Joe Hill
Un día como hoy pero de 1879 nacía Joel Emmanuel Hägglund, más conocido como Joe Hill, sindicalista y músico sueco que desarrolló su militancia gremial en EE UU, precursor de la canción de protesta y de autor, trabajador itinerante y organizador de los trabajadores/as.
Nació en Gävle, provincia de Gästrikland, Suecia. Hijo de padres protestantes. Margareta Katarina, ama de casa y Olaf, obrero ferroviario. Aprendió a tocar el órgano, el piano, el acordeón, el banjo, la guitarra y el violín y estudió inglés. Su padre murió en 1887 y su madre murió en 1902. Joe comenzó a trabajar a los nueve años en una fábrica de cuerdas y luego como bombero en una grúa a vapor.
A los doce años le detectaron una tuberculosis con incidencia en la piel y articulaciones por lo cual se trasladó a Estocolmo para recibir un tratamiento radiactivo y para realizar operaciones desfigurantes en cara y cuello. Sobrevivía con pequeños trabajos temporales mientras no estaba internado.
El año en que murió su madre decidió emigrar a EE UU con su hermano menor Paul. Desembarcaron en Nueva York donde trabajaron en trabajos muy precarios que les permitieron sobrevivir. Meses después se mudó a Chicago donde trabajó en una fábrica de maquinarias y fue despedido por tratar de organizar un sindicato. En 1905 trabajó en Cleveland; al año siguiente en San francisco y en 1910 en San Pedro, estado de California.
Allí se unió al Industrial Workers of the World (IWW), conocidos como los wobblies. Trabajó como estibador en el puerto, dirigió la huelga trabajadores del muelle y fue electo como secretario local de la organización sindical.
También comenzó a despuntar el vicio por la composición de canciones de protesta.
Utilizó la música como método de lucha y propaganda. Cantó en las reuniones sindicales y en los barrios obreros. Su estrategia fue incluir estrofas con letras reivindicativas, de ritmo pegadizo y fácil memorización que se irían convirtiendo en verdaderos himnos cantados por los trabajadores/as en las huelgas y movilizaciones. Sus dardos preferidos estaban dirigidos a los rompehuelgas, el gobierno, los predicadores, las fuerzas represivas y la burocracia.
Su creación más conocida fue “El predicador y el esclavo”, una parodia al himno del Ejército de Salvación, cuya letra era:
“Predicadores de largos cabellos salen cada noche,
pretenden decirte lo que está mal y lo que está bien.
Pero cuando se les pregunta qué tal algo de comer,
ellos responderán con su dulce voz:
Comerás en el futuro
en aquel glorioso lugar sobre el cielo.
Trabaja y reza, vive sobre el heno.
Comerás pasteles en el cielo cuando mueras”
También escribió “The tramp”, la historia de un hombre sano pero desempleado que deambula en busca de un trabajo pero es rechazado en su pueblo, en la iglesia, en el cielo y el infierno. La canción fue tan popular que en la guerra civil estadounidense fue utilizada por ambos bandos. Otras obras conocidas fueron: «There is Power in the Union», «Rebel Girl» y «Casey Jones: el rompehuelgas».
En 1911 se trasladó a Tijuana, México, donde formó parte de un ejército cuyo objetivo era derrocar al dictador mexicano Porfirio Díaz. La invasión fue sostenida durante seis meses pero se enfrentaron a una tropa mejor armada, más numerosa y más disciplinada que determinó el triunfo de las fuerzas del poder gobernante. En 1912 participó en la Huelga de Pan y Rosas, que enfrentó a los trabajadores/as textiles con sus patrones. El centro fue Lawrence, Massachusetts. Duró 63 días, hubo enormes paros en las empresas (Everett Mills, la Pacific Mills, la Washington Mills y otras 25 fábricas), inmensas movilizaciones, arduas negociaciones y represión a mujeres y niños en la última jornada que derivó en un triunfo de los obreros y obreras textiles.
Meses más tarde, formó parte de la “Coalición de la libertad expresión” en San Diego, estado de California, que se opuso a la ordenanza policial por la cual se impedían las concentraciones callejeras en el centro de la ciudad. Ese mismo año, se trasladó a Hawaii a organizar el incipiente movimiento de trabajadores/as de esas islas lejanas.
Su actividad pública como organizador sindical impidió que pudiera conseguir trabajo en California. En 1913 se trasladó a Utah y comenzó a trabajar en las minas de cobre de Silver King, en las afueras de Salt Lake City. Sin embargo, la tragedia haría su aparición.
El 10 de enero de 1914, el carnicero John Morrison y su hijo Arling fueron asesinados a tiros durante un asalto en su local de Salt Lake City. Antes de morir el joven pudo disparar e impactar en uno de los asaltantes. Esa noche hubo cuatro hombres atendidos en el hospital por heridas de bala. Uno de ellos era Joe. Fue el único detenido.
Declaró que había sido herido en una discusión por una mujer. No dio su nombre, probablemente, porque fuera casada. No había conexión alguna con el carnicero pero inventaron una: era un ex policía y, seguramente, Joe debía odiarlo. El arma nunca se encontró pero la acusación siguió firme. El hijo menor de Morrison, Merlyn de 13 años, declaró en primera instancia que Joe no era el asesino. Fue presionado y cambió su declaración. El juicio duró dos horas y fue condenado a muerte.
El escándalo no tardó en corporizarse. Fue un suceso periodístico. Las apelaciones llegaron hasta la Corte Suprema de Utah. Se generó una campaña nacional para rever el caso. Hubo manifestaciones en varias ciudades. Miles de ciudadanos suecos pidieron su liberación al igual que varios sindicatos europeos. El presidente Woodrow Wilson, pidió clemencia. En julio de 1915 hubo una marcha de 30.000 trabajadores para que el gobernador del estado, William Spry, exigiera su libertad.
Pero los jueces y los patrones habían decidido usar el caso de Joe a modo de escarmiento ante los intentos de organización creciente de los trabajadores/as. La condena se confirmó y fue ejecutado. El 15 de noviembre de 1915 lo sacaron de su celda, lo ataron a una silla, le pusieron un papel blanco sobre el pecho y se enfrentó a un pelotón de cinco fusileros. Tenía 36 años. A su funeral en Chicago asistieron más de 30.000 obreros; las palabras de despedida y homenaje se leyeron en nueve idiomas. Sus canciones se escucharon durante algunas horas en la ciudad enmudecida.
Antes de morir escribió su último poema, “Last Will” y una nota a Bill Haywood, un dirigente de la central obrera IWW: «Adiós, Bill. Muero como un leal rebelde. No pierdan su tiempo con lutos. Organícense…”.
Fue un organizador sindical nato. Compuso canciones para hacer más humanas las situaciones límites que un trabajador/a enfrenta en los conflictos contra los patrones o el poder y para que ardieran las llamas del descontento. Se transformó en el trovador de los insurrectos norteamericanos que traspasó fronteras. Inició una tradición cancionera que continuaron, entre otros, Woody Guthrie, Pete Seeger, Bob Dylan, Joan Báez (que cantó “La balada de Joe Hill” en el Festival de Woodstock).
Salú Joe Hill!! Por tu capacidad para organizar a los trabajadores/as más desprotegidos en muchos rincones de tu país, por tu ingenio para darle forma de canción a momentos claves de la lucha colectiva e insuflar nuevos ánimos.
Tus canciones se siguen cantando hoy en las huelgas de los trabajadores/as estadounidenses. Tu ejemplo sigue vivo en ellos/as. La ignominia no pudo vencer a la memoria de los que luchan.
Ruben Ruiz
Secretario General