El coplero del pueblo, los paisajes y los mitos de tierra adentro
Un día como hoy pero de 1918 nacía Manuel José Castilla, poeta, letrista, escritor, periodista y titiritero argentino, autor de enormes clásicos de nuestro cancionero folklórico, representativos del noroeste argentino, que fueron interpretados por innumerables cantantes de diversos orígenes musicales. Pionero de la poesía social de esa región argentina que, contradictoriamente, sigue siendo un autor marginado.
Nació en una casa ferroviaria de la estación de Cerrillos, Salta. hijo de Juana Dolores Mendoza Diez Gómez y de Ricardo Anselmo Castilla, trabajador ferroviario. Nieto de un político radical porteño que había participado en la Revolución del ’90 y tenía sus mismos nombres. Su ascendencia proviene de don Pedro de Castilla, empleado de hacienda de Buenos Aires y Bolivia a principios del 1700, a su vez, abuelo del Gran Mariscal del Perú Ramón Castilla, varias veces presidente y quien abolió la esclavitud en ese país. Por línea materna descendía del coronel Diego Diez Gómez, teniente gobernador y capitán de guerra de Salta a finales de 1600.
Cursó sus estudios primarios en la Escuela Zorrilla y el secundario en el Colegio Nacional de su provincia natal. En 1936 comenzó a trabajar en el periódico salteño El Intransigente. En los primeros tiempos era el encargado de listar las farmacias de turno y comunicar los resultados de las divisiones inferiores del futbol de su provincia. Compartió redacción con los poetas Raúl Aráoz Anzoátegui, Miguel Ángel Pérez, Walter Adet, Ervar Gallo Mendoza o Jacobo Regen y, lentamente, se convirtió en uno de los más exquisitos columnistas.
Fue titiritero trashumante por la Argentina, Bolivia y Perú, primero junto a Jaime Dávalos y luego con los pintores Pedro Diego Raspa y Carlos “Pajita” García Bes. En esos años se casó con María Catalina Raspa, con quien tuvo dos hijos. Gabriel, alias “Huayra”, heredó ese digno oficio.
En 1941 publicó su primer poemario: Agua de lluvia y tres años después editó *Luna muerta, un libro de poemas, dedicado “a los indios del Chaco de Salta”. Marginados, sufridos, explotados y silenciosos. Crítica social profunda desde la observación en el lugar de los hechos y personificada: “Juan del aserradero”, “Matacos” y el imperdible Inocencio. Además, contenía un capítulo dedicado a los trabajadores de los ingenios azucareros y su duro mundo: versos espesos en “El machete” y “El capataz”, entre otros.
A finales de la década del ’30 el movimiento cultural y académico tenía un epicentro en San Miguel de Tucumán. La creación de la facultad de Filosofía y Letras en la Universidad de Tucumán donde abrevaron Silvio y Risieri Frondizi, Manuel García Morente, Marcos A. Morínigo, Enrique Anderson Imbert, entre otros, dinamizó la vida intelectual local. La aparición de publicaciones literarias como “Cántico”, “El mar y la pirámide”, “Norte argentino” o “Tuco” le dieron raigambre y conocimiento público.
Fueron antecedentes necesarios para el nacimiento del movimiento La carpa que cofundaron el poeta jujeño Raúl Galán, los salteños Manuel J. Castilla, Raúl Aráoz Anzoátegui y José Fernández Molina, los tucumanos/as Julio Ardiles Gray, María Elvira Juárez y Sara San Martín; los santiagueños/as Nicandro Pereyra y María Adela Agudo. Funciones de títeres, recitales de poesía, conciertos y un prolífico trabajo editorial. Como correspondía, tuvo su Manifiesto Poético. Afirmaban con cierta vehemencia, “Creemos que la poesía tiene tres dimensiones: belleza, afirmación y vaticinio (…) Nosotros preferimos el galardón de la poesía buscando las esencias más íntimas del paisaje e interesándonos de verdad por la tragedia del indio, al que amamos y contemplamos como un prójimo, no como un elemento decorativo”.
“El Barbudo” Castilla siguió publicando: La niebla y el árbol, Copajira, dedicada a los mineros de Oruro y Potosí, a los que trabajan en los socavones, los que lavan las arenas de los ríos para encontrar pepitas de oro, las mujeres palliris que trabajan en las canchaminas separando el metal de la roca estéril y los niños hambrientos e inventores de un mundo lúdico. También publicó La tierra de uno, Norte adentro y El cielo lejos.
A mediados del ’50 se sumergió en el mundo del folklore junto al “Cuchi” Leguizamón y al guitarrista y compositor Eduardo Falú y crearon una delantera imparable. Así nació la iniciática “Zamba del pañuelo” y luego vendrían otros temas emblemáticos de la dupla con el “Cuchi” como Lloraré, Zamba de Lozano, dedicada a la “niña Yolanda” y de rebote a las cholitas que bailan el Carnaval, Lavanderas de Rio Chico, sobre esas mujeres que poblaban de ropa las orillas desde Nieva a Cuyaya, La arenosa, a Cafayate, su vino y el rio Calchaquí.
Y temazos como La pomeña, a la entrañable Eulogia Tapia que pisaba la luna; Balderrama, en honor a ese boliche donde se juntaban los obreros, los aurigas de coches de plaza y algunos periodistas con manteles de papel y se mezclaban comidas picantes y chistes bravos o Zamba de Juan Panadero, a Juan Riera que amasaba al lucero, que a los pobres les dejaba la puerta abierta y a quien le gustaba que lo recordaran cantando.
Con Falú también pisó fuerte. El Carnaval del duende, enamoramiento y miel de algarroba; La catamarqueña, a Belén, sus telares, la vendimia y el nogal; La cantora de Yala, a Santa Leoncia de Farfán y su canto alegre en la Quebrada de Reyes, Juan del Monte, chacarera en un medio solitario y de amor primitivo. Tampoco se privó de componer con otros compinches como en Canción de las cantinas junto a Rolando “Chivo” Valladares o Canción de la Palliri con Ramón Navarro.
El hachero Maturana, la coplera de La Poma, el solidario panadero español y anarquista, las cholas, la melodía espesa de la cantina, las palliris, los mineros, el vacío del desamor, las quebradas, el aroma de las flores solitarias, zambas, chacareras, bagualas y cuecas fueron personajes y paisajes que describió con facilidad por ser parte inseparable de ese territorio.
Continuó su marcha poética y publicó Bajo las lentas nubes, Amantes bajo la lluvia, Posesión entre pájaros, Tres veranos, Cantos del gozante, Cuatro carnavales, entre otros y se animó con la prosa solo dos veces: De solo estar y Coplas de Salta. Recibió el premio del Fondo Nacional de las Artes (Mendoza), el Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores y el Primer Premio Nacional de Poesía del Ministerio de Educación y Cultura de la Nación en dos ocasiones.
Poeta celebrante, cultor de la narración y el mito, revelador de imágenes reconocibles, coplero carnavalero, retratista de los héroes cotidianos que encontraba en su trajinar incansable, “escuchador” del anecdotario popular que alimentaba sus letras y transformaba con maestría.
En el invierno de 1980 toda su energía se transformó en calma prolongada. Nos quedamos con una de sus frases gozantes: “…si ya estoy muerto, /échenme arena y agua. Así regreso”.
Salú Manuel J. Castilla! Un integrante festejante y feliz de nuestra popular imaginaria…
Ruben Ruiz
Secretario General