Mixtura de lenguas para enfrentarse al poder
Un día como hoy pero de 1917 nacía Augusto José Antonio Roa Bastos, narrador, poeta, guionista, periodista, profesor y conferencista paraguayo. Uno de los mejores escritores latinoamericanos y uno de los que pasó más tiempo en el exilio forzado.
Hijo de Lucio Roa, de ascendencia española, empleado de un ingenio azucarero, y de Lucía Bastos, de ascendencia franco-portuguesa, culta, sensible, incansable, optimista, que condujo a su hijo al encuentro con la literatura, especialmente la Biblia y las obras de Shakespeare.
Nació en Asunción, pero a los pocos meses su familia se mudó a Iturbe, departamento de Guairá. En un barrio habitado por paraguayos de pura cepa e inmigrantes italianos, españoles, húngaros. Trabajadores/as, humildes, pudorosos. Allí pasó su infancia. Su padre no quería que fuera a la escuela para que no se contaminara con la lengua guaraní. Él mismo le daba clases, hacía sonar una pequeña campana a la mañana y preparaba las tareas. Todo fue inútil. Augusto se escapaba para jugar con sus amigos barrigudos y negros -según el mismo relató- con quienes aprendía guaraní, costumbres y mitos originarios de su tierra.
Fue su primer enfrentamiento con la exageración del poder: el paterno. Luego se enfrentó al poder del cura del pueblo, del dueño del Ingenio azucarero y de los dictadores de su país. En realidad, con la injusticia que generaba ese poder omnímodo, asfixiante, insensato, unilateral.
A los ocho años fue enviado a Asunción al cuidado de su abuelo, el obispo Hermenegildo Roa. Severo pero de mente abierta. Se encontró con la literatura de los clásicos españoles y también de Voltaire, Rousseau. El secundario lo cursó, en condición de pupilo, en el colegio San José. Con quince años ante la Guerra del Chaco, interrumpió sus estudios. Quiso ser parte, fue voluntario. Lo destinaron como auxiliar de enfermería y aguatero. Allí grabó en su mente experiencias que se transformarían en insumos de futuras obras literarias. Lucha hasta el alba fue la primera.
Terminada la guerra, retornó y trabajó como empleado del Banco de Londres y periodista en el diario El País, del que llegó a ser secretario de redacción. En 1942 se casó con Lidia Mascheroni, con quien tuvo una hija y dos hijos y con quien partió al exilio. Ese mismo año publicó El ruiseñor de la aurora, una obra que nunca le satisfizo. En 1944 integró el grupo “Vy’a Raity” (“Nido de la alegría” en guaraní) junto a Josefina Plá, Hérib Campos Cervera, Elvio Romero, Óscar Ferreiro y Hugo Rodríguez Alcalá. Fue el momento de su encuentro con Freud y Marx pero también con García Lorca, Alberti, Juan Ramón Jiménez y William Faulkner. Comenzaba la renovación de la poesía paraguaya.
En 1945 viajó a Gran bretaña invitado por el British Council y como corresponsal de guerra de “El País”. Trabajó en la BBC, entrevistó a De Gaulle y Malraux en Francia y asistió como periodista a los juicios de Nüremberg. Sus notas eran publicadas con marcado éxito en el diario. A su vuelta, se produjo un frustrado golpe de estado contra el dictador Higinio Morínigo que dio paso a una cruenta guerra civil que finalizó con la derrota de los sublevados y la muerte de 30000 civiles y militares.
El ministro de Hacienda Juan Natalicio González, ordenó la captura de Roa Bastos bajo el pretexto de una supuesta filiación comunista. Ingresaron a su domicilio, Roa Bastos se escondió en el tanque de agua durante dos días, logró escapar y refugiarse en la embajada de Brasil hasta que, tres meses después, le otorgaron un salvoconducto para salir del país junto a su familia. Comenzaba su largo exilio forzado. Su primer y más dilatado destino, la República Argentina.
Trabajó de corredor de seguros en “La Continental”, cartero, vendedor de objetos de oro y plata y de repelentes, mozo de dormitorio en un albergue transitorio, corrector en “Clarín”, autor teatral, guionista cinematográfico. Ganó por concurso la cátedra de cine en la Universidad de La Plata. En 1953 publicó su primer libro de Cuentos: El trueno entre las hojas, obra en la que describía de manera descarnada la explotación de los obreros en el campo paraguayo, el choque de cosmovisiones entre el guaraní y el extranjero, la ruptura del primitivo orden mágico de las cosas con la irrupción del poderoso, la miseria extrema, la lucha esperanzada por la dignidad, la escalada de la violencia; enmarcado en un naturalismo riguroso y con pinceladas de grotesco dramático.
En 1960 publicó el poemario El naranjal ardiente y una novela que lo distinguió como un adelantado del modernismo sudamericano: Hijo de hombre. Obra en la que se cruzan los relatos del protagonista principal y de personajes aludidos por él, viajan por el interior paraguayo, conviven con la lengua, tradiciones y mitos guaraníes, se mezcla con el español y develan el peso de la tragedia histórica del pueblo guaraní entre la Guerra de la Triple Alianza y las primeras décadas del siglo XX.
Su escritura crecía. Se publicaron sus libros de cuentos El baldío, Los pies sobre el agua, Madera quemada y Moriencia hasta que llegó el título que lo catapultó a la consideración internacional: Yo, el Supremo.
Una precisa descripción del ejercicio del poder absoluto y sus consecuencias. Un relato en primera persona sobre los 26 años del gobierno del revolucionario y dictador perpetuo José Gaspar Rodríguez de Francia en la que se entremezclan otras voces y se adicionan datos para que el lector sopese la historia desde su propia visión. Es un retrato realista, sin demonización ni subestimación del grado dramático de autoritarismo y aislamiento que se vivió. Al mismo tiempo, una búsqueda de la “oralidad escrita” guaraní mixturada con el castellano que puebla a la obra de neologismos, deformaciones y juegos lingüísticos exquisitos.
En 1976 lo corrió otra dictadura sangrienta, esta vez en Argentina. Recaló en Toulouse, más precisamente en el 11 de la rue Van Gogh, donde vivió hasta su retorno a Paraguay en 1989. Fue nombrado profesor de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Toulouse y creó el Curso de Lengua y Cultura Guaraní y el Taller de Creación y Práctica Literaria. El 30 de abril de 1982 intentó regresar a su patria para registrar a su hijo Francisco. Fue detenido bajo la excusa de que difundía literatura marxista, fue deportado y decomisado su pasaporte.
A raíz de este hecho España le concedió la ciudadanía honoraria. Se transformó en estandarte internacional de la lucha contra la dictadura, se convirtió en el embajador no oficial del Acuerdo Nacional en Europa y en febrero de 1986 publicó Carta abierta al pueblo paraguayo de gran repercusión política y social en su tierra. En 1989, tras la caída del dictador Alfredo Stroessner, volvió al Paraguay y terminó su autoimpuesto ostracismo literario. Publicó Vigilia del Almirante, El fiscal, Contravida y Madama Sui, la versión teatral de Yo, el Supremo y la obra de teatro La tierra sin mal.
En 2001 publicó, en colaboración con Alejandro Maciel, Omar Prego Gadea y Eric Nepomuceno, Los conjurados del quilombo del Gran Chaco, una obra que cruza realismo y ficción para describir el entramado de heroísmo, traiciones, ejecuciones, cuestiones domésticas y fanatismos que convivieron en la época de la injusta Guerra contra el Paraguay. Un collage literario escrito por autores de las cuatro naciones involucradas en ese desgraciado conflicto.
Sensible, parsimonioso, apasionado, creativo, narrador puntilloso e implacable contra la naturaleza del poder en cualquier escala, perseverante, integrante del club de los innovadores literarios que merecen ser leídos.
Salú Roa Bastos! Por tu originalidad para develar lo que el poder y la historiografía oficial quisieron ocultar, por la sonoridad de tu literatura, por tu firmeza e imaginación para sostener con coherencia tu prédica por la libertad y la justicia.
Ruben Ruiz
Secretario General