El padre de la ciencia moderna que murió encerrado por orden de la Inquisición
Un día como hoy pero de 1642 se despedía desde su casa-prisión Galileo Galilei, astrónomo, matemático, ingeniero, filósofo y físico italiano, eminencia del Renacimiento que abrió el camino de la ciencia moderna y se atrevió a confrontar con las teorías de la física aristotélica y con la jerarquía de la iglesia católica y su brazo represor, la Inquisición.
Nació en 1564 en Pisa, región de Toscana. Hijo de Giulia Ammannati y de Vincenzo Galilei, comerciante, matemático y músico que educaron a Galileo hasta los diez años. A esa edad sus padres debieron emigrar a Florencia y lo dejaron al cuidado de Jacobo Borhini, un vecino de profundas creencias religiosas que lo ingresó en el convento de Santa María de Vallombrosa. El padre de Galileo, poco afecto a la religión, urdió una maniobra para retirar a su hijo de allí. Aprovechó una infección ocular que padecía Galileo y argumentó falta de cuidados. Dos años más tarde, ingresaba a la universidad de Pisa para estudiar medicina y filosofía.
Sin embargo, a él le gustaban las matemáticas y la física. Había iniciado cursos al margen de sus estudios superiores de la mano de Ostilio Ricci, quien aplicaba un método poco usado en la época; unir teoría y práctica. Impartió clases particulares en Florencia y Siena y en 1589 ingresó a la universidad de Pisa como profesor de matemáticas. De entrada, comenzaron los problemas. Él proponía que, en su clase, la veracidad de lo enseñado debía ser el corolario de un tránsito razonado. Sus colegas daban por ciertas las tesis de los pensadores clásicos. Además, protestaba por lo exiguo de los salarios abonados. Los demás, mutis por el foro.
Simultáneamente, había elaborado teoremas sobre el centro de gravedad de algunos cuerpos sólidos, profundizó los estudios sobre las oscilaciones del péndulo pesante, inventó el pulsómetro, comenzó a estudiar y experimentar sobre la caída de los cuerpos y desarrolló un oficio que le acercaba algunos ducados para vivir: la elaboración de horóscopos.
En 1591 falleció su padre y se hizo cargo de la manutención de sus hermanas. Al año siguiente ingresó como profesor de astronomía y geometría en la universidad de Padua, República de Venecia. Dio clases de matemáticas, astronomía y arquitectura militar. Creó y patentó inventos con la ayuda de su vecino, el artesano relojero Marcantonio Mazzoleni. Dio clases particulares a hijos de familias ricas que se sentían influenciadas por su fama. Fundó la Accademia de Ricovrati, junto al abad Federico Cornaro. Pero todas las mejoras económicas se vieron superadas por las urgencias de su numerosa familia.
En 1599 conoció a la veneciana Marina Gamba, con quien mantuvo una larga relación aunque nunca se casaron y con quien tuvo dos hijas y un hijo: Virginia, Livia y Vincenzo. El varón fue legitimado y vivió con su madre. Sus hermanas no tuvieron la misma suerte. Fueron declaradas “incasables” por su origen ilegítimo, vivieron un tiempo con su abuela paterna, luego ingresaron a un convento y, finalmente, fueron obligadas a tomar los votos.
En 1602 retomó los estudios sobre el movimiento de los cuerpos, confirmó que el tiempo de las oscilaciones del péndulo era independiente a la masa del cuerpo suspendido en un punto fijo y de la amplitud de la oscilación y se enfocó en el estudio de las leyes de la caída de los cuerpos. Se especializó en aspectos técnicos de la arquitectura militar, la castrametación (el arte de disponer los campamentos militares) y la topografía.
En 1604 creó una bomba elevadora de agua, descubrió la ley del movimiento uniformemente acelerado (la aceleración que experimenta un cuerpo permanece constante en el tiempo) y comenzó sus observaciones sobre una estrella nueva (nova) que editó en “Diálogo de Cecco de Ronchitti da Bruzene a propósito de la Estrella Nova”. Esa aparición contradecía la teoría de inalterabilidad de los cielos y lo acercó a Copérnico. Posteriormente, inventó el termoscopio (instrumento que permitía registrar los cambios de temperatura) y un procedimiento mecánico de cálculo que publicó en su primera obra impresa: Operaciones del compás geométrico y militar. Su ingenio hizo que se aplicara para otros usos y que lo pudiera comercializar. Ese año adquirió reumatismo, mal que lo persiguió el resto de su vida.
En 1609 fue a Venecia a solicitar un aumento de sueldo y se topó con el invento del holandés Hans Lippershey que lo impactó: un anteojo de largo alcance en el que advirtió su potencialidad para mejores usos. Investigó, realizó diferentes estudios y prácticas hasta que logró construir su propio telescopio. No deformaba los objetos, aumentaba seis veces el alcance y obtenía una visión lineal, gracias a la utilización de una lente divergente en el ocular. Un enorme avance.
Entre diciembre de 1609 y enero de 1610, realizó con su telescopio una serie de observaciones de la Luna, en las que visualizó montañas y cráteres. Eso confrontaba con las tesis aristotélicas tradicionales acerca de la completa esfericidad de los astros. Luego, descubrió cuatro satélites de Júpiter lo que contradecía el principio de que la Tierra fuera el centro de todos los movimientos en la esfera celeste y, por último, que Venus mostraba fases similares a las lunares. Todas esas observaciones las publicó en El mensajero sideral y el revuelo fue de proporciones.
Inmediatamente, el gran duque de Toscana, Cosme II de Médicis, le ofreció el nombramiento de primer matemático de la universidad de Pisa, filósofo en la corte toscana y la posibilidad de regresar a Florencia. El salario mil ducados. El peligro: el acoso inescrupuloso de la Inquisición. Aceptó el reto. El enfrentamiento de Galileo con la iglesia creció. Él argumentaba y convencía. Enfrente estaba el poder establecido hacía siglos. Su teoría heliocéntrica (los planetas se mueven alrededor del sol) contradecía las Sagradas Escrituras o las teorías de los clásicos. No había vuelta. Guerra encarnizada.
En 1613 publicó Historia y demostraciones sobre las manchas solares y sus accidentes, otro varapalo. No obstante, Galileo entendió que debía matizar sus opiniones y esgrimió que debían diferenciarse los textos sagrados de los hechos científicos. No hubo caso. El cardenal Roberto Belarmino ignoró las evidencias y logró que el Santo Oficio condenara al sistema copernicano y obligara a Galileo a no enseñarlo. En 1618 tuvo otro encontronazo, esta vez con el jesuita Orazio Grassi sobre la naturaleza de los cometas y la bendita inalterabilidad del cielo. En su afán de aclarar el panorama publicó El ensayador, rico en argumentos sobre la naturaleza de la ciencia.
En 1623 publicó Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo donde confrontaba los puntos de vista aristotélicos con los nuevos conceptos de la astronomía. La iglesia se enardeció. Fue llamado nuevamente por el tribunal eclesiástico, lo enjuiciaron con saña durante veinte días, ignoraron todos y cada uno de sus argumentos, no concedieron apelación y lo condenaron a abjurar de su doctrina y a cadena perpetua. Galileo renunció a lo que creía y declinó continuar su defensa, no sin antes proferir ante sus “jueces”: Eppur si muove!! (Y, sin embargo, se mueve). Una condena inútil.
Esa actitud le provocó la crítica de algunos allegados. Fue recluido en la villa Il Gioiello en Arcetri, en las colinas de Florencia y solo podía ser visitado por familiares. En pleno ostracismo, logró completar su última obra: Discursos y demostraciones matemáticas en torno a dos nuevas ciencias, donde demostró las bases físicas y matemáticas de las leyes de la caída de los cuerpos y una teoría sobre el disparo de proyectiles. Introdujo los principios del método científico y sentó las bases de la mecánica, que desarrollaría la generación siguiente. Logró escabullir los originales, enviarlos al exterior y publicarlos años después.
En 1638 quedó ciego y le permitieron recibir visitas más asiduamente. La noche de su muerte estuvo acompañado por sus discípulos Vincenzo Viviani y Evangelista Torricelli, a quienes se les había permitido convivir los últimos años con el científico injustamente condenado al aislamiento.
La iglesia tardó tres siglos y medio en aceptar su error pero justificó la condena y evitó su rehabilitación plena. Demasiado poco y demasiado tarde, parafraseando a un obrero francés de Mayo del ’68. El oscurantismo y el envilecimiento conservador continúan haciendo daño a la sociedad global. No se trata de confrontar creencias religiosas con evidencias científicas. Mucho menos de condenar a quienes tratan de desentrañar los misterios de los fenómenos naturales y encontrar soluciones y muchísimo menos utilizar los sentimientos religiosos para seguir produciendo conflictos. Solo se trata de respetar la existencia del otro sin importar el color, el origen y las creencias.
Salú Galileo! Por aclarar cuando el mundo era muy oscuro, por mostrar un camino a las generaciones posteriores, por descifrar misterios con pocos elementos y mucho esfuerzo, por tener razón.
Ruben Ruiz
Secretario General