Coraje civil, ejemplo humano
Un día como hoy pero de 1921 nacía Sophie Magdalene Scholl, miembro de la resistencia ciudadana antinazi en Alemania y estudiante de biología y filosofía, ejecutada en la guillotina por sus actividades en contra del salvaje poder hitleriano. Cien años de dignidad.
Nació en el pueblo de Forchtenberg am Kocher, Baden-Wurtemberg, Alemania. Hija de Magdalene Müller y de Robert Scholl, alcalde del pueblo. Fue educada bajo los preceptos del luteranismo al mismo tiempo que con una perspectiva libre pensadora. En su casa se oponían al nazismo que se iba imponiendo en la política alemana y era tema de conversación familiar.
No obstante, a los doce años fue invitada a unirse a las juventudes hitlerianas e ingresó. Antes lo había hecho su hermano mayor. Ambos se dieron cuenta al poco tiempo que había sido un error. Su hermano se mudó a Múnich, ella continuó estudiando. Se graduó en el secundario con una tesis: “La mano que mueve la cuna, es la mano que mueve el mundo». En 1937 fueron encarcelados algunos de sus hermanos y varios amigos. La macabra realidad se iba transparentando.
Trabajó algunos años como maestra jardinera en el Instituto Fröbel de Ulm; luego cumplió seis meses en el servicio auxiliar de la guerra como maestra en el pueblo de Blumberg y más tarde fue incorporada al Servicio Alemán del Trabajo (obligatorio) como obrera en una fábrica metalúrgica reciclada que producía armamento bélico.
En 1942 se mudó a Múnich, donde Hans, su hermano mayor, estudiaba Medicina y se inscribió en la carrera de Biología y Filosofía en la universidad local. Ese año comenzó la deportación masiva de judíos a los campos de concentración. Su comprensión de los sucesos crecía. Comenzó a compartir encuentros con el grupo de amigos de su hermano, actividades culturales y literarias y a tener coincidencias en la crítica a los acontecimientos políticos y sociales que se vivían.
Un día encontró un panfleto en los pasillos de la universidad. Se encerró en el baño. Lo leyó con avidez. El escrito reflejaba lo que ella pensaba de la situación en Alemania. Llegó a su casa y lo comentó con su hermano. Éste intuyó la ignorancia de su hermana respecto al origen y le dijo que era de su puño y letra. Sophie se estremeció y se emocionó. Ese día supo de la existencia de La Rosa Blanca, pequeña organización de resistencia pacífica al nazismo, y pidió incorporarse. Inicialmente, lo formaban los estudiantes Alexander Schmorell, Christoph Probst y su hermano. Luego se incorporó otro estudiante, Willie Graf y el profesor Kurt Huber. Finalmente, fueron un centenar de estudiantes, profesores, libreros, escritores y artistas.
Su acción fue profusa en Múnich. Hacían pintadas en las fachadas de los edificios públicos en contra del nazismo. Compraron una máquina de escribir y un mimeógrafo e imprimieron volantes que enviaban por correo en forma aleatoria a los ciudadanos que figuraban en la guía telefónica, dejaban centenares de comunicados en los pasillos de escuelas y universidades o en los frentes de los autos estacionados. Repartían un pequeño periódico que también se llamaba La Rosa Blanca. Generaron contactos con grupos en Hamburgo, Stuttgart y Berlín, llevaron sus volantes y acordaron estrategias comunes para expandir estos grupos de oposición a Hitler y su banda.
Su minucioso accionar clandestino desconcertaba a las autoridades y a la temida Gestapo que los puso en su radar. Trabajaban a destajo. Sophie compraba papel, sobres y estampillas en diferentes lugares. Con su pinta de piba muy joven franqueaba diferentes puestos de intercepción de personas o vehículos. Los envíos eran despachados a estudios de profesionales u otros sitios poco detectables. Los riesgos eran enormes. La degradación humana impuesta por los nazis, equivalente.
Su primer panfleto decía, “Nada es tan indigno de una nación como el permitir que sea gobernada sin oposición por una casta que ha cedido a los bajos instintos… La civilización occidental debe defenderse contra el fascismo y ofrecer una resistencia pasiva antes de que el último joven de la nación haya derramado su sangre en algún campo de batalla”.
El tono de la denuncia fue creciendo. “Desde la conquista de Polonia, 300.000 judíos han sido asesinados, un crimen contra la dignidad humana… Los alemanes alientan a los criminales fascistas cuando carecen de un sentimiento que clame a la vista de semejantes acciones. Es preferible el fin del terror antes que un terror sin fin”, fue el texto del segundo volante.
“Sabotaje en las fábricas de armamento, periódicos, ceremonias públicas y del Partido Nacional Socialista… Convencer a las clases más pobres de lo insensato que es continuar la guerra, donde confrontamos la esclavitud espiritual a manos de los nacional-socialistas”.
“Le pregunto a usted como cristiano si duda en la esperanza de que algún otro levante su brazo para defenderlo… Para Hitler y sus seguidores ningún castigo guarda relación con la magnitud de sus crímenes” o “Hitler está llevando al pueblo alemán hacia el abismo. Siguen ciegamente a sus seductores hacia la ruina… ¿Hemos de ser para siempre una nación odiada y rechazada por toda la humanidad?, eran las preguntas o cursos de acción que expresaban en sus volantes.
La noche en que se supo que el ejército soviético había derrotado a los alemanes en Stalingrado, pintaron “Libertad”, “Abajo Hitler” y dibujaron cruces esvásticas tachadas en varios edificios.
Una mañana, Jakob Schmidt, un empleado de maestranza de la Universidad y afiliado al partido nazi, vio a Sophie y a Hans colocar los folletos en los pasillos y los denunció. Inmediatamente, fueron detenidos y encarcelados. Los interrogatorios y torturas duraron semanas. Se ensañaron con Sophie, de quien no habían sospechado pero había sido la más activa integrante de la pequeña organización.
El 22 de febrero de 1943 Sophie, Hans y Christoph Probst fueron condenados a muerte y ejecutados. Alexander Schmorell fue perseguido, arrestado en un refugio antiaéreo y ejecutado en Múnich. El profesor Huber fue enjuiciado y ejecutado. Willie Graf fue torturado durante varios meses para que delatara a otros integrantes de La Rosa Blanca pero resistió y sus verdugos obtuvieron como única respuesta, “…ellos continuarán lo que nosotros hemos comenzado”. Tuvo el mismo final que sus compañeros y compañeras.
Las últimas palabras de Sophie también resuenan diáfanas, “…un día tan lindo y soleado y yo me tengo que ir. Lo que nosotros dijimos y escribimos lo creen muchos otros. ¿Qué importa mi mida, si a través nuestro, gracias a nuestras acciones, otros se despiertan y entran en acción?”
Sophie tenía 21 años. Le gustaba pintar, dibujar e investigar. Plantó verdades en un tiempo fatal.
Salú Sophie!! Por tu coraje en medio de la locura nazi, por tu resistencia indoblegable, por tu creatividad para abrir mentes ante la barbarie que intentó cerrarlas, por tu joven grandeza.
Ruben Ruiz
Secretario General