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Shadow

Efemérides 11 de Noviembre – Howard Fast

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Un escritor maldito para los poderosos

Un día como hoy pero de 1914 nacía Howard Melvin Fastovsky, escritor, poeta, guionista de televisión estadounidense que se especializó en novela histórica, negra y de ciencia ficción y rescató personajes que la historia oficial había ninguneado y ocultado a la memoria popular.
Nació en Nueva York, más precisamente en el Lower East Side, el barrio de los inmigrantes judíos pobres que retrató con minuciosidad en su libro de cuentos Infancia en Nueva York (1955). Hijo de Ida, inmigrante judía británica y de Barney, inmigrante judío ucraniano. Su madre murió cuando Howard tenía nueve años y su padre engrosó la primera camada de desocupados en los albores de la Gran Depresión. Esa realidad lo empujó a trabajar desde pequeño como repartidor de diarios y a tiempo parcial en la biblioteca pública de la ciudad.
Esos trabajos lo acercaron a la escritura. De formación autodidacta, lector voraz, viajero curioso. En su adolescencia se largó a los caminos de EE UU que recorrió con entusiasmo como mochilero a pie, en vagones de carga, en camiones de tres ejes, realizando todo tipo de trabajos.
A los dieciocho años escribió su primera novela, Dos valles, que tuvo poca repercusión. En 1941 escribió La ultima frontera que relataba la dramática travesía en 1878 de trecientos miembros de la nación Cheyenne decididos a abandonar el Territorio Indio de Oklahoma -donde habían sido recluidos y humillados- y el intento de regresar a su hogar ancestral en las Montañas Rocosas. La persecución comandada por el general Crook y diez mil soldados y los ataques sufridos de los colonos y otras tribus indias. Crónicas épicas, disección del racismo del gobierno de EE UU respecto a los pueblos originarios y la compleja y desigual relación entre las partes.
Nacía el novelista de causas, hechos y personajes ninguneados o “convenientemente” ocultados.
Su primer gran éxito fue la Ciudadano Tom Paine, biografía novelada de Thomas Paine, un artesano e inventor inglés que se transformó en uno de los impulsores de la Revolución norteamericana. Representó a su ala más radical que promovió la independencia de las trece colonias de la monarquía británica, escribió “Sentido común” que le dio coherencia discursiva a la rebelión y La crisis americana en defensa de la novel revolución y luego intervino activamente en el terreno en apoyo de la Revolución Francesa contra sus detractores.
Continuó con Camino de libertad, un relato sobre la vida de los antiguos esclavos finalizada la Guerra de Secesión que determinó la derrota de los estados confederados donde vivían cuatro millones de afroamericanos y una gran parte de los 200.000 negros que pelearon a favor de la Unión. Habían ganado su libertad pero volvían a campo minado por el racismo y la intolerancia.
Otro capítulo de reconocimiento popular fue su trilogía sobre la guerra de independencia de EE UU: Los soberbios y los libres, Lugar de sacrificio y El hombre invencible. De seguido, publicó Mis gloriosos hermanos, sobre la rebelión del pueblo judío encabezada por los cinco hermanos, hijos de Matatías, contra las tropas invasoras sirio-griegas seléucidas en 167 a.C. Temática histórica que retomaría en Moisés, príncipe de Egipto y Berenice, la hija de Agripa una reflexión aguda respecto a los hechos de la infancia de cada uno que marcarían sus caminos. Durante la Segunda Guerra Mundial fue alistado en la Oficina de Información de Guerra de Estados Unidos, escribiendo para la Voz de América. Incursionó en varios territorios durante el conflicto y fue testigo de la sinrazón humana, de la compleja trama que tejen los poderosos para defender sus intereses globales y el peligroso poder que tienen para imantar a millones a dejar su vida para frenar a la ignominia pero también para estabilizar la desigualdad de la humanidad. En 1944 se afilió al Partido Comunista de los Estados Unidos. Nunca ocultó su posición antifascista y pagó su precio. Fue llamado por el Comité de Actividades Antiestadounidense. Fue presionado para divulgar los datos de los miembros del Comité de Ayuda a los Refugiados Antifascistas (básicamente los exiliados de la Guerra Civil española). Se negó y en 1950 fue encarcelado durante unos meses. Su defensa fue una clase magistral de historia norteamericana y de hechos de solidaridad humana en diferentes momentos y lugares que enfureció al tribunal. Fue solo furia porque no pudieron probar ningún acto contra la integridad de EE UU. De hecho fue declarado culpable por desacato y no por alguna actividad antipatriótica. En prisión inició la escritura de su novela más famosa: Espartaco. La historia del jefe de la rebelión de los esclavos que habitaban el sur de la actual Italia y que hizo temblar al propio imperio romano. Líder de la suma de voluntades coincidentes, expresión de un largo y doloroso proceso de humillación y bronca, estratega militar eficaz, orador convincente, ejemplo de vida para sus camaradas, cultor de la honestidad brutal y la ilusión que dignifica. Describió a un personaje bien alejado del héroe individual tan adictivo para el público norteamericano. Lo envió a su editor en Little, Brown and Company pero una llamada de John Edgar Hoover, director del FBI, hizo recular a la editorial. Lo mismo pasó con otras siete. El cerco se cerraba y la “lista negra” apretaba. Recogió dinero entre sus amigos de izquierda, sumó su sueldo y el de su esposa y creó la editorial Blue Heron Press que vendió en forma directa los primeros ejemplares. El éxito fue inmediato. Se vendieron 40.000 ejemplares en pocos meses y al finalizar el macartismo se habían vendido varios millones y se había traducido a 56 idiomas. Además, se realizó el film con Kirk Douglas quien presionó para que en los créditos aparecieran los datos del también prohibido guionista Dalton Trumbo lo que dio el golpe de gracia a las “listas negras”. La presión gubernamental arreció. Sus libros fueron eliminados de las bibliotecas y prohibieron su uso del correo para la distribución de publicaciones. Adoptó entonces varios alias (Walter Ericson, Behn Boruch, E. V. Cunningham) y no se privó de escribir y publicar. En su corto exilio en México escribió Cristo en Cuernavaca, que transporta a Jesús a la figura de un indígena mexicano con su niña enferma en su enfrentamiento con la parafernalia sanitaria gringa. Similar a su libro La pasión de Sacco y Vanzetti, sobre el martirio de los líderes obreros y su dignidad intacta ante la muerte injusta y a su obra Silas Timberman, la historia de un tranquilo profesor universitario en EE UU que, poco a poco, se sumerge en la lucha por la libertad individual y colectiva y cuya prosa se transforma en un apasionante registro de las injusticias generadas por el macartismo y un conmovedor reconocimiento a quienes lucharon contra él. Su oposición a la invasión soviética a Hungría y a la brutal represión en Budapest implicó su expulsión del Partido Comunista de EE UU. Ese hecho lo impulsó a escribir El dios desnudo una dolorosa y honesta descripción sobre sus ansias de un mundo mejor y la realidad de un aparato político que, en la práctica, contradecía la teoría igualitaria y democratizadora de la sociedad global que esgrimía. No abandonó sus ideas de izquierda, solo se quedó sin partido. Ingresó al mundo de la literatura negra con El ángel caído, se deslizó por el mundo del policial y del suspenso con Lydia, Helen- y _Samantha, más tarde con Shirley y por el universo de la ciencia ficción con El filo del futuro y El general derribó a un ángel. Retomó el relato social histórico de su país desde el terremoto de San Francisco (1906) hasta la década del ’70 a través de la saga de la familia Lavette con Los emigrantes, La segunda generación-, _El sistema y El legado. Los inmigrantes, las fortunas fortuitas y sus consecuencias, la Gran Depresión, la Segunda Guerra Mundial, la crisis postbélica, la Guerra de Vietnam, la impronta feminista. Luego publicó La confesión de Joe Cullen, denuncia literaria sobre las “guerras sucias” de EE UU en Centroamérica, su connivencia con las drogas, el contrabando, la corrupción del gobierno yanqui y los límites de la fe personal y en tu país. Un libro honesto en un momento sensible de la historia “gringa” para la que no estaban preparados ni sus amigos del “New York Times”. Final a toda orquesta con Greenwich, relato sobre el entramado de las relaciones humanas, la inocencia, la arrogancia, la brutalidad, la independencia personal, la culpa. Un combo exquisito. Y con su última obra, Sylvia, un rastreo detectivesco sobre el camino recorrido por una muchacha a punto de casarse con sus muestras de miseria, dolor y reconstrucción. Final relativamente optimista para un luchador contra adversidades y que olfateó un futuro difícil.
El final del verano del 2003 miró a la muerte de frente y se despidió sin sobresaltos. Con la vista impecable, el cuerpo cansado, la ilusión intacta y su pluma satisfecha.
Salú Howard Fast! Por tus historias que a algunos/as comunes nos insuflaron esperanza, nos hicieron sentir herederos de buenas gentes y nos acompañaron en momentos de decepción.

Ruben Ruiz
Secretario General 


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