Pienso, luego existo
Un día como hoy pero de 1650 se despedía Renatus Descartes (cuya latinización es Cartesius), filósofo, matemático y físico francés, padre de la filosofía moderna, la geometría analítica, el mecanicismo en la física y uno de los iniciadores del método científico.
Nació en 1596 en la localidad de La Haye-en-Touraine, región del Loire. Hijo de Jeanne Brochard y de Joachin Descartes, consejero en el parlamento de Bretaña. Su madre murió cuando René tenía un año. Fue criado por su abuela materna con la ayuda de una nodriza y, parcialmente por su padre que trabajaba durante un semestre en la ciudad de Rennes, sede del parlamento bretón.
En 1604 ingresó en el Collège Henri IV de La Flèche, un centro de enseñanza jesuita, en donde recibió una educación sólida y rígida. Por su frágil estado de salud estaba eximido de concurrir durante las mañanas. Aprendió latín y griego, filosofía, teología, matemáticas, física, literatura, historia, retórica, astronomía, música y arquitectura. Se recibió en 1612 y dos años más tarde ingresó a la facultad de Poitiers, donde se recibió de bachiller y licenciado en Derecho.
En 1616 se enroló voluntariamente en las filas del ejército de Mauricio de Nassau, príncipe protestante que participó de la Guerra de los Treinta Años, y se mudó a los Países Bajos. Allí conoció al científico Isaac Beeckman que estaba desarrollando una teoría física sobre bases matemáticas y con quien entabló una sólida amistad. Fueron años de aprendizaje y de estímulo para sumergirse en el mundo de las matemáticas y la física que complementaba con su trabajo de ingeniero militar. Escribió sus primeras notas sobre física: “Sobre la presión del agua en un vaso” y “Sobre la caída de una piedra en el vacío” y un compendio sobre música.
En 1619 se enroló en las filas del duque Maximiliano de Baviera, de religión católica. Años después reconocería que se alistaba en diferentes ejércitos para conocer otros países y entender el modo que tenía cada bando para operar sobre la realidad.
Durante el invierno de ese año, Descartes quedó varado en las cercanías de Ulm, un pueblito del Alto Danubio. Pasó todo un día en soledad junto a una estufa y durante la noche tuvo una serie de sueños que tomó como una revelación para encarar su trabajo de investigador. Simultáneamente, conoció al calculista alemán Johann Faulhaber que lo acercó a la hidráulica y la geometría.
En 1620 abandonó la milicia, vivió un tiempo en Dinamarca y Alemania y retornó a Francia. Vendió sus posesiones, alcanzó una estable situación económica, vivió dos años en Italia y, finalmente, se asentó en París donde junto a sus amigos participó del movimiento cultural conocido como “Los libertinos” que pregonaba el pensamiento sin dogmas y un modo de vida libre.
En 1629 decidió instalarse nuevamente en los Países Bajos y dedicarse completamente al estudio y la investigación. Llevó una vida modesta y en constante movimiento entre ciudades neerlandesas. Fruto de esas primeras cavilaciones escribió “Reglas para la dirección del espíritu”, obra que no finalizó y en la que prefiguró su preocupación por el método y la unidad de las cuestiones del saber.
Los primeros años los dedicó a elaborar sus conceptos sobre el hombre, el cuerpo humano y a esbozar su propio sistema del mundo. En 1633 estaba por finalizar su obra Tratado sobre la luz pero la detención y condena que pesó sobre Galileo Galilei lo previno de esperar para su publicación dado que él también defendía la concepción copernicana de heliocentrismo.
En 1637 publicó Discurso del método y rompió el tablero. Apareció como el prólogo a tres ensayos científicos: La Geometría, Dióptrica y los Meteoros. Fue una obra audaz, novedosa. Proponía una duda metódica que sometía a juicio todos los conocimientos existentes con el objetivo de buscar principios sobre los cuales cimentar con solidez el saber.
Y establecía un camino inusual: no admitir nada como verdadero sin haber tenido certeza de que así es; descomponer los problemas que se presentaren en la mayor cantidad de partes posibles a fin de encontrar la mejor solución; comenzar por los conceptos más simples y establecer un orden para avanzar hacia análisis más complejos y, por último, realizar revisiones integrales de cualquier proceso para tener la seguridad de no haber omitido ningún paso u observación.
Parece simple pero este método fue elaborado cuando todas las explicaciones se amparaban en la existencia de dios y las enseñanzas divinas. Descartes puso la pelota bajo los pies, oteó y apuntó: las ideas debían basarse en la experiencia y la razón, y no en la tradición y la autoridad. No negó la existencia de dios pero sostuvo que el criterio de verdad no se hallaba al margen de la razón. A medida que se sumergió en las matemáticas se fue alejando del influjo divino para explicar el mundo.
El primer principio fue validar su propia existencia. Si pensaba era porque existía, más allá de todas las dudas. Simple pero demoledor. De allí su famosa frase: “pienso, por lo tanto soy” (traducido popularmente como “pienso, luego existo”). Nacía el racionalismo. Continuó con otra simpleza: ¿Qué camino seguirás en tu vida? Su respuesta revolucionó las ideas y las matemáticas. Llegó a la conclusión de que dos números podían determinar la posición de un punto en el espacio. Nacían las coordenadas para las ciencias duras pero también para el trayecto a transitar en la propia vida.
Unió la descripción de las fórmulas a los números, ecuaciones y símbolos. Construyó un puente extenso y transitable entre la geometría y el álgebra. Nacía la geometría analítica.
En filosofía, marcó territorio: admitió la existencia del mundo exterior y se dedicó a estudiar cuál era la esencia de los seres vivos. Introdujo el concepto de sustancia, definió sus cualidades (atributos y modos); describió que el atributo de los cuerpos era la extensión, mensurable, tridimensional, y que el atributo del espíritu era el pensamiento, inasible. Según Descares, ambas sustancias se encontraban separadas (dualismo cartesiano) salvo en el ser humano, que era cuerpo y alma. Creó, entonces, un sistema que explicaba su forma de comunicación. Fue su punto débil y esa respuesta insatisfactoria dio nacimiento al llamado “problema de la comunicación de las sustancias” que los filósofos discutirían durante muchos años.
Sus problemas con la iglesia, la academia y las autoridades continuaron con sus siguientes obras: Meditaciones metafísicas (1641), La búsqueda de la verdad mediante la razón natural (1642 pero publicada en forma póstuma), Principios de la filosofía (1644) y _Las pasiones del alma (1649). La persecución y las amenazas de los poderes fueron incesantes a pesar de su escritura en forma de acertijo, en que la comprensión de la obra exigía la participación activa y el juicio del lector, apelaba a formas de explicación indirecta y siempre hacía referencia a la existencia de dios. Su obra resultaba tan peligrosa que la iglesia católica la agregó en el “Índice de libros prohibidos” en 1663, o sea, trece años después de su muerte.
Cansado de los enfrentamientos y consecuentes mudanzas, aceptó la invitación de la reina Cristina de Suecia para trabajar como su preceptor en filosofía. Jornadas de trabajo que empezaban a las cuatro de la mañana, frío intenso e intrigas de los otros habitantes de la casa real. Vivía en la residencia del embajador francés, en Mälaren, cerca del palacio.
Su travesía nórdica duró solo cinco meses. Según el parte oficial, falleció por una neumonía. Pero las dudas se corporizaron inmediatamente. El embajador francés ordenó grabar en su lápida una extraña frase: “Expió los ataques de sus rivales con la inocencia de su vida”. Años después, se conoció una carta -enviada al médico holandés Johan van Wullen- escrita y firmada por el médico personal de la reina que atendió a Descartes en su agonía, en la que describía que los síntomas mortales (náuseas, vómito negro, hemorragia estomacal) no eran compatibles con la neumonía.
En 1980, el historiador y médico alemán Eike Pies, investigó el desenlace fatal, consultó con otros patólogos, encontró pruebas y concluyó que la muerte se debió a envenenamiento con arsénico. Su investigación fue publicada en el libro El asesinato de Descartes: documentos, indicios, pruebas.
Salú Descartes!! Por tu coraje por enfrentar al poder y al oscurantismo, por tu creatividad para descubrir cosas elementales y ponerle nombre, por traducir esa simpleza en fórmulas concretas que nos ayudan a encontrar sentido cotidianamente, y hacerlo en momentos en que eso era negado y conducía a una persecución permanente.
Ruben Ruiz
Secretario General