Hedy Lamarr
Un día como hoy pero de 2000 nos dejaba Hedwig Eva Maria Kiesler, popularmente conocida como Hedy Lamarr, actriz austríaca e inventora autodidacta que creó la teoría del espectro ensanchado por salto de frecuencia, para combatir a los nazis en la Segunda Guerra Mundial y, precursora de las bases de seguridad del wi-fi, el Bluetooth y el GPS.
Nació en Viena, hija única de una familia de origen judío que se fue alejando de la práctica religiosa y adoptando posiciones laicas. Su padre era un banquero nacido en Leópolis (Ucrania) y su madre, una pianista nacida en Budapest (Hungría).
Hedy fue una niña inquieta y muy inteligente. A los cinco años se interesaba por armar y desarmar los objetos que la rodeaban y luego se animaba con mecanismos más complejos como cajas de música; tocaba el piano casi a la perfección, durante su educación escolar destacaba en matemáticas y su pasión era la química. Fue considerada por sus profesores como una superdotada. A los 16 años comenzó a cursar ingeniería pero abandonó para perfeccionarse en su otra pasión: la actuación.
Fue descubierta por el director y empresario Max Reinhardt, quien la llevó a Berlín para estudiar interpretación. A su vuelta a Viena estuvo en condiciones profesionales de filmar. Sus primeras películas fueron Dinero en la calle, La mujer de Lindenau, Las maletas del señor O.F. y No necesitamos dinero.
Pero en 1933 saltó al estrellato por Éxtasis, un film checoslovaco, dirigido por Gustav Machaty, en el que se hablaba abiertamente de la infidelidad femenina. La actriz apareció totalmente desnuda y se mostró por primera vez en el cine comercial el rostro de una mujer durante un orgasmo. El escándalo fue mayúsculo, la película fue prohibida en muchos cines, particularmente en Alemania, censurada por la Liga de la decencia de varios países y por el papa Pio XI, en especial por la secuencia del orgasmo. No había culpa, había placer y eso fue interpretado como muy peligroso por el oscurantismo reinante. Curiosamente, en muchos países su fama creció de modo exponencial por esas escenas “que no se debían ver”.
A esto hay que agregar que Hedy poseía una belleza exultante, a tal punto, que fue considerada la mujer más bella de la historia del cine. Eso también perturbó a más de un poderoso. Sus padres se escandalizaron y recluyeron a su hija en su casa. En ese momento, apareció en escena el principal empresario armamentístico de Austria, Friedrich Fritz Mandl, que había quedado atraído por la belleza de la actriz. Insistió en conocerla y cortejarla y, al poco tiempo, propuso a sus padres un casamiento por conveniencia. Hedy se resistió, pero sus padres la obligaron y el casamiento se produjo en agosto de 1933.
Mandl era un austrofascista, muy vinculado a las vertientes italianas de esa ideología, que tenía negocios con los militares alemanes. Cuando se produjo la anexión nazi de Austria, tuvo cortocircuitos comerciales con los militares teutones aunque continuó proveyéndoles municiones, aviones de combate y sistemas de control, tal como había hecho su padre.
Su relación con Hedy fue de dominio absoluto. Le permitía bañarse o desnudarse solo cuando él estuviera presente, la obligaba a concurrir a todas sus cenas de negocios y contrató personal para vigilarla en forma permanente. Pero la venganza se maceró con astucia. Por un lado, Hedy retomó sus estudios de ingeniería y fue recopilando toda la información sobre tecnología armamentística que escuchaba en esas cenas. Por otro, contrató a una asistente muy parecida a ella, con quien creó una relación íntima y cuyo parecido físico le fue conveniente en sus planes.
En 1937 decidió fugarse. Adormeció a su asistente, utilizó su vestimenta y escapó por una ventana. Perseguida por los guardaespaldas de su marido, logró llegar a la estación de tren y se dirigió a París. Desde allí, se escabulló a Londres donde se embarcó en el transatlántico Normandie rumbo a EEUU. En el viaje conoció a Louis Mayer, empresario de la Metro Goldwin Mayer, quien la reconoció y le propuso firmar un contrato de actuación con la condición de cambiar su nombre artístico. Entonces, cambió su apelativo por el Hedy Lamarr, en honor a la actriz y guionista Bárbara La Marr que había fallecido en trágicas circunstancias.
Afincada en Hollywood realizó varias películas y renovó su fama con Dama de los trópicos junto a Robert Taylor, Fruto dorado, con Clark Gable, Spencer Tracy y Claudette Colbert, Los conspiradores, con Paul Henreid, Sydney Greenstreet y Peter Lorre y Sansón y Dalila dirigida por Cecil B. de Mille. Curiosamente, rechazó el papel que encumbró a Ingrid Bergman en Casablanca.
Paralelamente, nunca abandonó su inclinación hacia los inventos –que desarrollaba después de los rodajes–, mientras crecía su preocupación por la supremacía bélica de los alemanes en la guerra. Conocía los horrores del nazismo y decidió ofrecer al gobierno estadounidense sus conocimientos y la información obtenida durante su ingrato matrimonio, para mejorar algunos aspectos de la tecnología militar. Su ayuda fue rechazada. Pero no se echó atrás. Detectó que las fuerzas aliadas tenían dos problemas: sus transmisiones vulnerables y los daños por causas naturales que sufrían sus recepciones de radio, que acumulaban cada vez más interferencias.
Trabajó durante meses e ideó un sistema por el cual se podían transmitir mensajes u órdenes en pequeñas fracciones con diferentes frecuencias en forma secuencial con un patrón aleatorio que solo conocieran el emisor y el receptor. El corto tiempo del mensaje y los espacios tan irregulares impedían su interferencia. Además, la baja frecuencia de la señal portadora permitía añadir filtros que mejoraban la calidad de la recepción. Este sistema permitía construir torpedos teledirigidos por radio que no pudieran detectar los enemigos.
Ante la negativa de las autoridades a estudiarlo, buscó aliados. Conoció al pianista y compositor norteamericano George Antheil, que experimentaba en el plano musical y se sorprendió por la originalidad de la idea y su posibilidad práctica. En 1942 patentaron juntos el Sistema de comunicaciones secretas y se lo cedieron a la Armada estadounidense. Lamentablemente, ella firmó con el apellido de su segundo marido y ese hecho invisibilizó su aporte por muchos años. El invento no fue utilizado hasta 1957 en que la empresa Sylvania Electronics modificó el sistema mecánico por uno electrónico y, cuando comenzó a aplicarlo, reconoció la autoría de la patente a Lamarr y Antheil.
Posteriormente, se usó en el control remoto de boyas rastreadoras marinas, en algunos sistemas de comunicaciones en Vietnam, en el sistema estadounidense de defensa por satélite (Milstar), en ingeniería civil y, con el advenimiento de la tecnología digital, en la interconexión inalámbrica de diversos dispositivos electrónicos.
Hedy Lamarr continuó inventando. Creó modificaciones en el diseño de alas de aviones –que sí aprovechó el empresario aeronáutico Howard Hugues–, trabajó sobre decenas de señales de tránsito o pastillas de agua que se transformaban en refrescos. Finalmente, hubo reconocimientos tardíos. En 1997 recibió, junto a George Antheil, el premio Pioner Award de la Fundación Frontera Electrónica y el Bulbie Gnass Spirit of Achievement Award (conocido como el Oscar de los inventores). En 1998, la Asociación Austriaca de Inventores y Titulares de Patentes le concedió la medalla Viktor Kaplan.
Salú Hedy Lamarr!! Por el coraje para encontrar tu destino, por tu perseverancia para unir inteligencia, talento y belleza en dosis apropiadas y complementarias, por romper los estereotipos, por tu compromiso para derrotar al nazismo con inventos que los “genios aliados” se negaron a probar, pero que hoy usamos sin saber que tu creatividad los originó.
Ruben Ruiz
Secretario General