Voz y poesía para los que luchan en las buenas y en las malas
Un día como hoy pero de 1936 nacía Alfredo Iribarne (fue inscripto con el apellido de su madre), que luego viró a Durán (por los padres sustitutos que lo criaron) y que, finalmente, recaló en el apellido del argentino Alfredo Nicolás Zitarrosa, esposo de su progenitora. Cantor popular, compositor, poeta, periodista y locutor uruguayo que cambió la música de su país, lo hizo universal pintando su aldea e imprimió una lírica cercana y sensible a la canción emancipatoria, por la libertad y los derechos.
Nació en el barrio de Belvedere, Montevideo. Hijo natural de Jesusa Blanca Nieve Iribarne, que no llegó al hospital y parió a su crío en la casa de una partera del barrio que apodaban “Bombón”. Al poco tiempo fue dado en adopción a la pareja formada por Carlos Durán, obrero de varios oficios y Doraisella Carbajal, trabajadora del Consejo del Niño.
Se varearon por barrios de Montevideo hasta que se mudaron al pueblo de Santiago Vázquez, cerca de los humedales de Santa Lucía, desde donde visitaba con asiduidad la ciudad de Trinidad en el departamento de Flores. Allí empezó su simbiosis con el campo oriental y su amor por la milonga, las zambas y las chamarritas.
En la temprana adolescencia retornó a vivir con su madre biológica, su esposo y su flamante hermana en la localidad de Rincón de la Bolsa (actualmente Ciudad del Plata). Inició el liceo en Montevideo y viajaba diariamente para cursar hasta que se aquerenció en la capital uruguaya. Finalmente, habitó la buhardilla de la calle Yaguarón 1021, en la pensión propiedad de su madre. Fue vendedor de muebles, suscriptor de una sociedad médica, empleado y obrero de una imprenta.
En 1954 se arrimó a los medios de comunicación. Fue locutor, presentador de informativos y libretista en radio Ariel, trabajó en canal 4 Montecarlo, fue actor de teatro y periodista en el semanario “Marcha”. En 1959 ganó el Premio de Poesía otorgado por la intendencia de Montevideo que, extrañamente, él nunca quiso publicar. En 1961 se animó a cantar junto a César Calvo y Martín Torres. Su voz llamó gratamente la atención.
Comenzó su carrera profesional de casualidad. Fue en un programa de Canal 13, Panamericana de Televisión de Perú, el 20 de febrero de 1964. Luego realizó varias presentaciones en Radio Altiplano en La Paz, Bolivia, y regresó a su patria. En 1965 debutó oficialmente en Montevideo: fue en el auditorio del SODRE (Servicio Oficial de Difusión Radioeléctrica). Su voz grave y el acompañamiento de guitarras empezaban a hacer diferencia.
En 1966 editó su primer disco simple. El lado A tenía «Milonga para una niña» y «El Cambá», y el lado B, «Mire amigo» y «Recordándote». Intimista, directo, de estilo campero, de letras sinceras. Un gol al ángulo. Compitió cabeza a cabeza en ventas con los discos de “Los Beatles”. Nacía el fenómeno popular que no decaería ni con el ostracismo impuesto por el poder ni con el exilio. En ese año cantó por primera vez en el Festival de Cosquín y también enamoró a su exigente público.
Su popularidad crecía de la mano de su arte minimalista que relataba situaciones y sufrimientos cotidianos para la mayoría, que tomaba personajes cotidianos perceptibles, que relataba situaciones amorosas y finales dolorosos pero sin melodramas o enseñanzas populares. “Milonga de ojos dorados”, “Coplas al compadre Juan Miguel”, “Por Prudencio Correa”, “Si te vas”, “Zamba por vos”, “Cueca del regreso”, “Gato de las cuchillas”, “Milonga para una niña”, “Del que se ausenta”.
Ya en esa época su militancia política también definía su perfil. Adhirió al Frente de Izquierda de Liberación (FIDEL), dentro del Movimiento Popular Unitario, fue integrante del Partido Comunista de Uruguay y, posteriormente, del Frente Amplio. Esa postura política le trajo numerosas prohibiciones desde 1971 y el exilio desde 1973 a 1984. Sufrió pero no aflojó. Su arte se hizo más profundo y dulce.
Su poesía se estilizó. Incursionó en la historia, los oficios rurales, los entreveros amorosos. “A José Artigas”, “Del cardal”, “El taipero”, “P’al que se va”, “Mire amigo”, ”La desvelada”, “Los dos criollos”. A medida que el gobierno uruguayo se hacía más antidemocrático, Zitarrosa confrontaba con letras más precisas. Comenzaba una época de hacha y tiza que lo transformaría en el cantor del pueblo.
“Doña Soledad”, “El violín de Becho”, “A vos Patria”, “La unitaria”, “La ley es tela de araña”, “Milonga del contrapunto”, “De la lucha”, “Milonga de las patriadas”, “Vea patrón”, “Chamarrita de los milicos”, sin olvidarse de postales cotidianas o de antaño como “Milonga madre”, “Carta a doña Tomasa”, “Para Manolo”, “Nene patudo”, “Dulce Juanita”, “Romance para un negro milonguero”.
También en esa época despuntó el amor y el sueño de una familia. Se casó con Nancy Marino y nacieron sus dos hijas: Carla Moriana y María Serena, a quienes les rendiría sendas canciones.
Seguían su tranco firme la poesía clara y las guitarras corajudas. Un cachetazo al poder que se sentía en las casas, en los boliches, en las plazas, en los clubes. Imperdonable para los poderosos. A más prohibición, más canciones. “Adagio en mi país”, “Triunfo agrario”, “Chamarrita de una bailanta”, ”Muchacha campesina”, “La soldadera”, “El triunfo de los vencidos”, “Milonga del Cordobés”.
Luego vino el exilio en Argentina, España y México. Largo, triste y que aplacó su creatividad. Trabajó de periodista en el diario “Excelsior”, tuvo un programa semanal en radio Educación y presentaciones esporádicas en el Auditorio Nacional, todos en Distrito Federal. En 1983, con el retorno de la democracia en Argentina, pegó la vuelta y tuvo su revancha rioplatense en ese inolvidable recital del 1º de julio en el estadio de Obras Sanitarias. Fue una inyección de energía personal y de emociones compartidas. Seguía de traje, corbata y pelo engominado. Noche de canto, aplausos y lágrimas.
El 31 de marzo de 1984 pudo retornar a su patria. Fue un shock. Miles de personas y centenares de autos, camionetas, camiones y micros coparon la ruta del aeropuerto de Carrasco a Montevideo y las calles de la ciudad. “Bienvenido flaco”, “Viva el reencuentro”, “Desexilio para todos”, hablaban las banderas y carteles de un pueblo que se reencontraba con su cantor.
Fue una época distinta. Encontró otro país. Mucha desocupación, los gustos musicales habían cambiado radicalmente, su separación le había pegado fuerte. Sin embargo, compuso temas que le daban pelea al desconcierto mientras acomodaba el cuerpo. “Candombe del olvido”, “Guitarra negra”, “Garrincha”, “Don Libindo” y “Crece desde el pie”, ese pequeño himno para los que pensamos que el cambio de sociedad es un proceso largo que requiere paciencia, mecanismos masivos de decisión, conciencia extendida, prácticas nuevas y tesón para bancarse los altibajos.
Publicó su único libro, “Por si el recuerdo”, una recopilación de historias que había escrito durante tres décadas. El 17 de enero de 1989 su salud dijo basta. Una peritonitis derivada de un infarto le ganó la partida. Unas letras escritas en un papel, una guitarra solitaria, un traje oscuro impecable, un pote de gomina y una botella de bebida fuerte derramaron algunas lágrimas de dolor. El pueblo quedó atónito por su sorpresiva muerte. Los barrios y los boliches decretaron duelo sin más.
Salú Alfredo!!! Por tu entereza, por tus canciones llenas de dignidad y color que nos templaron el ánimo cuando la mano venía cambiada en la vida, en la política y en los entuertos amorosos.
Ruben Ruiz
Secretario General