Dictadura, oscurantismo en las universidades y fuga de cerebros
En un día como hoy pero de 1966 se producía el desalojo violento de cinco facultades de la Universidad de Buenos Aires que habían sido ocupadas por estudiantes, profesores y graduados en oposición a la decisión de la dictadura militar encabezada por el general Juan Carlos Onganía de intervenir las universidades, anular su forma de gobierno autónoma y prohibir la actividad política en las casas de estudio.
Fue una decisión política devastadora para la educación, la ciencia y la cultura de nuestro país que todavía estamos pagando. Un retroceso planificado, una demostración de barbarie llevada a cabo por el poder. Esta trágica noche tiene su historia.
Las universidades argentinas y los institutos de investigación habían crecido exponencialmente en calidad académica y en innovación tecnológica a pesar de los vaivenes políticos. Los gobiernos democráticos habían consolidado un recorrido sostenido en las prácticas científicas de avanzada, la aplicación de las ciencias a la solución de los problemas nacionales y la modernización de la cultura, con presupuestos razonables ante semejantes desafíos.
Se fundaron las carreras de Psicología y Sociología, el Instituto del Cálculo, se creó el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), se fundó la Editorial Universitaria de Buenos Aires (Eudeba), se instaló la primera computadora en Latinoamérica, la recordada Clementina, se impulsó la extensión universitaria con masivas campañas de alfabetización, se comenzó a construir la Ciudad Universitaria, entre otras medidas.
Demasiado para la estrecha cabeza de los poderosos en este país. Un mes antes, el gobierno del radical Humberto Illia había sido derrocado por un golpe militar presidido por el general Juan Carlos Onganía, un militar silencioso, de mediocre capacidad intelectual, desconfiado de los avances científicos, católico ultramontano, poco respetado por sus pares pero perseverante y complotador eficiente. Sus primeras medidas fueron clausurar el Congreso Nacional y prohibir la actividad de los partidos políticos. Dos actos de manual para un gobierno golpista.
Al mes del mandato cumplió con una directriz central: enfrentar el avance científico, académico y cultural que se desarrollaba en la Argentina. Para ello, sancionó el decreto-ley Nº 16912 por el cual intervenía las casas de estudio y daba por finalizada la autonomía universitaria. Ante la negativa de la comunidad a respetar esas medidas, empleó la violencia policial contra autoridades, profesores/as, estudiantes y graduados/as.
Los rectores de las universidades de Buenos Aires, Córdoba, Litoral, La Plata y Tucumán renunciaron a sus cargos. Los de Cuyo, Noreste y Sur aceptaron sus designaciones como interventores. Además, en la UBA renunciaron nueve decanos y se realizaron las asambleas universitarias que rechazaron la intervención. En la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales se resolvió resistir esa medida. Los estudiantes, profesores y graduados ocuparon la facultad. A la cabeza de la rebelión se encontraba su decano, Rolando García. Se sumaron el vicedecano de la UBA, el matemático Manuel Sadosky y las facultades de Arquitectura, Filosofía y Letras, Ingeniería y Medicina.
Para la época, el desafío era mayúsculo. La dictadura reaccionó de inmediato. Agrupó a las tropas de la Dirección General de Orden Urbano de la Policía Federal en las inmediaciones de la Manzana de las Luces, a pocas cuadras de Plaza de Mayo, epicentro de la revuelta. Al mando de los uniformados estaba el coronel Villar que recibía instrucciones del jefe de Policía Federal, general Mario Fonseca, asesorado por el general Eduardo Argentino Señorans, jefe de la SIDE.
A las 22 horas “las tortugas” irrumpieron violentamente en territorio universitario. La brutalidad fue inusitada y los gritos antisemitas y anticomunistas ensordecedores. Estaban desbocados. Inauguraron una metodología novedosa. Hasta ese momento de la historia del mundo universitario argentino siempre se reprimía a los estudiantes, pero esta vez hubo paliza para todos y todas. Sin discriminación de sexo, edad, cargo o condición física. Luego de reducir a los estudiantes, profesores/as y graduados/as, las tropas formaron una doble fila en la que hicieron desfilar a todos/as y los fueron castigando con sus bastones antes de detenerlos. La represión se replicó en las otras facultades rebeladas con un número proporcional de víctimas y detenidos.
Hubo indignación, sorpresa y sangre. También hubo oscuridad. Se cerraba una página importante de la vida universitaria que se había conseguido con mucha paciencia, sagacidad, acuerdos difíciles, entusiasmo y muchas horas de formación e investigación.
El saldo de esa noche fueron 400 detenidos, casi 200 heridos y destrucción de laboratorios y bibliotecas. El saldo inmediato posterior fue la renuncia o cesantía de 1378 docentes e investigadores/as. Emigraron 301 de ellos/as. Una importante cantidad eran científicos/as. En América del Sur recalaron 166, en EE UU y Canadá otros 94 y en Europa 41 más. Fueron instructores y diseñadores de carreras universitarias, integraron equipos científicos y desarrollaron investigaciones reconocidas en el mundo.
Perdimos el aporte y la sabiduría del físico Rolando García, del matemático Manuel Sadosky, la astrónoma Catherine Gattegno, el geólogo Amílcar Herrera, la física atómica Mariana Weissmann, el sociólogo Sergio Bagú, el epistemólogo Gregorio Klimovsky, el historiador Tulio Halperín Donghi, el filósofo Risieri Frondizi, la psiquiatra Telma Reca, el físico Juan Gualterio Roederer, la meteoróloga Eugenia Kalnay, entre otros sabiondos/as. También emigraron o se retiraron los miembros del Instituto de Cálculo, del Instituto de Radiación Cósmica y del departamento de Psiquiatría y Psicología Evolutiva. Equipos de primera.
Fue un retroceso feroz, el final abrupto de una apuesta por una pata de la autonomía real que tanto nos hace falta hoy, inmersos en una globalización que nos interpela aunque la ignoremos o no la queramos ver en toda su dimensión. Por suerte, con la vuelta de la democracia, se implementaron intermitentes políticas que intentaron retomar el rumbo y el tiempo perdido y existen nuevas generaciones de profesores/as, estudiantes y científicos/as que siguen dando pelea por transitar esa senda de transpiración invisible que, sin duda, será parte de un país y una sociedad mejor.
Una fecha para no olvidar porque de esa historia también venimos…
Ruben Ruiz
Secretario General