el avituallamiento de nuestras fuerzas”. Fue nombrada coronela del ejército colombiano.
Esa designación fue rechazada por el vicepresidente de la Gran Colombia, Francisco de Paula Santander. Sostenía que una mujer no podía tener semejante rango y que debían degradarla. Bolívar se opuso y las distancias entre ambos se ensancharon. Sus diferencias políticas eran anteriores y este episodio sumó tensiones. Para más, durante el día, Manuela vestía con uniforme militar, dirigió el enfrentamiento contra algunas guarniciones que se enfrentaron a Bolívar, era una militante de las fuerzas bolivarianas y comandaba acciones políticas públicas ante la sorpresa de muchos militares.
En febrero de 1825 Sucre se dirigió al Alto Perú con instrucciones de instalar una administración independentista y ayudar al proceso político que se venía dando en ese territorio. Manuela bregaba por la instauración de una nueva república que se sumara a la gesta americana. El 6 de agosto de 1825 se firmó el acta de constitución de Nación Bolívar (la actual Bolivia).
A finales de 1827 partió hacia Bogotá. Se instaló en la Quinta de Bolívar. Su compañero ejercía el poder a pocas cuadras, en el Palacio de San Carlos. Ella sospechaba de las conspiraciones de Paula de Santander contra El Libertador y estaba atenta. El clima estaba pesado. Los soldados no cobraban, la gente protestaba contra la carestía y los comerciantes por la merma de las ventas.
Manuela se mudó a una propiedad más cercana al Palacio. Perfeccionó los mecanismos de información sobre los movimientos de los opositores. Los acontecimientos le dieron la razón. En agosto hubo un primer intento de asesinar a Bolívar durante la fiesta de las Máscaras, en el teatro El Coliseo, del cual salió ileso por una acción involuntaria de Manuela. Un mes después, hubo otro intento en el propio palacio presidencial. Manuela estaba advertida, se hizo presente en forma sorpresiva, confundió a los doce presuntos asesinos, le dio tiempo a Bolívar a escapar por una ventana que ella le había indicado y, luego con ayuda de los leales, fue a perseguir a los crápulas.
Allí nació el mito de la Libertadora del Libertador.
Ese hecho y las dificultades para gobernar, convencieron a Bolívar de pedir su renuncia en 1830. Pocos meses después fallecía en Santa Marta. Se dio vuelta la taba para Manuela. La élite bogotana preparó una provocación en la fiesta de Corpus Christi y quemaron dos muñecos con la figura de Bolívar y Manuela. Sorpresivamente, la reacción provino de las mujeres bogotanas que defendieron a La Libertadora. No pudieron derrotarla, asique Paula de Santander, repuesto en el poder, la desterró.
Fue embarcada a Jamaica y desde allí fue a Guayaquil. Se instaló definitivamente en Paita, un pueblo costero y desértico del Perú, al que solo llegaban barcos balleneros de EE UU. Allí pasó sus últimos 25 años. Subsistió con la elaboración de dulces, producción de tejidos y bordados y traducción y escritura de cartas para los marineros analfabetos que llegaban al puerto. Fue arropada por sus vecinos y visitada por Simón Rodríguez, Giuseppe Garibaldi, Facundo Palma, Hermann Melville.
En 1856 una epidemia de difteria arrasó la región y se llevó a Manuela Sáenz. Tenía 59 años.
Salú Manuela! Por enfrentar a los poderosos e ignorantes con el cuerpo y la palabra, por la firmeza de tus principios y por sobrevivir al silencio de la historia oficial que hoy te comienza a reconocer.
Ruben Ruiz
Secretario General