El cura artillero
Un día como hoy, pero de 1784 nacía fray Luis Beltrán, en cuyo homenaje se celebra el Día del Metalúrgico. Hijo de padre francés y madre criolla, nacido en Mendoza (aunque en su ingreso a la orden franciscana él mismo declaró y firmó ser natural de la ciudad de San Juan).
A los 16 años ingresó al convento de San Francisco, en Mendoza. Allí recibió instrucción sobre filosofía, derecho y teología pero él tenía inclinación por la matemática, la física, la química y la mecánica. Por otra parte, tenía una inusual capacidad de observación y era muy práctico, cualidades que le permitieron “recibirse” de carpintero, herrero, pirotécnico, dibujante, arquitecto, cordonero y médico.
Algunos años después, fue trasladado a Santiago de Chile donde fue nombrado maestro del coro del convento franciscano. En esa ciudad simpatizó con el movimiento independentista y en 1812 resolvió apoyarlos en su lucha. Un día ingresó a los talleres del ejército comandado por Bernardo de O’Higgins y al observar la forma elemental en que trabajaban los obreros comenzó a dar algunas instrucciones para mejorar su trabajo.
Los ingenieros, al ver la precisión de esa colaboración desinteresada, lo recomendaron e inmediatamente fue nombrado con el rango de teniente sin tener que abandonar los hábitos. Trabajó exitosamente en la reparación de cañones hasta que la derrota de Rancagua desmembró el ejército independentista y unos mil hombres emigraron hacia Mendoza; uno de ellos era fray Luis Beltrán. Allí, fueron recibidos por el General San Martín y O’Higgins lo recomendó personalmente por su labor destacada en las tierras trasandinas.
El 1º de marzo de 1815 San Martín lo nombró teniente segundo del tercer batallón de artillería del Ejército de los Andes; se hizo cargo del parque y la maestranza, hizo construir un taller y una fragua en el campamento de El Plumerillo. Se puso al frente de 700 artesanos y herreros, organizó turnos rotativos y supervisó los trabajos. Cuentan que, en medio del ruido ensordecedor del taller, sus órdenes eran dadas a los gritos y que sus cuerdas vocales quedaron afectadas por el resto de su vida.
En ese taller se fabricaron miles de fusiles, balas de cañón, pistolas, espadas, lanzas, granadas, cartuchos, municiones, herraduras, tiendas de campaña, uniformes, mochilas, botas, zapatos, cordones, monturas, estribos, arneses, sogas, grúas, puentes colgantes, pontones y todo tipo de pertrechos de guerra. El mismo fray Luis Beltrán diseñó e hizo construir unos carros estrechos y livianos con cuatro ruedas bajas (parecían extensiones de los cañones) para ser tirados por mulas en los que se transportaron esas piezas de artillería y que los propios soldados llamaron «zorras», por su parecido con ese animal.
En un momento de duda antes del cruce de los Andes, una frase suya convenció a San Martín del acierto de su nombramiento: “…si los cañones tienen que tener alas, las tendrán». Otra de sus especialidades fue la invención de andamios de escalamiento y de poleas que permitieron superar los inesperados desafíos presentados en el cruce (pasos de agua, precipicios, cuestas, paredes montañosas) y achicaron la desigualdad entre esos miles de hombres y la imponente Cordillera.
Participó en la inicial batalla de Chacabuco, en la derrota de Cancha Rayada y la definitiva victoria de Maipú ante los realistas. Posteriormente, fue parte de la Expedición Libertadora del Perú donde fue ascendido a sargento mayor y luego a teniente coronel graduado, siempre al mando del parque de artillería. Cuando San Martín regresó a Buenos Aires, él quedó a las órdenes de Simón Bolívar con quien tuvo una mala relación.
A tal punto que Bolívar, por un diferendo con el desempeño del cura artillero, amenazó con fusilarlo. Fray Luis Beltrán entró en una profunda depresión, vagó enajenado durante cinco días por la ciudad e intentó suicidarse. Llegó a recibir el apodo de “cura loco” hasta que una familia amiga lo hospedó, ayudó a su restablecimiento y logró que volviera a Buenos Aires en 1825, previo paso por Chile.
De vuelta en estas tierras, se encontró con un viejo conocido: el general Juan Gregorio de Las Heras, gobernador de la provincia de Buenos Aires en ese momento, quien lo designó al frente del Parque y la Maestranza del Ejército de Observación republicano sobre el Río Uruguay. Finalmente, participó de la guerra contra el imperio de Brasil y se destacó en la batalla de Ituzaingó. Pero su salud había empeorado nuevamente, renunció a su condición de militar y se recluyó en un convento franciscano hasta su muerte, ocurrida a los cuarenta y tres años en la ciudad de Buenos Aires.
Notable ejemplo de perseverancia, ingenio, curiosidad extrema, coraje y decisión durante toda su vida.
Salú fray Luis Beltrán!! Un todoterreno más que nos permite reconocer otra historia de dignidad para contar muchas veces.
Ruben Ruiz
Secretario General