Flora Tristán
Un día como hoy pero de 1844 nos dejaba Flora Celestina Teresa Enriqueta Tristán y Moscoso Lesnais, escritora autodidacta, pensadora lúcida, luchadora socialista y una de las fundadoras del feminismo temprano.
Nació en París en 1803. Hija de Thérèse Lesnais, francesa que había emigrado a Bilbao luego de la Revolución, y de Mariano de Tristán y Moscoso, coronel peruano nacido en Arequipa (Virreinato del Perú) y miembro de la Armada Española. La pareja se había trasladado a la capital gala y había contraído matrimonio solo ante un sacerdote. Las leyes y las autoridades francesas no le adjudicaron validez a ese acto dado que en 1804 el Código Civil había restituido la autoridad patriarcal sobre esposa e hijos/as y herencia exclusiva en cabeza del hombre sobre los bienes en los casos en que no existieran registraciones jurídicas del matrimonio.
Ese hecho sería crucial para la vida futura de Flora y su madre ya que quedaban al margen de los derechos hereditarios en caso del deceso del pater familiae. En efecto, en 1807 su padre murió y la vida de holgura de Flora y su familia se acabó abruptamente. La comodidad de la vivienda de la calle parisina de Vaugirard, donde los visitaban frecuentemente Simón Bolívar, Simón Rodríguez y el naturalista Aimé Bonpland, entre otros, pasaría a ser un recuerdo.
El nuevo escenario era una casa precaria en los alrededores de la Place Maubert donde vivían en condiciones penosas. A los 16 años Flora comenzó a trabajar como obrera colorista en un taller de linotipia. Al año siguiente, acuciada por la pobreza, fue obligada por su madre a contraer nupcias con el dueño de la empresa donde trabajaba, André Chazal. Fueron años dramáticos. Los malos tratos eran cotidianos y, en cuatro años, fue madre de tres párvulos: Alexandre, que murió a los pocos meses, Ernest y Aline. En 1826 huyó de su hogar con sus hijos. Chazal inflamado por los celos, la persiguió incansablemente y comenzó una batalla legal que duraría 12 años y que finalizó con un acuerdo judicial: custodia del hijo para el padre y de la hija para la madre.
La realidad de Flora era extremadamente difícil: hija no reconocida y esposa separada en un país donde no existía el divorcio. De obrera pobre había pasado a la condición de paria. Su existencia se complicaba. Su conciencia se aclaraba. La desigualdad humana no era solo una cuestión de clase; se profundizaba con la condición de género.
Flora se sintió amenazada por su ex marido y comenzó una vida errante por diferentes barrios de París. Gracias a un amigo de la familia, el capitán Chabrié, logró una comunicación epistolar con su tío, Juan Pío Tristán y Moscoso que vivía en Perú. Decidida a recuperar sus derechos hereditarios resolvió viajar a América. El 7 de abril de 1833 cumplió 30 años y se embarcó en “El Mexicano”, propiedad del capitán Chabrié. El viaje duró cinco meses. Llegó a Arequipa con equipaje mínimo.
Reclamó y discutió con su tío la división de la herencia paterna durante varios meses. La negativa de su pariente fue cerrada, sostenida en la inexistencia de documentos que acreditaran su condición de hija legítima de su hermano Mariano. Solo accedió a oblar una pequeña pensión mensual. En abril de 1934 se trasladó a Lima desde donde partió a Liverpool tres meses más tarde. Hizo escala en la ciudad africana de Praia (Cabo Verde) en la que constató consternada la magnitud y crueldad de la esclavitud existente en esa isla.
Unos meses después, desembarcó en Inglaterra y se topó con la esclavitud moderna que imperaba en Londres. Las condiciones de vida de los obreros eran paupérrimas. Sus convicciones eran cada vez más firmes y se veían corroboradas por la desigualdades e injusticias de la vida real.
De ese período son dos de sus obras.
Peregrinaciones de una paria, relato autobiográfico en el que intercala datos geográficos del viaje y la descripción de los intereses que la animaron a la travesía: el reconocimiento familiar, la recuperación de identidad y la parte de la herencia que le correspondía. Sus orígenes europeos y americanos compiten constantemente para explicitar sus opiniones sobre civilización, marginalidad y desplazamiento. Apeló a episodios y escenas para describir a la sociedad arequipeña y la propia evolución de su pensamiento.
La otra es Paseos en Londres, donde reflexionaba sobre su experiencia en tierra sajona en diferentes períodos (como institutriz de una familia inglesa, al regresar de Perú y en un viaje realizado en 1839). Es un relato descarnado, franco, modelado por la indignación y la protesta ante los grados exacerbados de explotación de los obreros y los niños, la extrema condición subalterna de las mujeres, la desesperanza y el descontento generados por la miseria profunda, la soberbia de los poderosos y también la capacidad de organización de los trabajadores/as ingleses.
Retornada a Francia, promovió campañas a favor de la emancipación de la mujer, los derechos de los/as trabajadores y en contra de la pena de muerte. Pero el calvario con su ex marido no había finalizado. La ira de André contra Flora seguía intacta. Intentó asesinarla en plena calle pero fracasó. La dejó malherida. Se pudo recuperar. Como consecuencia de tamaño hecho, Flora logró la separación definitiva y recuperó la custodia de su hijo. André fue condenado a 20 años de trabajos forzosos.
En su bagaje intelectual se asentaban sus lecturas de las obras de Mary Wollstonecraft, Saint Simon, Charles Fourier, George Sand, Anna Wheeler, Robert Owen, entre otros. En su cuerpo tenía inscriptas las consecuencias de la violencia machista, en su devenir pesaban las diferentes discriminaciones sufridas. No poseía conocimientos académicos para desplegar conceptos sistematizados, pero sí una experiencia vital de enorme peso y una habilidad innata para expresar sus pensamientos.
Convencida de la necesidad de la unidad de los/as trabajadores para dar una pelea efectiva contra el poder y del papel que les cabía a las mujeres en esa lucha, lanzó Unión Obrera, manifiesto político en el que develaba que, en la vida real, no todos los seres humanos son iguales ante la ley y que los derechos del ciudadano no son equivalentes a los derechos de la ciudadanía.
Se dirigió a los y las trabajadoras como la clase más numerosa y más útil, no solo la más pobre. Enfatizó la necesidad de revalorizar la importancia del trabajo manual, el respeto de los derechos de quienes mueven la rueda de la historia y de la unidad universal necesaria para lograrlo, la experiencia asociativa en la vida económica, la centralidad de la educación -especialmente de las mujeres que eran sistemáticamente excluidas-, la necesidad de la participación política de la clase obrera y la convicción de que la emancipación de los trabajadores estaba íntimamente vinculada a la emancipación de las mujeres.
Creó la consigna “Proletarios del mundo uníos” y fue la primera mujer en hablar de socialismo, de la lucha proletaria sin medias tintas, de la lucha sin cuartel contra la ignorancia como herramienta fundamental de la emancipación humana, de la unidad mundial de los trabajadores para lograr la victoria sobre la minoría dominante y del carácter pacífico del cambio de sociedad.
El tifus se interpuso de forma fatal en su recorrida por Francia para hacer conocer estas ideas y proclamar la necesidad de organizarse ante el atraso, la falta de derechos y ante la avaricia y la rapiña como modo de acumulación y opresión de las mayorías.
En 1846 se publicó en forma póstuma La emancipación de la mujer, un alegato contra los mecanismos que consolidaban la opresión de las mujeres. La organización del estado, la religión, los mandatos de subalternidad, la inferioridad en el contrato matrimonial, el precio del silencio ante semejantes injusticias. Un texto anticipatorio y actual.
Salú Flora! Por tu coraje para enfrentar la discriminación y la violencia, por tu lucha clara contra la miseria, la ignorancia, las instituciones patriarcales y el oscurantismo y por tu feminismo realista y vigente.
Ruben Ruiz
Secretario General