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Efemérides 05 de Febrero – Violeta Parra

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Violeta Parra

Un día como hoy pero de 1967 nos dejaba la chilena Violeta del Carmen Parra Sandoval, compositora, cantante, folklorista, divulgadora tenaz, escultora, pintora, ceramista y bordadora.
Nació en San Carlos, provincia de Ñuble, Chile. Hija de Nicanor Parra Alarcón, empleado, luego maestro primario, guitarrista y violinista y de Rosa Clarisa Sandoval Navarrete, ama de casa, modista, tejedora, lavandera. Tuvo ocho hermanos/as y dos hermanas del primer matrimonio de su madre. Su infancia transcurrió en los campos del sur chileno. Era parte de una familia pobre pero siempre rodeada de la música que interpretaba su padre y, a veces, una tía que tocaba el arpa y el piano.
Violeta sufría, periódicamente, de diferentes enfermedades, una de ellas la viruela a sus tres años; su familia se mudó a la capital chilena en 1919 donde inició sus estudios primarios en la Escuela Normal de Santiago. En 1925 retornaron al sur y en 1927 se instalaron en Chillán. Su padre fue despedido y se ganó la vida cantando en diversos lugares pero, comenzó también su distanciamiento familiar. La madre trabajó a destajo para sostener a esa prole numerosa. Violeta abandonó sus estudios y comenzó las tareas en el pequeño campo arrendado para ayudar en la economía familiar.
No obstante, se las arregló para aprender guitarra mientras mejoraba su canto. En 1929 murió su padre, enfermo hacía meses. Violeta y los/as hermanos más grandes decidieron, entonces, buscar mayores recursos económicos. Trabajaron en forma itinerante en los circos “Tolín”, “Argentino” y “El circo de los hermanos Millas”. Después de las funciones cantaban en casas particulares, restaurantes, chicherías o, inclusive, cabarets a cambio de comida y/o alojamiento. Algunos días también cantaban en trenes o micros y desgranaban boleros, valses, corridos mexicanos o canciones españolas.
Continuó sus estudios en el Liceo Nº 16 de Chillán; en 1932 se mudó con su hermano Nicanor en Santiago de Chile y retomó el secundario en la Escuela Normal. Pero dos años después abandonó las clases y tomó una decisión que definió sus años futuros: se dedicaría a la música y el canto. Fue así que conformó un grupo musical con sus hermanos/as Hilda, Roberto y Eduardo. Debutaron en el restaurante “El popular” y luego cantaron en “El tordo azul”.
En 1935 llegaron a la capital trasandina su madre y el resto de sus hermanos y se reencontró la familia. En 1939 se casó con Luis Cereceda Arenas, obrero ferroviario y militante comunista, con quien tiene una hija y un hijo: Isabel y Ángel que, a la postre, serían reconocidos músicos. Se mudaron a Valparaíso y allí Violeta desplegó una actividad intensa. Cantaba en los botes del puerto, se presentaba en los programas de radio, participaba de giras teatrales. No era el modelo tradicional de esposa y madre. La bohemia y el machismo de Luis hizo su trabajo para debilitar la vida de la pareja. La relación no lo soportó y se separaron.
Violeta, entretanto, había formado un dúo folclórico con su hermana Hilda que se llamó “Las hermanas Parra”. Sumaba fuentes de ingreso. Tocaban en los boliches de la avenida Matucana, el barrio Franklin o Rondizzoni, como “El patio andaluz”, “Rancho Grande”, “La nave” o en la antigua “Pérgola de las flores”. Comenzaron a ser conocidas en Santiago de Chile.
Grabaron sus primeros simples con canciones populares como “La viudita”, “El Caleuche” y “La cueca del payaso”. En 1949 se casó por segunda vez con Luis Arce Leyton, carpintero y vendedor de muebles y tenor de ópera con quien tuvo dos hijas, Carmen Luisa y Rosa Clara que, lamentablemente, falleció a los dos años de vida.
En 1952, a instancias de su hermano Nicanor comenzó su investigación sobre la música folclórica chilena y descubrió la riqueza cultural existente en muchos rincones de su patria hasta ese momento escondida en los medios de comunicación y soslayada por la industria discográfica. Recorrió los barrios pobres de Santiago, comunidades mineras, las explotaciones agrarias y poblaciones mapuches y elaboró una síntesis de esa cultura popular que se vio plasmada en mas de 3000 canciones compiladas en el libro Cantos folclóricos chilenos y que dio cuenta de una identidad cultural como nunca antes lo había hecho ningún músico chileno.
Apareció en escena una Violeta Parra consolidada. En 1953 grabó “Casamiento de negros” y “Qué pena siente el alma”. En 1954 condujo el programa “Canta Violeta Parra” en Radio Chilena que le dio una masividad inesperada. También cantó en Radio Minería y en el programa “Esta es la fiesta chilena” de Radio Corporación, con lo que su popularidad continuó creciendo. En esos tiempos, conoció a Isaías Angulo que le enseñó a tocar el guitarrón (un instrumento típico de Chile compuesto de 25 cuerdas) y le regaló su primer guitarrón, y a Pablo Neruda que organizó recitales y encuentros.
Fue invitada a participar del Festival Mundial de la Juventud en Varsovia, grabó en la BBC de Londres y recaló en París. Allí grabó su primer LP Cantos de Chile donde mezcló cuecas, canciones pascuenses, danzas, habaneras y temas tradicionales. En 1956 regresó a Chile y grabó Violeta Parra y su guitarra; en 1957 trabajó en la radio de la Universidad de Concepción y fundó el Museo de Arte Folklórico en esa ciudad. En los años siguientes grabó sin solución de continuidad: Canto y guitarra, Acompañada de guitarra, La tonada y La cueca donde compuso y cantó sin rodeos sobre las injusticias y las inequidades sociales y construyó sus ¬Décimas autobiográficas.
En 1961 retornó a Europa. Cantó en la Unión Soviética, Alemania, Italia y reincidió en París. Grabó Recordando a Chile (una chilena en París) artista y en 1964 fue la primera mujer latinoamericana en exponer en el Museo de Artes Decorativas del palacio del Louvre: 61 obras diseminadas en pinturas, esculturas en alambre, tapices, máscaras y arpilleras. En ese viaje conoció a su último gran amor (y también desamor), el antropólogo y musicólogo suizo Gilbert Favre con quien vivió en Ginebra y a quien dedicó temas como “Corazón maldito”, “El gavilán, gavilán”, “Qué he sacado con quererte”.
De esa época son otros temas distintivos de Violeta Parra: “Qué dirá el Santo Padre”, “Miren cómo sonríen”, “Según el favor del viento” y “Arauco tiene una pena” que critican con agudeza las consecuencias del accionar de los poderosos y inauguran un espacio concreto para que se desarrolle el movimiento de La Nueva Canción Chilena.
En 1965 volvió a su tierra; inauguró “La peña de los Parra”, en donde cantó junto a sus hijos y se desvanecieron las esperanzas de continuar su relación amorosa con Gilbert Favre. Al año siguiente nos brindó el disco, Las últimas composiciones, en el que se encuentran sus genialidades póstumas: “Run, run se fue p’al norte”, “Volver a los 17”, “El albertío”, “Cantores que reflexionan”, “Rin del angelito”, “Pupila de águila” y el himno universal “Gracias a la vida”, entre otros.
Inmersa en un estado de ánimo depresivo, en soledad, incapaz de abandonar su estilo frontal para definir situaciones y resolver problemas, se suicidó un día como hoy. No abandonó. Solo decidió irse.
Rescatadora de las más diversas tradiciones musicales chilenas, compositora sensible y poeta precisa, precursora de nuevos ritmos en su patria, viajera incansable, embajadora de la música y el arte que habían sido minuciosamente escondidas por los mandamases de turno, artista integral, sanguínea y a la vez inocente, franca en todos los terrenos, decidida y tenaz.
Salú Violeta! Por tu entereza, tu trabajo de hormiga, por tus músicas y tus letras.

Ruben Ruiz
Secretario General 


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