El pintor que entró con los gauchos, las chinas y los pobres a mil rincones de la Argentina
Un día como hoy, pero de 1891 nació en la ciudad de Buenos Aires el dibujante y pintor de los gauchos y las costumbres de la pampa y del país, Florencio de los Ángeles Molina Campos. El de los gauchos y “chinas” de rasgos exagerados y humor melancólico, caballos desproporcionados y vitales o pulperías y fiestas camperas llenas de música.
Pasó su vida, especialmente su infancia y adolescencia entre la ciudad de Buenos Aires, los pagos del Tuyú y General Madariaga en la provincia de Buenos Aires, y Chajarí en la provincia de Entre Ríos. Allí compartió su vida con los peones de campo y con su trabajo; aprendió a registrar sus costumbres, a valorarlos y respetarlos. Mientras tanto, estudió y se recibió en el Colegio Nacional Buenos Aires. En las artes plásticas fue un autodidacta, probaba y se perfeccionaba en soledad desde los nueve años.
En 1920 se casó con María Herminia Avellaneda y al año siguiente nació su única hija, Hortensia a la que apodaron “Pelusa”. El matrimonio fracasó y la niña quedó al exclusivo cuidado de su madre. Años después, conoció en Mar del Plata a una joven mendocina, María Elvira Ponce Aguirre con quien convivió hasta sus últimos días. Como en Argentina no existía el divorcio, la pareja contrajo varias veces matrimonio. En 1932, Montevideo, en 1937, Estados Unidos y, finalmente, el 9 de marzo de 1956 se casaron por civil en Buenos Aires aprovechando la ley 14.394 que, en su Artículo 31, “…permitía el divorcio vincular para aquellos casos que hubieran obtenido la separación de cuerpos con al menos un año de antelación”. A los pocos días de su casamiento, esa ley fue suspendida pero los matrimonios contraídos con anterioridad quedaron legalizados.
En 1926, realizó su primera exposición en la Sociedad Rural. Se trataba de 61 pasteles y acuarelas colgadas en hileras de cinco obras que llegaban casi hasta el piso, bajo el nombre de Motivos gauchos. El presidente Marcelo T. de Alvear quedó impresionado por la obra, compró dos láminas y le otorgó una cátedra en el Colegio Nacional Nicolás Avellaneda.
En marzo de 1930 firmó un contrato para ilustrar los almanaques de la empresa Alpargatas; su éxito extendió el vínculo hasta 1936, años en los que retratará la historia de Tiléforo Areco, un capataz de estancia que había conocido en su niñez. Repitió contrato entre 1940 y 1945, período en el cual, incorporó motivos de otras regiones argentinas y no solamente de la región pampeana. Sus almanaques poblaron almacenes, estaciones de trenes, librerías, pulperías y talleres de todo el país.
También trabajó en el diario La Razón. Allí, abandonó por un tiempo sus ilustraciones gauchescas y desarrolló una tira humorística inspirada en la prehistoria que tituló “Los Picapiedras Criollos” en las que ilustraba a simpáticos cavernícolas y sus llamativas costumbres adaptadas al siglo veinte.
En 1942, fue contratado por Walt Disney para asesorar a los dibujantes para tres películas de los Estudios Disney. Pero los films llevaban a una parodia y deformación de los paisanos y sus costumbres que Molina Campos no compartió y renunció. En 1944 firmó un contrato con la firma estadounidense Mineapolis-Moline que duró más de 10 años para ilustrar almanaques en los que se incluyeron maquinaria agrícola de la empresa y, posteriormente, ilustró afiches, estampillas y naipes. Se transformó en una suerte de embajador cultural y entabló amistad con las estrellas cinematográficas del momento como Charles Chaplin, Rita Hayworth o el gran actor-bailarín Fred Astaire a quien enseñó a bailar el malambo.
Sus últimos años vivió en la localidad de Moreno, provincia de Buenos Aires, donde él mismo construyó su casa. Durante el día trabajaba la tierra y cuidaba a sus animales y durante la noche pintaba y escuchaba música clásica. Su última obra, la construyó en un rincón de su chacra. Fue una escuela rural para los niños de familias humildes de Cascallares. Tenía dos aulas, un pasillo cubierto y un mástil donde flameaba la bandera argentina. Llevaba el nombre de su antepasado Gaspar Campos. Luego comenzó a funcionar como la escuela Nº 20 “Florencio Molina Campos”.
Fue uno de los artistas plásticos más populares de nuestro país. Pintaba minuciosamente las expresiones del paisano, la vestimenta de los hombres y mujeres de campo, sus ranchos, caballos, el mate, las tortafritas y las diversas manifestaciones del trabajo rural.
Era un agudo observador con memoria fotográfica, simpático, entrador, carismático, eximio bailarín, siempre bien empilchado, defensor a ultranza de los habitantes de nuestro campo y eficaz difusor de sus costumbres, gestos y pasiones en el mundo urbano de nuestro país y buena parte del planeta.
Salú Florencio!! Gracias por permitirnos convivir con esos personajes inolvidables y vitales que se siguen riendo o enojando en cada rincón de nuestra Patria.
Ruben Ruiz
Secretario General