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Efemérides 17 de Octubre – Día de la lealtad

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Día de la lealtad

Un día como hoy pero de 1945 el movimiento popular dirigido por los trabajadores/as rescató de la prisión a su líder, el coronel Juan Domingo Perón y lo catapultó como futuro presidente de la Nación contra casi todos los pronósticos previos.
Ese miércoles, la mañana pintaba calurosa y el ambiente estaba caldeado. Los últimos meses habían tenido un dinamismo político pocas veces visto. Una serie de acontecimientos escalonaron hacia el final a toda orquesta de ese día que cambió la historia argentina por acción de las masas trabajadoras, sudorosas, decididas, caóticas, indescifrables. Fue una historia cambiante y veloz.
El 12 de julio de 1945 una serie de sindicatos dirigidos por Ángel Borlenghi, secretario general de la Confederación de Empleados de Comercio, realizaron una manifestación multitudinaria en Diagonal Norte y Florida -esquina céntrica de la ciudad de Buenos Aires- donde miles de trabajadores comenzaron a corear el nombre de Perón como candidato a presidente. En agosto se produjeron numerosos enfrentamientos en Buenos Aires que dejaron un saldo de varios heridos y muertos. Mientras tanto, el embajador estadounidense Spruille Braden conspiraba, convocaba a dirigentes políticos y recorría algunas provincias, antes de ser nombrado secretario asistente de Estado en reemplazo de Nelson Rockefeller y luego, subsecretario de Asuntos de las Repúblicas Americanas de los Estados Unidos.
El 19 de septiembre los sectores medios y altos realizaron la marcha de la Constitución y la Libertad desde el Congreso a Plaza Francia donde congregaron 200.000 personas y corearon “…Con tranvía o sin tranvía, Perón está en la vía”. Los acontecimientos posteriores mostrarían lo errado de esa frase. El 5 de octubre, a instancias de Eva Perón, el gobierno nombró a Oscar Nicolini como director de Correos y Telecomunicaciones. Ese hecho produjo un enfrentamiento entre algunos sectores militares y Perón.
Esos militares que estaban dirigidos por el general Eduardo Ávalos, influyente comandante de Campo de Mayo y presidente de la AFA, entraron en estado deliberativo y tuvieron una reunión clave el 8 de octubre con Perón en la que discutieron acaloradamente. Esa noche las guarniciones militares de Campo de Mayo se amotinaron. Al día siguiente se entrevistaron con el presidente de la Nación; exigieron y lograron la renuncia del coronel Perón a sus cargos de vicepresidente de la Nación, secretario de Guerra y secretario de Trabajo y Previsión.
Paralelamente, en el campo de deportes del Sindicato de Cerveceros de Quilmes, se reunieron en forma clandestina dirigentes obreros para analizar los acontecimientos. Se nombró a Luis Gay (telefónicos), Alcides Montiel (cerveceros) Ramón Tejada (Federación Sanjuanina), Juan Pérez (ladrilleros) y otros dirigentes sindicales para visitar al coronel Perón y elaborar una estrategia común.
El 10 de octubre Perón se despidió desde el balcón de la Secretaría de Trabajo y Previsión Social ante una manifestación de 70.000 trabajadores/as con un discurso transmitido por radio a todo el país en el que pidió a sus colaboradores que no renunciaran a sus cargos, dejó firmados decretos con mejoras económicas y convocó a seguir la marcha triunfal del pueblo movilizado. La “contra” se enfureció. El 11 de octubre Perón se retiró a la casa de Elisa Duarte en Florida, localidad del Gran Buenos Aires; el general Ávalos asumió como ministro de Guerra y en el Círculo Militar se reunieron 300 oficiales donde el mayor Desiderio Fernández Suárez y el general Mora se atrevieron a esbozar la idea de matar a Perón.
El 12 de octubre Perón se fue con Evita a una isla del Tigre, mientras el coronel Domingo Mercante se reunía con dirigentes sindicales para ensayar una respuesta coordinada y se producía una manifestación variopinta donde se mezclaron conservadores, radicales, socialistas y comunistas para exigir la renuncia del gobierno militar y su reemplazo por un gobierno civil, integrado por miembros de la Corte Suprema. El gobierno militar decide convocar a elecciones para abril de 1946. Fue el último intento callejero de frenar el ascenso irrefrenable de Perón antes de las elecciones convocadas.
El 13 de octubre, el jefe de la Policía de la ciudad de Buenos Aires, coronel Aristóbulo Mittelbach, le comunicó a Perón que tenía orden de detenerlo; éste se negó, exigió una retractación y se retiró a su domicilio en Recoleta. Finalmente, a las 2,30 horas el subjefe de la policía, mayor D’Andrea ejecutó la orden presidencial; Perón fue llevado a la cañonera “Independencia” y recluido en la prisión de la isla Martín García con custodia y centinela.
Fueron los momentos más aciagos y de duda. Sin embargo, los trabajadores/as siguieron acumulando bronca y se mantuvieron activos. El 14 de octubre, Perón solicitó un profesional para ser revisado; la misión la cumplieron dos galenos del gobierno y su médico personal, el capitán Miguel Ángel Mazza, quien determinó que la humedad de la isla era perjudicial para la salud del militar preso y solicitó el traslado de Perón a la Capital Federal. Pero, además, trajo información de la situación interna en el ejército y llevó comunicaciones escritas a los leales del coronel.
El 15 de octubre, la FOTIA de Tucumán lanzó una huelga por la libertad de Perón. Hubo movilizaciones y paros espontáneos en Rosario, Córdoba, Berisso, Avellaneda y funcionó un Comité Nacional de Huelga formado por los sindicatos autónomos y varios dirigentes de la CGT que fogonearon el paro nacional.
El 16 de octubre se abonaron las quincenas y los trabajadores/as constataron que el feriado del 12 de octubre no había sido abonado a pesar del decreto existente. Socarronamente, los patrones respondieron: “…vayan a reclamarle a Perón”. Pararon los ferroviarios en los talleres de Tafí Viejo y Junín, se decretó el paro general en el Chaco. Esa tarde se reunió la CGT en la sede de la UTA. Se enredaron en una discusión interminable y resolvieron decretar el paro nacional para el 18 de octubre.
Sin embargo, la mayoría de los trabajadores/as ya había decidido ganar la calle y liberar a su líder.
El 17 de octubre arrancó picante. Los trabajadores de los frigoríficos ya marchaban desde la madrugada. En la Boca, Parque Patricios, Barracas, Constitución, Mataderos y Liniers también. A las 8,30 la policía disolvió una manifestación en Independencia y Paseo Colón; a las 9 llegó al Bajo una columna de 4000 trabajadores/as que marchaba por la calle Alsina, a las 9,30 reprimieron a 10.000 trabajadores/as en Puente Pueyrredón y levantaron los puentes levadizos, al mediodía 50.000 trabajadores/as se congregaron en el Hospital Militar donde se encontraba “internado” el coronel Perón. Presionaron para que ingresaran algunas delegaciones, se entrevistaron con él, le expresaron su afecto y su decisión de liberarlo y se dirigieron en masa a Plaza de Mayo.
En los puentes del Riachuelo se aglomeraron miles de trabajadores/as de Avellaneda, Lanús, Valentín Alsina, Lomas de Zamora, Quilmes, Berisso, La Plata. La presión era incontenible. Algunos se tiraron al agua y cruzaron a nado hacia la Capital Federal. Finalmente, la policía cedió y bajó los puentes. La marea de gente era imparable; ya sabían que no se los podría detener. Llegaron las columnas de trabajadores de los talleres de Chacarita y Villa Crespo, de las fábricas de Villa Martelli, Vicente López y Morón.
La Plaza de Mayo resplandeció desbordada por gente de piel oscura, desgarbada, con manos llenas de grasa y aceite, gritona, enojada, firme, sin posibilidad de ser derrotada. Se destacaba la presencia de jóvenes y mujeres trabajadoras, como pocas veces. También hubo trabajadores de saco, corbata y sombrero. Eran los menos, pero se hacían notar. La Plaza retumbaba con cánticos directos: “La Patria sin Perón/ es un barco sin timón…” o “Nos quitaron a Perón/ pa’robarse la Nación…” o “Yo te daré/ te daré patria hermosa/ te daré una cosa/ una cosa que empieza con P, Perón”.
El gobierno entró en pánico. Perdió la iniciativa. El ministro de Justicia y de Marina, almirante Héctor Vernengo Lima insistió en reprimir. El presidente Edelmiro Farrell no quiso ser recordado como ejecutor de una matanza y no atinó a elaborar una respuesta. Decidieron negociar con Perón. Acordaron que el gabinete renunciara en pleno, que él mantuviera su renuncia, que se dirigiera a la multitud y que se convocara elecciones libres.
A las 23,10 horas el coronel Juan Domingo Perón apareció por el balcón de la Casa Rosada y se dirigió a la multitud. Algunos historiadores hablan de 300.000 personas en las calles, otros de 500.000. Todos coinciden en que nunca el pueblo trabajador había congregado semejante fuerza y tanta energía.
Pidió cantar el Himno Nacional, repasó la lucha de los últimos dos años, se conmovió ante la lealtad demostrada por los trabajadores/as y se puso a su disposición. Fue interrumpido varias veces con una pregunta: “…Dónde estuvo? Dónde estuvo?”. Prefirió no responder e insistió en una máxima de hierro “…Trabajadores, únanse, sean hoy más hermanos que nunca”. Los invitó a quedarse 15 minutos más en la Plaza de Mayo para humillar a sus enemigos y a realizar la huelga programada para el día siguiente como un acto de alegría y esperanza. Después se desató la fiesta popular. Ese día, los trabajadores/as habían transformado a un coronel de la Nación en un general del Pueblo.
Cansados y exultantes, con los pies deshinchados por el agua de las fuentes de Plaza de Mayo y el corazón henchido de orgullo y emoción, con la ropa transpirada y con el espíritu retemplado luego de la incertidumbre. Así hizo su presentación el subsuelo de la Patria sublevado. Mezcla de coraje e inconciencia liberadora. Polvareda y risa desencajada. Misterio y sabiduría popular.
Salú Pueblo Plebeyo! Por tu autonomía frente al poder y por ser imprevisible e irreverente.

Ruben Ruiz
Secretario General 


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