Mariano Necochea
Un día como hoy pero de 1792 nacía Mariano Pascual Necotxea, militar argentino que participó en las guerras de independencia de las Provincias Unidas del Rio de la Plata, de Chile y Perú y se convirtió en leyenda por su audacia dentro y fuera del campo de batalla.
Nació en la ciudad de Buenos Aires. Hijo de María Mercedes Saraza y de Casimiro Francisco Necotxea, acaudalado comerciante vasco-navarro. A los diez años de edad fue enviado a Sevilla a estudiar matemáticas, humanidades y varios idiomas. La repentina muerte de su padre implicó su retornó a Buenos Aires y la obligación de hacerse cargo de los negocios familiares que se centraban en el comercio exterior.
Cuando ocurrió la Semana de Mayo en 1810 tomó una actitud distante ante los hechos dado su relación con los comerciantes españoles y sus vínculos familiares. Caviló un tiempo sobre qué actitud tomar y en 1812 decidió incorporarse al Regimiento de Granaderos a Caballo y a la gesta emancipadora que marcó las primeras décadas del siglo XIX en el sur de América.
Participó en el combate de San Lorenzo en su condición de alférez. Fue el encargado de redactar el parte de la victoria. Por su arrojo en el entrevero fue ascendido al grado de ayudante mayor y luego destinado a la guarnición de Santa Fe por un corto período. Al poco tiempo fue ascendido al grado de teniente y se incorporó a las filas del Ejército del Norte, a las órdenes del brigadier general José Rondeau. Allí comenzó su leyenda de sobreviviente de numerosas heridas en los campos de batalla de las que se recuperaba inevitablemente.
Participó del combate de El Tejar, al norte de Humahuaca, una muestra de la improvisación de las fuerzas patriotas en desarrollo y de las desavenencias de sus comandantes. Rondeau insistió en avanzar en el terreno y no dio importancia a la posición de Martín Miguel de Güemes de reposicionarse y mantener una actitud defensiva. El desenlace fue previsible. Derrota patriota en el terreno pero con una excepción: el capitán Necochea resistió con 25 granaderos en un corral de piedra, montó a pelo un caballo, empuñó su sable, atravesó las filas enemigas, galopó perseguido por los realistas durante dos leguas hasta que pudo escapar y avisar a su comandante de las novedades ocurridas. Fue el único que no cayó prisionero.
Se iniciaba la leyenda.
Luego participó del combate de Venta y Media y de la dura derrota de Sipe-Sipe donde fue malherido mientras formaba parte de la retirada. No obstante, reunió a los Granaderos sobrevivientes y otros soldados desperdigados y los condujo hacia el sur. Fue trasladado en camilla hasta Chuquisaca y luego hasta Tucumán. Sobrevivió y acrecentó el relato legendario.
En medio de los encuentros bélicos, conoció a María Dolores Puente con quien se casó por poder en Potosí y con quien tuvo una hija, Benjamina.
Curado de sus heridas fue designado escolta del Director Supremo, Juan Martín de Pueyrredón. No obstante, solicitó el pase a Mendoza donde se comenzaban a reunir las tropas al mando del general San Martín para formar el Ejército de los Andes. Se incorporó a sus filas en el campamento de El Plumerillo y se encargó de la instrucción militar de los soldados.
Cruzó la cordillera de los Andes con la vanguardia comandada por Bernardo de O’Higgins. Venció a los realistas al mando de su escuadrón en Las Coimas, participó de las batallas de Chacabuco, del cerro de Gavilán (en las cercanías de Concepción) y en la derrota de Cancha Rayada donde fue herido en una mano que le impidió participar en la batalla de Maipú. Además, fue de los firmantes del Acta de Rancagua, en que los oficiales del ejército expedicionario ratificaron el mando a San Martín. Al finalizar la campaña en Chile le fue otorgado el rango de General.
Su próxima estación fue la Campaña libertadora de Perú. Desembarcó en Paracas, ingresó a Lima junto al general San Martín, participó en el sitio al puerto de El Callao (tras lo cual quedó al mando del Regimiento de Granaderos a Caballo). Fue el segundo del general Juan Antonio Álvarez de Arenales en la segunda Expedición a la Sierra y luchó en las batallas de Nazca y Cerro de Pasco.
En julio de 1822 se produjo la “Entrevista de Guayaquil” en la que San Martín cedió el mando de las fuerzas latinoamericanas a Simón Bolívar y decidió su regreso a Buenos Aires. Mariano Necochea decidió quedarse hasta la retirada final de los realistas y se puso a las órdenes del general venezolano. En 1824 fue designado gobernador de Lima y fue parte de varias batallas que allanaron el camino a la independencia de Perú.
Entretanto, su vida amorosa fue escabrosa. Tuvo varias amantes entre las que se encontraron Josefa Mariátegui, esposa del general español Pedro Antonio Olañeta y Josefa Sagra, esposa del coronel Antonio Morgado. El odio de los oficiales realistas se fue acrecentando.
El 6 de agosto de 1824 fue uno de los jefes de la caballería en la decisiva batalla de Junín. El entrevero fue sangriento. Las tropas realistas cayeron sobre los escuadrones de Granaderos y de los Húsares de Colombia y Perú. Necochea fue rodeado y herido catorce veces: cuatro sablazos en la cabeza, dos en el brazo izquierdo, que quedó inutilizado, uno en la mano derecha por lo que perdió tres dedos; dos lanzazos en el costado izquierdo (uno le perforó el pulmón), otro en el vientre y cuatro heridas más en los brazos. Fue hecho prisionero junto al coronel Olavarría que en el combate había recibido siete heridas.
Bolívar había dado por perdida la batalla pero el coronel de Granaderos Isidro Suárez retornó al campo de batalla por sorpresa, dispersó con fiereza impensada a los realistas y liberó a los prisioneros. Necochea estaba moribundo. Fue trasladado a Tarma donde fue intervenido pero para salvarlo era necesario succionarle cada una de sus heridas. Una mujer cumplió la tarea, su conocida Josefa Sagra con quien iniciaría una relación duradera.
En 1826 Bolívar lo designó director de la Casa de la Moneda pero a los pocos meses, en forma intempestiva, fue detenido por conspiración sin ninguna prueba. Inició su exilio en Buenos Aires, devolvió sus condecoraciones y espetó: “del Perú solo quiero llevarme las heridas”.
Aquí, el presidente Bernardino Rivadavia lo nombró jefe de las reservas de Buenos Aires pero le negó el permiso para participar en la Guerra del Brasil. Retornó a Perú donde se reconoció la liviandad de las antiguas acusaciones y recobró su cargo en la Casa de la Moneda. Participó de la Guerra gran colombo-peruana comandando la caballería en la Batalla del Portete de Tarqui.
Luego regresó a Buenos Aires. Intervino en la convulsionada realidad nacional al lado de Juan Lavalle en la revolución de diciembre de 1828 pero decidió no intervenir en las guerras civiles. Volvió a Perú, fue ascendido al grado de mariscal pero fue sorprendido por la guerra que puso fin a la Confederación Peruano-Boliviana y se exilió en Chile y luego en la Banda Oriental.
En el interregno había enviudado y se había casado en segundas nupcias con su compañera Josefa Sagra con quien convivió hasta sus últimos días. En 1842 retornó definitivamente a Perú fue recibido con honores y reinstalado en su puesto en la Casa de la Moneda. En 1843 pudo reencontrarse con su hija Benjamina y recuperar parte de la relación quebrada por la distancia.
En el otoño de 1849 una tuberculosis fulminante y las secuelas de las heridas recibidas en combate ganaron la batalla en el barrio de Miraflores. Murió mirando el Océano Pacífico.
Héroe en Perú y poco conocido en su patria a pesar de los servicios prestados para su independencia y la del sur de América. Olvidos de nuestra historia en todas sus versiones.
Salú Mariano Necochea!
Ruben Ruiz
Secretario General