Giordano Bruno
Un día como hoy pero de 1600 fue quemado en la hoguera Filippo Bruno, filósofo, astrónomo, matemático, teólogo y poeta italiano, que fue el mayor desafiante de la iglesia católica en su época y un azote moral contra la Inquisición.
Nació en Nola, cerca de Nápoles. Hijo de Fraulissa Savolino y Giovanni Bruno, militar del ejército español. Cursó sus primeros estudios en su ciudad natal y a los 14 años partió a Nápoles. Allí tomó clases de lógica y dialéctica. En 1565 ingresó en el monasterio de Santo Domingo Mayor de Nápoles, perteneciente a la Orden de los Dominicos, donde se dedicó al estudio de la filosofía aristotélica y a la teología de Santo Tomás. En ese momento decidió cambiar su nombre por el de Giordano. En 1566 cursó como profeso; en 1570 fue ordenado subdiácono y en 1571, diácono.
Su conducta era irreverente. Se negaba a venerar las imágenes de los santos (aceptaba solo el crucifijo), hacía recomendaciones a otros novicios sobre la conveniencia de las lecturas y fue acusado de poseer libros de Erasmo de Rotterdam, autor prohibido por el catolicismo reinante. Por estas razones le iniciaron varios procesos. No obstante, en 1573 fue ordenado sacerdote y en 1575 se recibió de teólogo. Sus opiniones hacían crecer el escándalo y los procesos en su contra.
Llegó a acumular 130 causas.
Bruno rechazaba que la Tierra fuera el centro del cosmos. Sostenía que los objetos se componían de átomos movidos por impulsos, que no había, entonces, diferencia entre materia y espíritu y, por lo tanto, que la transmutación del pan en carne y el vino en sangre en la eucaristía católica era falsa. Fue suficiente para que se lo acusara de herejía y otras yerbas.
En marzo de 1576, por temor a las represalias de la Inquisición, huyó del convento hacia Roma sin que las causas finalizaran. Se alojó en el convento de Santa María sobre Minerva, pero por poco tiempo. Un nuevo proceso iniciado por los dominicos lo obligó a dejar los hábitos y comenzar una vida errante. Vivió en Génova, Savona, Noli, Turín, Milán, Bérgamo, Brescia, Padua y Venecia. Enseñó gramática y cosmogonía a los niños, estudió las obras de Nicolás de Clusa (uno de los primeros filósofos de la modernidad) y adoptó el sistema de Nicolás Copérnico. Luego, recaló en el convento de Chambéry, cerca de la ciudad francesa de Lyon, donde retomó los hábitos.
En 1579 viajó a Ginebra, donde fue apadrinado por el calvinista napolitano marqués de Vico, se inscribió en la universidad y abandonó definitivamente los hábitos. Su estadía duró pocos meses. Luego de publicar una crítica a las clases de filosofía del pastor y profesor Antoine de La Faye –en las que encontró veinte errores– fue procesado por difamación, arrestado y obligado a retractarse. Retornó a Francia.
Se afincó en Toulouse, trabajó como profesor titular de filosofía en la universidad, dictó clases, se doctoró en teología y escribió Clavis magna, un compendio sobre el arte de la memoria con reglas prácticas para su ejercicio, y una explicación sobre el tratado De Anima, de Aristóteles. Lamentablemente, una violenta guerra religiosa entre católicos y hugonotes en el sur de Francia truncó su permanencia en Toulouse.
En 1581 fue convocado por el rey Enrique III para trabajar como profesor en la Universidad de París y en el cuerpo de lectores reales (eruditos). Allí escribió la primera parte de Las sombras de las ideas, una fenomenal obra de reglas mnemotécnicas, y El canto de Circe, en la que trata la decadencia universal y retoma el tema de la memoria y los componentes fisiológicos del conocimiento.
En 1583 fue nombrado secretario del embajador francés en Inglaterra. Enseñó brevemente en la Universidad de Oxford, participó de las reuniones del poeta Philip Sidney y desplegó sus ideas con mayor fruición. Publicó Cena de cenizas, en la que se sumerge en la filosofía de la naturaleza y describe la infinitud del universo, donde lo divino es omnipresente y la materia es eterna y está en permanente mutación; Del infinito, el universo y los mundos, en la que precisa su idea de universo homogéneo, infinito y sin centro ni circunferencia limitadora; Sobre la causa, el principio y el uno, donde afirma que la realidad es natural y privada de toda dualidad, es causa, principio y unidad, en contradicción con el principio de trascendencia.
Sus polémicas, acalorados debates públicos y publicaciones lo devolvieron a Francia y de allí a Marburgo, Alemania, donde polemizó con los seguidores de Aristóteles. La experiencia terminó con ataques físicos a su persona y la expulsión de la ciudad. En los siguientes cinco años deambuló por varios países protestantes. En 1586 enseñó filosofía en la Universidad de Wittenberg, en 1588 vivió unos meses en Praga y luego trabajó en la Universidad de Helmstedt como profesor de matemáticas. Allí tuvo encontronazos con los luteranos y debió huir de la ciudad.
En 1590 residió en Zúrich y Frankfurt del Meno, pero recibió una carta del veneciano Giovanni Monecigo, quien lo invitaba a vivir en su mansión a cambio de sus enseñanzas sobre mnemotecnia y magia. Inexplicablemente, contra los consejos de sus amigos, Giordano decidió volver a Italia. Al poco tiempo, Monecigo lo entregó. Bajo el supuesto de estar insatisfecho con sus enseñanzas y acusándolo de comentarios heréticos, lo encerró en una habitación y lo denunció a la Inquisición. Fue encarcelado en Venecia en mayo de 1592 y el 27 de enero de 1593 fue encerrado en el Palacio del Santo Oficio, en el Vaticano. Estuvo allí siete años mientras se disponía el juicio bajo los cargos de blasfemia, herejía e inmoralidad y por enseñar sobre la infinitud del universo y la existencia de múltiples sistemas solares.
El cardenal Roberto Belarmino (canonizado en 1930 por la Iglesia católica), el mismo que en 1616 procesaría a Galileo Galilei por razones similares, dirigió el proceso. La recopilación de “pruebas” estuvo a cargo del dominico Alberto Tragagliolo, comisario general del Santo Oficio. Las ofertas de retractación fueron rechazadas por Bruno, que a pesar del encierro y las torturas, mantuvo con firmeza sus convicciones y reafirmó sus enseñanzas.
El papa Clemente III decretó que la causa se llevara hasta su extremo y la sentencia se leyó en la Plaza Navona. Fue acusado de herético, impenitente, pertinaz y obstinado. El alegato final, escrito por Bruno, no fue leído. Se lo excomulgó, sus obras fueron quemadas en la plaza pública y se lo condenó a morir en la hoguera. Su respuesta fue contundente: “Tal vez, ustedes pronuncien la sentencia con mayor miedo con el que yo la recibo”. Lo desnudaron, lo ataron a un palo, le inmovilizaron la lengua para que no hablara y fue quemado en Campo dei Fiori. Mientras ardía en la hoguera, tuvo fuerzas para voltear la cara y rechazar un crucifijo que le pusieron enfrente.
Con el tiempo muchas de sus presunciones, teorías y enseñanzas fueron comprobadas científicamente y la iglesia tuvo que pedir perdón por su acción despiadada. Lo notable es que Giordano Bruno nunca se apartó de sus creencias religiosas, sino que luchó por la libertad religiosa, se animó a cotejar sus ideas con la materialidad que lo rodeaba y aceptó las evidencias innegables que aportaba el mundo real. Su osadía fue el precio que estuvo dispuesto a pagar sin retroceder.
Salú Giordano Bruno!! Por tu firmeza ante el dogma y el oscurantismo, por tu imaginación infinita, por tus enseñanzas que otras personas obstinadas pudieron recoger y transformar en ciencia.
Ruben Ruiz
Secretario General