El actor indispensable que se transformó en un ícono desde los papeles de reparto
Un día como hoy pero de 2023 se despedía José Carlos Soriano, actor, director y dirigente sindical argentino que representó la esencia de la actuación: talento macerado con trabajo ininterrumpido, fidelidad innegociable a los textos, máscaras sorprendentes, cercanía con el público, sensibilidad a flor de piel, transmisión de emociones, humor corrosivo, influencer de la reflexión.
Nació en 1929 el barrio de Colegiales de la ciudad de Buenos Aires. A los cinco años rasgueaba la guitarra y antes de entrar a la adolescencia ya sabía las canzonetas que cantaban los italianos amigos de la familia. Su padre había escrito un par de sainetes. El arte lo rodeó desde chico. Su maestro fue Antonio Cunill Cabanillas. Su aptitud fue la búsqueda y la perseverancia.
Debutó en el Teatro Colón con «Sueño de una noche de verano», de Shakespeare y después arremetió con «El burgués gentilhombre» de Moliere, «Como él le mintió» (de George Bernard Shaw), «El regreso del hijo pródigo» (de André Gide) y «¡Ah! Soledad» (de Eugene O’Neill).
Su primer papel cinematográfico lo desempeñó en “Adiós muchachos” (1955), dirigida por Armando Bó. Su primer éxito en la pantalla grande fue “Tute cabrero” (1968), con Juan Carlos Gené y Luis Brandoni, historia en que tres dibujantes técnicos se encuentran en el dilema de decidir quién será despedido antes que la empresa lo haga por ellos.
Ese año incursionó fuerte en la televisión con un sketch de dosis mínima de tiempo: Don Berto. Coreografía minimalista, silla de paja. El abuelo delirante y cabezadura con su dialecto napolitano entreverado con el castellano, su entusiasmo por “la gorda”, su rencor con el yerno, sus trampas infantiles, sus planteos tramposos, los fallos de su memoria. Un antagonista imprescindible como Alberto Irizar y el llamado de la nieta: “Abuelo, la leche está servida…” que auguraba el final. El temblor de los brazos, la mano en las comisuras de la boca, la mirada pícara, el humor ácido era sus marcas escénicas registradas. Vecino tierno y maldito a la vez.
Entretanto, despuntó el vicio en las tablas. “El violinista en el tejado” donde protagonizó a Tevye, lechero de un pueblo de Rusia que intenta mantener sus creencias, tradiciones religiosas y culturales ante las influencias exteriores que modifican los acontecimientos familiares.
Tras cartón, otro pleno: “Juan Lamaglia y Sra.”. Buen pasar, doble vida, insatisfacción y frustración por doquier. Después siguieron “El ayudante”, “Las venganzas de Beto Sánchez”, entre otras. En 1974 protagonizó otro gol olímpico: “La Patagonia rebelde” dirigida por Héctor Olivera y basada en el libro Los vengadores de la Patagonia trágica escrita por Osvaldo Bayer. Fue parte de esa delantera imbatible: Luis Brandoni, Héctor Alterio, Federico Luppi, Osvaldo Terranova y Franklin Caicedo. Su personaje, el anarquista alemán Schultz. Sanguíneo, curtido, experimentado, consejero veraz, soñador, heroico hasta las últimas consecuencias.
En cuatro meses la película fue vista por 380.000 espectadores en la ciudad de Buenos Aires y 1.200.000 en todo el país. La persecución lopezrregista la sacó de cartel y la mayoría de sus creadores y personajes tuvieron que exilarse amenazados por la Triple A.
A pesar de las presiones del aparato represivo ilegal, ese mismo año actuó en “Los gauchos judíos”, de Juan José Jusid sobre libro de Alberto Gerchunoff. Un drama sobre la inmigración judía en la provincia de Entre Ríos. Trabajador incansable, imprimió un ritmo mayor a su actuación teatral y lució en “Lisandro”, sobre la agitada vida del creador del Partido Demócrata Progresista y “El inglés”, un espectáculo artístico-musical escrito por Juan Carlos Gené y ejecutada en asociación con El Cuarteto Zupay.
En 1975 protagonizó una obra de teatro que continuó hasta el final de sus días por toda la Argentina: “El loro calabrés” y que lanzó en un café concert de Rosario. Unipersonal inspirado en hechos de su infancia, anécdotas vivas, las consecuencias del paso del tiempo, la locura y la lucha contra ese estado de sordidez, la pasión por la actuación y los relatos sobre compañeros de aventuras. En el final, un reparto de pedazos de pan entre el público, símbolo de unión y esperanza en la sabiduría colectiva. La obra fue una de sus compañeras en el exilio interno y luego un sostén frente a la degradación de la democracia.
En 1979, se lució en “La nona”. Primero en el teatro y de sopetón en el cine. Antológica actuación representando a Carmen Racazzi (la nona) que se come todo, que invade todo el espacio, que obliga a sus familiares a encontrar estrategias para compensar el gasto de comida que insume la más longeva y que termina por deglutir a su propia familia. Una metáfora sobre el poder, la desesperación ante ese estrago inmanejable y sus consecuencias.
Ni bien entrada la dictadura filmó “No toquen a la nena” y de ahí al exilio interno. Pequeñas apariciones en el cine lo blindaron contra el olvido: “Sentimental, réquiem para un amigo”, “Pubis angelical”, “Los enemigos” y “Celebration” en el teatro. La democracia lo devolvió al gran público con su personaje de Lisandro de la Torre en “Asesinato en el Senado de la Nación”, “Pobre mariposa”, “Funes, un gran amor”, “Una sombra ya pronto serás”, entre otras muchas.
Sus incursiones en España también dejaron estela. “Farmacia de guardia” que se reprodujo durante cuatro años en horario central en TVE; la película “Espérame en el cielo”, en el papel de Paulino Alonso, un ortopedista con gran parecido físico al dictador Francisco Franco que el gobierno secuestra para usarlo como doble en los actos públicos y que pierde el contacto con la familia y hasta pierde su verdadera identidad o “El mar y el tiempo” o “Una gloria nacional”.
En el ida y vuelta entrecruzó las tablas: “Gris de ausencia”, “Visitando al sr. Green”, “La laguna dorada” o “El precio” con la televisión: “R.R.D.T.” y “Trillizos, dijo la partera”, comedia con la que ganó el premio Martín Fierro al mejor actor de reparto o “La leona”. Su última película fue “Nocturna” (2021) junto a Marilú Marini, un thriller oscuro e inquietante, que navega en el análisis de la soledad y las relaciones humanas, sus fantasmas y sus angustias.
Nunca olvidó su pertenencia. En 1953 se afilió a la Asociación Argentina de Actores, compartió la Secretaría de Cultura del gremio con Bárbara Mujica, Carlos Carella, Onofre Lovero y Roberto Mosca durante la presidencia de Juan Carlos Gené y fue fundador y primer presidente de SAGAI, la sociedad de gestión y administración que protege los derechos de propiedad intelectual de actores, actrices, intérpretes de voz, bailarines y bailarinas. Además, fue uno de los iniciadores de Teatro Abierto, esa patriada contra la censura y el miedo. Un todoterreno.
En la primavera de 2023 apagó la luz. Don Berto, Luis Sosa, Beto Sánchez, el alemán Schultz, La nona, Piatti, Alejandro López Castañón, Cambón, Lisandro, Shloime, Herminio, Coluccini, Ulises, Tevye, Norman, Enrique Cano, Paulino Alonso y decenas de personajes más lo acompañaron en su cortejo junto a miles de comunes que disfrutaron de su arte.
Enérgico, sensible, solidario, talentoso, comprometido, íntegro, hincha de Independiente, amante de una golosina de otra época: el gofio, niño explorador de Don Bosco. Un personaje silencioso y con la vista siempre alta de nuestra popular imaginaria.
Salú Pepe! Por emocionarnos, por hacernos reír y pensar, por ganarle a la locura y al miedo.
Ruben Ruiz
Secretario General