Pionera de la traducción científica
Un día como hoy pero de 1820 se despedía Claudine Poullet, química, mineróloga, meteoróloga, traductora y divulgadora científica francesa que trabajó para difundir en Occidente el conocimiento de la química (especialmente sobe sales y minerales), apoyó la publicación de revistas científicas especializadas, impulsó el establecimiento de usos de características editoriales (como la fecha de la primera publicación de un ejemplar) y participó de la toma de datos meteorológicos junto al equipo del químico francés Antoine Lavoisier.
Nació en 1735 en la ciudad de Dijon. Hija de François Poullet de Champlevey, notario real. Tuvo una educación privilegiada por su condición social. A los veinte años se casó con el abogado Claude Picardet (de quien mantuvo su apellido) que era concejal de la “Tabla de Mármol”, el más alto nivel jurisdiccional del reino para la administración de Aguas y Bosques que controlaba, supervisaba y juzgaba las actividades inherentes a la pesca, la caza y la explotación de la madera. Luego fue miembro de la Academia Real de Ciencias, Artes y Bellas Letras de Dijon y, más tarde, director del Jardín Botánico de la ciudad. Esa relación matrimonial le permitió a Claudine ingresar a los círculos científicos, asistir a conferencias y participar en reuniones en las que emitía opiniones científicas amateurs y oficiaba de traductora.
Ingresó a trabajar en la Academia de Dijon (donde había realizado un curso sobre química) como colaboradora de su director, el químico Guyton de Morveau. En 1775 murió su único hijo y al año siguiente su marido. A partir de ese momento su vida estuvo dedicada casi exclusivamente a la traducción y algunos ensayos de comprobación científica.
La traducción de textos de un idioma a otro tiene aspectos sustanciales como, por ejemplo, reconocer los matices lingüísticos que un autor impone al texto o descifrar cualquier término técnico que pueda no tener un equivalente directo en otro idioma, habilidades que permiten preservar el significado completo del texto original. En ese sentido, la erudición y el carácter de políglota que tenía Claudine Picardet eran diferenciales importantes para su trabajo de traducción al francés. Dominaba con soltura el sueco, inglés, alemán. italiano y latín.
Además, su trabajo de traducción de textos científicos se dio en un contexto marcado por la llamada “revolución química” que confrontó con una antigua visión existente. Primero, respecto a la originaria teoría de los griegos sobre que la materia estaba formada en estado puro por cuatro elementos (tierra, agua, aire y fuego) con su complementación posterior de las cualidades de cada elemento (fría y seca, fría y húmeda, caliente y húmedo, caliente y seco) y luego respecto a los ocho elementos de los alquimistas: los cinco clásicos (tierra, agua, aire, fuego y éter o quintaesencia) y la ”tría prima” formada por azufre, mercurio y sal, esenciales para purificar la materia y trasmutar metales básicos en oro, según sus saberes.
Cuando se publicaron la Ley de la conservación de la materia (con su frase insignia: «la materia no se crea ni se destruye, solo se transforma») y la Teoría de la combustión del oxígeno (el descubrimiento del dióxido de carbono, la demostración de que el aire no estaba formado por una sola sustancia y que la existencia de los gases era decisiva), se reformularon las bases de la química. La teoría de la oxidación, la interpretación de la dilatación térmica, los cambios de estado y la transferencia de calor, la invención del calorímetro, el barómetro y el termómetro, el nuevo “Método de Nomenclatura Química”. Fue un camino de ida. basado en la experiencia directa y la observación, más que en la suposición.
Todo ese bagaje necesitaba un idioma más asequible para las mayorías y una difusión homogénea sobre un territorio amplio que excediera las fronteras nacionales. Gran parte del trabajo ya estaba hecho. Había que traducirlo y comunicarlo al mundo científico con eficacia.
Claudine Picardet fue parte de esa caravana de conocimientos sin tener título de graduación. Tradujo Espatogenesia: origen y naturaleza de los espatos; cualidades y usos, del inglés John Hill, todavía identificada como Mme. P*** de Dijon. Creó la primera colección publicada en francés de los ensayos químicos del sueco Carl Wilhelm Schèele que se editó en dos volúmenes como Memorias de Química de M. C. W. Schèele; tradujo Tratado sobre las características externas de los fósiles del alemán Abraham Gottlob Werner, primer libro de texto moderno sobre mineralogía descriptiva.
Tradujo al francés artículos científicos del sueco producidos por Peter Hjelm, Arvid Arzelius, Sven Rinman, del alemán producidos por Johann Christian Wiegleb, Johann Friedrich Westrumb, Johann Carl Friedrich Meyer, Martin Heinrich Klaproth, Lorenz von Crell, del inglés sobre escritos de Richard Kirwan, William Fordyce, del italiano sobre publicaciones de Marsilio Landriani. Participó de la traducción de la obra del químico sueco Torbern Olof Bergman, titulada Cuadernos de química y física de M.T. Bergman.
Gran parte de ese trabajo estuvo sostenida en una apuesta colectiva que ideó Guyton de Morveau para responder a la demanda creciente de traducciones adecuadas de textos científicos extranjeros: la “Agencia de traducción de Dijon”. Estaba formada por doce personas (probablemente Picardet haya sido la única mujer sin formación académica) implicadas en la generación de conexiones locales e internacionales para la adquisición de las obras originales impresas, las correcciones con perfiles lingüísticos y científicos, la propia traducción. Un equipazo donde Picardet descollaba por su pericia, dominio idiomático y trabajo sistemático.
Un bonus track: en varias oportunidades el grupo editorial reiteró los experimentos descriptos por los autores para verificar la veracidad de los artículos que estaba traduciendo.
Picardet también se acercó a la astronomía y tradujo Observaciones de la longitud del nodo de Marte realizadas en diciembre de 1873 del danés Thomas Bugge. Participó activamente de la red del químico Antoine Lavoisier tomando datos meteorológicos tres veces por día durante dos años en Dijon. Sus resultados fueron enviados a Lavoisier y a la Academia de Ciencias.
En 1796 se trasladó a París y a los dos años se casó con Guyton de Morveau. Su actividad traductora y su apoyo a nuevas publicaciones científicas no decayó. La realización de eventos (los llamados “Salones”) cada vez más populares fue una marca registrada de su actividad social. La divulgación de novedades científicas y la posibilidad de interrelación entre investigadores de diferentes países en esos encuentros fue constante.
Su trabajo fue una gran contribución a la divulgación de la química y la mineralogía en Francia y la difusión de novedades científicas e interactuación de investigadores en ese continente. Su centro de operaciones, la Academia de Dijon, también logró prestigio internacional y un lugar en el difícil mundo de la ciencia del Viejo Mundo. Su presencia con un alto grado de resiliencia, sabiduría y capacidad profesional también abrió algunas puertas a las mujeres de su época en ese mapa académico continental gobernado por los hombres desde antaño.
Salú Claudine Picardet!
Ruben Ruiz
Secretario General