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Efemérides 14 de Febrero – Día Mundial de la Energía

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Día Mundial de la Energía

Un día como hoy pero de 1949, la Organización de las Naciones Unidas instituyó el Día Mundial de la Energía con el objetivo de impulsar el acceso universal a los servicios energéticos fiables y modernos, disminuir la utilización de energías no renovables y promover el uso de fuentes alternativas. La República Argentina se sumó a esa conmemoración mediante el Decreto Nº 3613/49.
La energía es un recurso que está asociado al desarrollo humano y a la calidad de vida cotidiana. El acceso a la energía es un derecho social que vive en tensión permanente con la pretensión de manejarlo como un comodity limitando las condiciones de vida de millones de personas. Su forma de producción y uso nos enfrenta a otro dilema: la degradación del medio ambiente y el desarrollo de las naciones.
El cambio climático es una realidad. El crecimiento económico de los países en desarrollo es una necesidad. La inequidad planetaria y la historia de las sociedades están marcadas, en una parte sustancial, por la posesión y el manejo de los recursos energéticos. Especialmente, en la actualidad.
La depredación de nuestra casa común está liderada por los grandes dominadores de la economía mundial y sus prácticas insostenibles y por gobiernos débiles o corruptos que la permiten. Otro elemento desestabilizador es el consumismo, impulsado insistentemente por los poderosos de turno.
La discusión sobre la producción y uso de energía, el desarrollo humano, la generación de una economía sostenible para preservar el medio ambiente y la construcción de un nuevo paradigma no es neutral ni solo académica. Es política y demandará cambios profundos en la producción de bienes, acumulación de riqueza y compromiso individual y colectivo para vivir en un mundo sustentable y justo.
Los 30 países más desarrollados del planeta, que representan el 15% de la población, consumen el 60% de las formas modernas de energía. Un 30% de la población mundial no tiene acceso a esas formas avanzadas de energía y un 13% directamente no tiene acceso a la electricidad.
Los países más desarrollados que crecieron en base a la economía del carbón y el hierro (y luego del petróleo) demandan al resto del mundo un cambio abrupto en las prácticas económicas y ambientales pero no están dispuestas a disminuir su participación en la contaminación existente y dilatan la firma de acuerdos ambientales. Una actitud patética pero real. Le piden al mundo no desarrollado que ralentice sus posibilidades de crecimiento pero ellos no son capaces de emitir menos gases de efecto invernadero.
Curiosamente, los países poseedores de los recursos energéticos más importantes son los menos desarrollados y los que se encuentran ante esta contradicción flagrante, cuya resolución determinará en gran medida el futuro de la especie humana.
Esta compleja situación no permite respuestas simplistas o efectistas. Nadie querrá vivir en la oscuridad o sufrir frío o el calor sin posibilidad de mitigarlo o que se detenga la actividad económica y tampoco nadie querrá ser instrumento de la destrucción del planeta.
Existen dos conceptos que nos pueden ayudar a descifrar este acertijo: transición energética y uso racional de la energía. Ambos colisionan con la depredación ambiental, la acumulación de riqueza desmedida, la falta de límites a la producción contaminante y el consumismo exacerbado.
La transición energética implica entender que los cambios en nuestras costumbres de producción y uso de la energía deberá ser gradual, permanente y razonable. Existen recursos suficientes para encarar este camino y limitar los efectos del cambio climático por la actividad humana. Para ello, será necesario reconocer las inequidades existentes entre las naciones, asumir compromisos posibles y utilizar los diferentes recursos energéticos con prácticas menos contaminadoras.
En la Argentina tenemos ventajas comparativas. Cantidades razonables del hidrocarburo menos contaminantes: el gas natural. Existencia ingente de litio. Zonas extensas con uno de los mayores índices de impacto de energía solar por kilómetro cuadrado del mundo, extensas regiones con viento regular todo el año, numerosos ríos y saltos de agua, mareas sostenidas a lo largo de nuestra costa atlántica, cantidades importantes de biomasa, 300 puntos de interés geotérmico a lo largo de la Cordillera de Los Andes.
En la actualidad, la ecuación energética de la República Argentina se conforma de la siguiente manera: gas (51%), petróleo (30%), renovables (9%), hidráulica (5%), nuclear (4%), carbón (1%).
Es indudable que el recurso más abundante, viable y limpio para liderar la transición energética es el gas natural y su uso racional y estratégico permitirá un ascenso sostenible de las energías renovables. Por otra parte, la energía nuclear ha sido declarada energía limpia en el contexto de la transición energética. Además, la tecnología que despunta en las cuencas carboníferas es la gasificación del carbón bajo tierra (UCG), un método antiguo que aún necesita un mayor desarrollo tecnológico para su uso masivo.
La mayoría de estas fuentes energéticas implican un grado de contaminación. Pero en todas estas actividades se están desarrollando mecanismos de limitación a ese componente no deseado para que la transición hacia energías limpias sea posible en el menor lapso de tiempo y, a la vez, sea un componente activo en la generación de puestos de trabajo de calidad y palanca de desarrollo económico.
En Argentina existe otra herramienta subexplotada; la recuperación de pozos de petróleo y gas que han sido sellados y que fueron recuperando fluidos y líquidos por efecto de la dinámica de la propia naturaleza que aprovecha el vacío generado por el corte de la producción hace algunos años.
Por eso es importante, recurrir a los recursos existentes y desechar nuevas formas de producción que tengan impacto ambiental negativo o afectación a la corteza terrestre y la vida en los mares o aumente el riesgo de derrames o desastres ambientales de gran magnitud.
El sol, el viento y el agua deben ser socios privilegiados de la humanidad en la lucha contra la degradación ambiental. Los recursos acumulados durante millones de años en el seno de la Tierra deben tener un uso racional y estratégico para permitir que todos y todas alcancemos una calidad de vida razonable en este tránsito complejo a nuevas costumbres y formas de producción energética.
No hay dudas que será una batalla económica, cultural y de reparación social. Quienes se beneficiaron con el uso de recursos contaminantes y lideraron la contaminación ambiental durante decenas de años deberán cambiar sus prácticas y permitir que la mayoría de la humanidad que no alcanzó niveles sociales justos y sustentables desarrollen una producción sostenible que acelere su crecimiento y, al mismo tiempo, generemos colectivamente nuevos hábitos de consumo que evite el despilfarro de recursos por parte de una minoría y condene a la escasez a cientos de millones de personas.
Los próximos años nos darán la talla. Sabremos si somos capaces de crear un mundo más justo, sostenible y con un uso racional de los recursos disponibles o no. La energía es, sin duda, un punto central en la resolución correcta de este jeroglífico. Lo contrario, será la consolidación de una degradación ambiental y social devastadora, contraria a los intereses de la humanidad.
La solución está en manos de las mayorías conscientes del desafío. La energía accesible, su uso racional y una conciencia ambiental no despegada de las necesidades humanas son herramientas formidables.

Ruben Ruiz
Secretario General 


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