Día Mundial de la Tolerancia cero con la mutilación genital femenina
Este día es una jornada de denuncia global contra la extirpación total o parcial de tejido de los órganos genitales femeninos, particularmente del clítoris, sustentado en razones culturales, religiosas o cualquier otro motivo no médico. La Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó esta acción planetaria mediante la Resolución Nº 67/146 del 20 de diciembre de 2012 con el objetivo de concientizar sobre la existencia de esta práctica y ampliar y dirigir esfuerzos para su erradicación.
El origen de esta Resolución fue una conferencia organizada en 2003 por el Comité Interafricano en Prácticas Tradicionales que afectan a la Salud de Mujeres e Infancia (IAC), en la que se hizo pública una declaración oficial contra esta práctica.
Actualmente, viven más de 200 millones de niñas y mujeres que han sufrido la mutilación genital, 45 millones son menores de 14 años y más de 4 millones de niñas corren el riesgo de ser mutiladas en el mundo cada año. Un cuarto de ellas la sufrieron por parte de personal sanitario. Es decir, existe un nuevo peligro que es la medicalización de esta práctica que altera la salud y la integridad de mujeres y niñas y vulnera de manera sistemática los derechos humanos.
La mutilación se practica, generalmente, a niñas de entre 4 y 15 años pero hay países en que se realiza algunos días después del nacimiento, días antes del matrimonio o después del primer embarazo. La mutilación del clítoris también se practicó en varios países de Europa hasta finales del siglo XIX como tratamiento médico para “curar” la histeria, la epilepsia y otras enfermedades nerviosas.
Hoy, se concentra en 30 naciones africanas pero también existe en India, Indonesia, Malasia, Pakistán, Sri Lanka, Yemen, Omán y el Kurdistán iraquí, algunas comunidades aborígenes de Colombia, Perú, Ecuador y Brasil y de inmigrantes asentados en Alemania, Austria, Bélgica, Dinamarca, España, Finlandia, Francia, Grecia, Italia, Luxemburgo, Noruega, Países Bajos, Portugal, Reino-Unido, Suecia, Suiza, Canadá, Estados Unidos, Australia y Nueva Zelanda.
Sus consecuencias son devastadoras. En muchos casos se producen infecciones, dolor crónico, sangrado, mayor riesgo de contraer VIH y hepatitis B, trastornos renales y menstruales, complicaciones en el parto, infecundidad, anorgasmia, frigidez, depresión, ansiedad, inclinación al suicidio, alteraciones en el sueño, los hábitos alimentarios y la cognición.
No existe una explicación contundente sobre el origen de esta práctica. La suposición más extendida es que comenzó en Egipto hace unos 4.000 años (hipótesis avalada por la existencia de momias encontradas con este tipo de intervención) y que se fue difundiendo entre comunidades que habitaban el continente africano.
El principal objetivo es controlar la sexualidad de la mujer, mitigar el deseo sexual y/o garantizar su fidelidad. En algunas regiones se sostiene como valor la virginidad antes del casamiento. En donde se practica la poligamia, se pretende limitar la demanda sexual de cada mujer para elevar la posibilidad de encuentros sexuales del colectivo. En otros lugares se cree que el contacto del pene con el clítoris puede provocar la muerte del hombre o que en el parto el roce con el recién nacido puede ser motivo de su deceso durante el alumbramiento. En otros, se considera signo de “purificación” corporal.
También existen razones religiosas, pero es falso el mito de que puede atribuirse a una religión en particular. La practican los cristianos coptos en Egipto, Sudán y Etiopía, la comunidad judía falasha, algunos pueblos originarios de América del Sur y numerosas colectividades musulmanas. Se sostienen en diferentes creencias: que el clítoris es el hogar de espíritus malignos, que corresponde al lado masculino de la mujer y debe ser eliminado y, también, se entroniza como un ritual necesario para que una niña o adolescente sea considerada mujer (un tipo de iniciación).
En esos países o comunidades, que una mujer evite o logre no someterse a la mutilación trae como consecuencia la separación de la colectividad, la discriminación social y posibilidades concretas de abandono. Es decir, el grado de presión social sobre las mujeres es enorme.
Por último, se toma a la colonización -particularmente de África- como una razón de la supervivencia de esta práctica. Antes de la ocupación occidental, los grupos étnicos gozaban de autonomía y construían sus normas. A partir del intento de los invasores de pretender homogeneizar las costumbres y unificar las normas, los pueblos originarios se aferraron a sus costumbres prexistentes como una forma de preservar su identidad cultural y consolidar su pertenencia étnica. Entre ellas, la mutilación genital femenina.
La concepción tribal de muchas comunidades también ayudó a que estas prácticas consolidadas en su vida histórica fueran parte de ese bagaje inamovible. Son impuestas como obligación moral y con valor de ley.
En cualquier caso, es una práctica que daña la salud física, psíquica y sexual de las niñas y las mujeres que la padecen y una vulneración de los derechos humanos sustentada en una discriminación de género muy consolidada en algunas poblaciones.
La antigüedad de su origen, el peso de los mitos o las creencias religiosas y el arraigo cultural y social no son motivo ni excusa para que millones de niñas y mujeres continúen sufriendo -bajo el yugo de las costumbres y el oscurantismo- la mutilación de sus cuerpos y la castración del placer.
Todo esfuerzo para hacer conocer esta lamentable realidad e involucrarse en acciones de condena a la mutilación genital femenina, contención de las víctimas y presión para lograr su erradicación definitiva será un gran paso para la integridad de las y los habitantes de nuestro planeta, un acto de justicia para las generaciones futuras y una reparación social para quienes padecieron esta práctica contraria a la dignidad humana.
Ruben Ruiz
Secretario General