img_home_19
img_home_19
img_home_19
img_home_19
img_home_19
img_home_19
img_home_19
img_home_19
img_home_19
img_home_19
img_home_19
home2
img_home_19
img_home_19
img_home_19
img_home_19
img_home_19
img_home_19
img_home_18
img_home_13
img_home_13
img_home_12
img_home_11
img_home_7
previous arrow
next arrow
Shadow

Efemérides 10 de Enero – Día de las mujeres migrantes

Compartir

 

Día de las mujeres migrantes

Un día como hoy pero de 2001 Marcelina Meneses, boliviana y residente en Argentina y su hijo Alejandro Josua, murieron al ser arrojados del tren donde viajaban. Por esa razón, la legislatura de la Ciudad de Buenos Aires sancionó la ley Nº 4409/2012 por la cual se declaró el 10 de enero como Día de las mujeres migrantes en al ámbito porteño.
Fue un hecho que marcó la brutalidad de algunos seres humanos, la cobardía de otros/as y la valentía de un testigo del crimen.
Marcelina Meneses viajaba en el tren del Ferrocarril Roca para ir a la guardia del Hospital Fiorito a que atendieran a su hijo. Llevaba unas bolsas en las manos y a Joshua en su espalda. Iba parada, nadie le ofreció su asiento. Se debía bajar en la estación Avellaneda. Cuando el tren tomó la curva frente a la cancha de Independiente, Marcelina -que se dirigía a la salida- rozó a un pasajero que la comenzó a insultar.
¡Boliviana de mierda! ¡No mirás cuando caminás!, le disparó. Otro pasajero, Julio César Jiménez, intervino ante el agravio: Che, tengan más cuidado, es una señora con un bebé! Pero otros pasajeros lo increparon con el consabido argumento de que los extranjeros nos vienen a sacar el trabajo y otras frases xenófobas. El guarda del tren, ante los gritos, se retiró del vagón.
Marcelina estaba en la fila para bajar. De repente, se escuchó una voz que dijo: ¡Uy, Daniel, la puta que te parió, la empujaste!’. Entonces el tren se detuvo. Marcelina Meneses y su hijo Joshua yacían junto a las vías del ferrocarril producto de los golpes al caer.
La empresa (TMR en ese momento) nunca reconoció que había existido un asesinato. Es más, sostuvo que Meneses y su hijo habían sido rozados por el tren cuando caminaban al lado de las vías, entre Gerli y Avellaneda. La mayoría de los pasajeros del vagón no vieron, no escucharon.
Solo Julio César Jiménez se animó a declarar. Y lo hizo detalladamente. Sufrió presiones e intentos de soborno de la empresa ferroviaria pero se mantuvo firme en sus dichos. El fiscal de la causa descalificó el testimonio del testigo, la causa se archivó y las muertes de Marcelina y Joshua quedaron impunes.
Marcelina Meneses era una joven boliviana que vivía en Ezpeleta, trabajaba como repositora en un supermercado, estaba casada con el albañil Froilán Torres y tenía otro hijo, Jonathan David de un matrimonio anterior del que había enviudado. Una historia común. Una búsqueda de mejor calidad de vida como muchas otras. Una víctima de la alienación humana.
Tenía 30 años. Era parte de una migración en la que el 55% son mujeres que cuidan de sus familias, se van transformando mayoritariamente en jefas de hogar y luchan todos los días con varias formas de discriminación, intrafamiliar y externa.
Hoy se cumplen 21 años de la pérdida absurda de Marcelina y Joshua.
De nada valen los lamentos si no hay justicia. Pero la memoria opera de otra forma. Ejercitar la memoria es un intento por evitar errores y conductas lesivas.
Reconstruir una memoria colectiva que no esté formateada solo por los medios masivos o por reduccionismos fáciles de consumir es un intento mayor. Reconocernos en esa memoria colectiva que será, indudablemente, diversa, contradictoria, interpeladora, contenedora será un intento mayor aún.
A Marcelina y Joshua los mataron la alienación, la ignorancia, el miedo al diferente, la intolerancia, la impotencia. Recordarlo puede ser eficaz.
La miseria, las persecuciones políticas, las guerras religiosas o étnicas, la inseguridad ciudadana, el narcotráfico, el expansionismo, las tradiciones violentas, la depredación ambiental o, simplemente, la necesidad de alejarse de situaciones tóxicas causa la migración de millones de personas en este planeta. No se detendrá porque un puñado de fundamentalistas lo quieran impedir. Es una práctica milenaria que mixturó culturas e impulsó nuevas formas de producción, de educación, de alimentación, de prácticas sanitarias.
Solo recordemos los apellidos de la mayoría de nosotros/as.
Solo pensemos de dónde provienen los idiomas, las matemáticas, los cultivos, el uso de medicinas, los medios de transportes, la impresión de libros, los avances en la salud, la informática o la cibernética. De habitantes de un solo país? O de una sola región? O de una sola etnia o raza?.
La respuesta es no. Y seguirá siendo no. El ser humano es producto de la mixtura. Durante mucho tiempo esa mixtura se realizó de modo violento. Con invasiones, con expansionismo brutal. Hoy, es más sutil pero no menos peligroso. Se usa la tecnología y la intervención con mentiras flagrantes para dominar, con la excusa de sentir amenaza por el vecino u otras sociedades.
Los acontecimientos nos demuestran que ese camino solo trae dolor y resentimiento. Hay otro camino. Aceptar el libre flujo de las personas y no solo de las mercancías. Esto no implica que no haya conflictos con algunos colectivos migrantes. Implica aceptar la tendencia general de la vida humana. También implica generar controles razonables que no estén basados en la apariencia de las personas o en su poder económico. Cooperar para evitar delitos, develar la existencia de paraísos fiscales o santuarios narcos y de tratantes de personas, para evitar la propagación de enfermedades, para frenar los fanatismos.
No para discriminar.
Podemos reafirmar nuestras costumbres y convivir con otras. Podemos beneficiarnos del intercambio sin necesidad de querer dominar al otro/a. También podemos continuar transitando este camino de enfrentamientos absurdos que no concluyen en la preminencia de una sociedad sobre otra sino en la consolidación del poder de unos pocos que pertenecen a varias nacionalidades y diversas creencias pero tienen claro su papel en esta historia.
Las vidas de Marcelina y Joshua quedaron junto a las vías. Nosotros/as caminamos pero tenemos la posibilidad de elegir la dirección hacia donde ir. Podemos hacerlo con una mayoría diversa o con la loca idea de que el otro/a es, potencialmente, un enemigo. El tiempo es nuestro árbitro.

Ruben Ruiz
Secretario General 


Compartir
Volver arriba