Los poderosos siempre tuvieron un gran problema con la educación y la cultura
La quema de libros fue una práctica frecuente durante la dictadura iniciada el 24 de marzo de 1976 que incluía un preciso mecanismo: selección, censura, secuestro y quema pública y masiva de ejemplares.
El 26 de junio de 1980 se produjo la destrucción de 1.500.000 de libros y revistas editados por la Centro de Estudios de América Latina (CEAL). Esta incineración, realizada en un baldío ubicado en Ferré y Agüero, Sarandí, fue sesenta veces mayor que la ensayada por el régimen nazi en Alemania en 1933.
Con anterioridad hubo otros actos de barbarie similares, los más conocidos se produjeron en Córdoba, Entre Ríos, Capital Federal (90 mil libros quemados en Palermo) y Rosario (80 mil libros incinerados, muchos de ellos pertenecientes a la Biblioteca Popular Constancia C. Vigil).
Antes de la dictadura militar también habían existido quemas de libros. Por ejemplo, en julio de 1974 un grupo de hombres de la Triple A ingresó en los talleres de Eudeba al grito de “¿dónde está El marxismo, de Henri Lefevre?” y quemaron más de 25 mil libros.
Los “rituales purificadores” se realizaban en lugares públicos, con testigos y fotógrafos. En los casos de Córdoba y la monumental hoguera de la colección del CEAL, en Sarandí, adicionalmente fueron filmados y difundidos por los medios masivos de comunicación.
La quema de libros fue un escalón superior de la barbarie pública pero la política de embrutecimiento perpetrada por la dictadura militar tuvo otros elementos.
La censura y la represión cultural fueron armas desplegadas en todo el territorio nacional y sus consecuencias fueron devastadoras.
Según un trabajo realizado por Federico Zeballos y dirigido por Marta Palacio, la impresión de libros cayó drásticamente. De 50 millones de ejemplares impresos en 1974 se bajó a 31 millones en 1976 y a 17 millones en 1979. Eso implicó que la cantidad de libros leídos por habitantes también disminuyera (2 en 1976; 1 en 1979 y menos de un libro leído por habitante en 1981).
Más datos que aporta ese trabajo: otra víctima de esta política fue el bagaje lingüístico. La cantidad de palabras promedio utilizada por habitante entre 1973 y 1974 era de cuatro a cinco mil. Entre 1976 y 1980 ese promedio bajó a una cifra de mil quinientas a dos mil.
En otro orden, los medios televisivos fueron intervenidos y dirigidos por militares de las diferentes armas. Los canales 7 y 9 por el Ejército, el canal 13 por la Armada y el canal 11 por la Fuerza Aérea. En relación a los medios radioeléctricos, en agosto de 1976, la Secretaría de Información Pública controlaba 28 emisoras comerciales. También cayó la circulación de revistas nacionales: de 122 millones de ejemplares en 1973 a 70 millones en 1977.
Para enmarcarlo dentro de un contexto “legal”, en marzo de 1980, la dictadura sancionó el Decreto-Ley de Radiodifusión 22.285 que tuvo una vigencia de 30 años y fue diseñada por el gobierno militar con el asesoramiento de las principales asociaciones patronales del sector (la Asociación de Radiodifusoras Privadas Argentinas -ARPA- y la Asociación de Teleradiodifusoras Argentinas-ATA).
En ese decreto-ley se configuró la nueva regulación y conformación del COMFER (Comité Federal de Radiodifusión), organismo autárquico dependiente de la presidencia de la Nación y encargada de planeamiento, administración, otorgamiento de licencias, control de servicios, entre otras funciones. Se conformó un directorio con representantes del Comando en Jefe del Ejército, de la Armada y de la Fuerza Aérea, la Secretaría de Información Pública, la Secretaría de Comunicaciones, el Servicio de Inteligencia del Estado, la iglesia y las Asociaciones de Licenciatarios de radio y televisión (estas últimas con voz pero sin voto). Hermoso combo…
Una política integral para enmudecer a un pueblo, para congelar la conciencia colectiva, para herir la sensibilidad humana, para consolidar el oscurantismo, para dominar a una sociedad.
La pira ígnea fue el símbolo contra la posibilidad de crear, de saber, de investigar, de preguntar, de criticar, de asombrarse.
Fueron actos salvajes pero inútiles: las ideas escritas en papel (hoy amplificadas por los nuevos formatos) siguieron reproduciéndose con mayor diversidad y número. Leer lo que más nos guste y nos sirva continúa siendo un acto de placer y rebeldía que ninguna dictadura ni gobierno omnipotente podrá quitarnos.
Practiquemos esa hermosa desobediencia y seamos tozudos en el aprendizaje de más saberes para ser más libres y autónomos.
Salú!!
Ruben Ruiz
Secretario General