Efemérides de la Semana de Mayo – Jueves 24 de Mayo
El virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros tensó sus estratagemas al máximo.
Esa mañana envió a su joven asistente José Melchor Lavín hacia el norte para anoticiar al gobernador intendente de Córdoba del Tucumán, Juan Antonio Gutiérrez de la Concha y Mazón de Güemes, de la sucesión de hechos ocurridos en Buenos Aires, conocedor de su oposición a la causa patriota y de su fidelidad al Consejo de Regencia español.
Al mismo tiempo, el Síndico procurador, Julián de Leyva, reunió a las autoridades del Cabildo, a saber: Juan José de Lezica y Martín Gregorio Yanis, Alcaldes ordinarios de primero y segundo voto, y a los Regidores, Manuel Mancilla, Alguacil Mayor, Manuel José de Ocampo, Juan de Llano, Jaime Nadal y Guarda, Andrés Domínguez, Tomás Manuel de Anchorena, Santiago Gutiérrez, todos ante la presencia de Justo José Núñez, escribano público y de Cabildo.
En dicha reunión plenaria se explicitó que, en virtud de los acontecimientos de conocimiento público y el riesgo en que se encuentra la seguridad pública, considerando la pluralidad de votos para cesar en el cargo al virrey en su cargo, de la duda que generan las diferentes posturas para tomar semejante paso y procediendo de acuerdo a las facultades conferidas a este Cabildo, resolvían establecer una Junta de Gobierno hasta tanto se reuniera una Junta general del virreinato.
Que dicha Junta de Gobierno fuera presidida por el virrey Cisneros (conservando su renta y altas prerrogativas de su cargo) con voto propio y fuese acompañado por los señores Juan Nepomuceno de Sola, cura rector de la parroquia de Nuestra Señora de Monserrat, Juan José Castelli, abogado de esta Real Audiencia Pretorial, Cornelio de Saavedra, comandante del Regimiento de Patricios y José Santos de Incháurregui, vecino y comerciante de esta ciudad.
Que dichas personas debían comparecer en el Cabildo para jurar sus cargos, que a partir de su designación serían depositarios de la autoridad conferida, que en caso de muerte, enfermedad grave, ausencia o renuncia el Cabildo tendría la facultad de nombrar su reemplazo y que tendría la facultad de deponer a los miembros que no cumplieran con sus funciones, que quedaban exentos de cumplir tareas judiciales y que las mismas quedaban en cabeza de la Real Audiencia y que la junta dictaría una amnistía general por los hechos ocurridos el 22 de mayo, entre otros puntos.
Una afrenta a lo resuelto por el Cabildo Abierto y un enfrentamiento directo con la realidad.
En principio porque Cisneros continuaba ocupando el lugar preponderante con voto propio y luego por la propia composición de la Junta de gobierno. El eclesiástico Sola era un reconocido seguidor del virrey, Incháurregui era conocido por su actuación política a favor de los intereses españoles y tenía estrechas vinculaciones con las autoridades. Es decir, tendrían mayoría en la nueva Junta.
Por si las moscas, resolvieron comunicar lo aprobado por el Cabildo a los comandantes de los regimientos asentados en la ciudad y explorar su voluntad de sostener esa disposición.
Algunos indicios señalan que la reunión se realizó con una parte de los comandantes, que en ella Cornelio Saavedra presentó su renuncia dado que no había sido consultado para ocupar ese cargo, que el día anterior había sugerido al pueblo que regresaran a sus casas en tanto el virrey cesaría en el cargo y que el Cabildo cumpliría lo acordado. La renuncia fue rechazada.
Sin más, se fijó la asunción a las tres de la tarde. Los designados juraron a la hora señalada, se hizo constar en acta capitular y se publicó el bando correspondiente en los lugares habituales.
A medida que la noticia se conoció la bronca fue en ascenso. Tanto en el centro de la ciudad como en los suburbios. Al atardecer hubo una nutrida reunión en la casa de Rodríguez Peña. Harto de las discusiones y la inacción, Manuel Belgrano se paró frente a sus compañeros y espetó: “¡Juro a la patria, y a mis compañeros, que si a las tres de la tarde del día inmediato el virrey no hubiese sido derrocado, a fe de caballero, yo le derribaré con mis armas!”. La frase impactó de lleno en los asistentes. La mayoría asintió que los peligros de no enfrentar esta situación eran enormes y que la efervescencia popular sería irrefrenable.
Algunos grupos se dirigieron a los cuarteles del Regimiento de Patricios y de Arribeños para instarlos a que se unieran al rechazo popular a la junta “trucha”. Otros arrancaron los bandos en los que se publicaba la intentona de perpetuidad colonial.
Saavedra y Castelli se dirigieron al Fuerte con sus renuncias en la mano. A las nueve y media se realizó la primera reunión de la recién electa Junta de Gobierno en el Cabildo. Ambos ratificaron sus renuncias, encendieron alarmas respecto al ánimo popular y solicitaron una nueva elección. La reunión fue interrumpida por vecinos que expresaron su enojo por la constitución de esa Junta y que reclamaban la renuncia inmediata del virrey. Se logró calmar a los manifestantes que se retiraron y pudieron continuar la agitada discusión.
La respuesta de Cisneros fue lacónica: que enterado de la expresión de dos vocales respecto al posible estado de conmoción por mantener el cargo y el mando de las armas, sostenía que era una manifestación minoritaria y que no percibía tal estado masivo de agitación. La respuesta del Cabildo fue similar: que a las expresiones callejeras no debían dársele consideración y que debían tomarse medidas para contener el descontento. La discusión excedió la medianoche.
No obstante, se citó a los comandantes de los cuerpos militares con la siguiente esquela: “Ofreciéndose tratar asunto muy urgente e interesante al bien común en este Cabildo, suplica a V. S. con el mayor encarecimiento se digne concurrir a su Sala Capitular, hoy 25 a las 9 y media de la mañana precisamente: a lo que quedará reconocido”.
Los destinatarios fueron: Francisco Orduña, Comandante de Artillería, Bernardo Lecog, de Ingenieros, José Ignacio de la Quintana, de Dragones, Esteban Romero, segundo de Patricios; Pedro Andres García, de Montañeses, Francisco Antonio Ortiz de Ocampo, de Arribeños, Juan Florencio Terrada, de Granaderos de Fernando VII, Manuel Ruiz, de Naturales, Gerardo Esteve y Llac, de Artilleros de la Unión, José Merelo, de Andaluces, Martín Rodríguez, de Húsares del Rey, Lucas Vivas, del segundo escuadrón de Húsares, Pedro Ramón Núñez, del tercero, Alejo Castex, de Migueletes, Antonio Luciano Ballesteros, de la Compañía de Quinteros.
Nueva reunión nocturna en la casa de Rodríguez Peña. Efervescencia y discusión de estrategias. Era pato o gallareta. A instancias de French y Beruti se elaboró una nota dirigida al Cabildo en la que expresaba su total desacuerdo con el exceso en que había incurrido ese cuerpo, que el pueblo reasumía las facultades que le habían conferido, que exigían una nueva elección de autoridades y que proponían el nombre y apellido de los nuevos integrantes pretendidos.
Pero no se quedaron en la cuestión epistolar. Junto a Melián, Martínez, Chiclana, entre otros se dirigieron a los suburbios para convocar a la gente a movilizarse el 25 a la mañana y definir los acontecimientos. “Los Infernales” fueron llamados a su juego y no le iban a esquivar al bulto.
En los fogones los cielitos más amigables que se escuchaban decían algo así:
Cielito, cielo que sí,
Aquí no se les afloja,
Y entre las balas y el lazo,
¡amigo Fernando escoja!
Saquen el trono, españoles,
a un rey tan bruto y tan flojo
y para que se entretenga
que vaya a plantar abrojos.
Cielito, cielo que sí,
Por él habéis trabajado,
Y grillos, afrenta y muerte,
Es el premio que os ha dado
Cielito, cielo que sí,
El rey es hombre cualquiera,
Y morir para que él viva,
¡la pucha, es una zoncera!
Cancha embarrada y resultado apretado. No importaba. El Pueblo jugaba su partido pensando en ser libre…
Ruben Ruiz
Secretario General