La reina del fado
Un día como hoy pero de 1920 nacía Amália da Piedade Rebordão Rodrigues, la más importante cantante de fados de Portugal, que también fue compositora y actriz. El fado es la música nacional portuguesa y proviene de la palabra latina fatún, que significa encadenamiento de adversidades y despedidas. Se cree que esta música se originó en el continente africano o Brasil y era cantada por esclavos o inmigrantes que expresaban su soledad, el recuerdo por sus seres queridos y la imposibilidad de regresar a su tierra. Música melancólica, emotiva, destinada a reflejar el amor, el desamor, la nostalgia y las historias cotidianas de los humildes.
Según el escritor Fernando Pessoa, “el fado formó el alma portuguesa cuando no existía y deseaba todo sin tener fuerza para desearlo. El fado es la fatiga del alma fuerte, el mirar de desprecio de Portugal al dios en que creyó y que también lo abandonó…”
Amalia nació en una casa muy precaria del barrio de Pena, en Lisboa. Hija de Lucinda da Piedade Rebordão, ama de casa, y de Albertino de Jesus Rodrigues, zapatero y músico de una banda. Fue la quinta de nueve hijos. La pobreza acuciaba, los padres decidieron retornar al interior de Portugal y dejar a la niña con sus abuelos maternos. Tenía un año y medio.
Su abuela analfabeta, Ana do Rosário, le dio una crianza estricta, con límites férreos. Cursó sus estudios primarios en la escuela de Tapada da Ajuda, donde cantó por para vez en público. A los doce años abandonó sus estudios y comenzó a trabajar como bordadora y, luego, como operaria en una fábrica de tortas.
A los 14 años sus padres volvieron a Lisboa y se instalaron en el barrio de Alcántara. Amalia, decidió volver a vivir con ellos. Fue duro. Debía ayudar a la economía familiar y soportar el autoritarismo de su hermano mayor. A los quince años, comenzó a vender frutas con su hermana Celeste en el puerto lisboeta. Aprovechaban para cantar y hacerse conocer entre los vecinos, los marineros y los que embarcaban y desembarcaban. Fue un acierto. El organizador del concurso Reina del Fado de los Barrios, la escuchó e insistió para que se inscribiera. Tuvo que declinar por la oposición que se generó en su familia. Había sido un aviso de la vida.
Sin embargo, en 1938 audicionó ante el director de las Casas del Fado y sorprendió. Allí conoció al guitarrista y tornero Francisco da Cruz, de quien se enamoró. Nuevamente, la familia se opuso a que continuara. El motivo: el fado era la música de los pobres, los marineros, los abandonados, los bohemios, los desesperados, las prostitutas. No obstante, en 1939 comenzó a cantar en pequeñas Casas de Fado los textos del compositor Joaquim José de Lima. Su fama crecía.
A los pocos meses, ya cantaba en grandes clubes como el Solar da Alegria o el Café Luso. En 1940 cantó en “Retiro da Severa”, uno de los templos de la música popular de Lisboa. Ese mismo año se casó con Francisco da Cruz. El matrimonio duraría poco. Se divorciaron en 1942, luego de dos intentos de suicidio de Amalia. En 1943 realizó su primera gira internacional. Tocó en Madrid y descubrió su música popular y el flamenco. Un amor que perduraría.
El boca a boca sobre sus actuaciones se expandió. Todavía no había grabado pero el pueblo portugués la había adoptado; era famosa en Portugal, en las islas y en las colonias. En 1945 viajó a Brasil con su hermana. Cantaron en el casino más grande de Rio de Janeiro, el Copacabana. Éxito rotundo. Fueron por un mes y se quedaron dos meses más. Además grabó sus primeros discos en 78 rpm para la Continental Records. En 1949 cantó por primera vez en Paris, en Chez Carrere, y en el Ritz de Londres. Abría camino con una música poco conocida pero atrapante. En 1951 cantó en Angola, Mozambique y el Congo belga y en 1952 pisó fuerte en Nueva York y México. Luego aterrizó en Hollywood y participó del film Los amantes del Tajo que la consagró como artista internacional y le permitió cantar en el Teatro Olympia de París. La descosió.
En 1961 se casó en Rio de Janeiro con el ingeniero César Seabra y se quedó en Brasil. Pero la tierra lusa la reclamaba. Volvió al año siguiente y conoció al compositor francés Alain Oulman que cambió su carrera con la incorporación de textos que originalmente no estaban pensados para el fado. Notable fue la incorporación de los versos del poeta emblemático portugués, Luis de Camoes.
“Una casa portuguesa”, “Abril”, “Fado lisboeta”, “Gaviota”, “Barco negro”, “Con qué voz”, “Pueblo que lava en el río, “Fue dios”, “Beberé el dolor”, “María Lisboa”, “El grito” o “Fado portugués” fueron algunos de los temas con que Amalia y su pueblo entrelazaron sus penas, nostalgias y alegrías.
Su popularidad coincidió con un período fatal de la historia de Portugal. La dictadura de António de Oliveira Salazar que duró 40 años. El dictador maniobró hábilmente y urdió lo que se conoció como el régimen de “Las tres F”: fado, futbol y Fátima (la virgen más venerada). Tres componentes centrales de la cultura y el sentimiento del pueblo portugués. Aunque él no mostraba mayor interés por los dos primeros, incentivó su vínculo con estas tres expresiones. A pesar de que prohibió la canción “Abandono fado de Peniche” (el himno de los presos políticos de la fortaleza de Peniche), mantuvo una relación cordial con Amalia Rodrigues, como con la generación de futbolistas que elevaron la importancia del deporte portugués en el mundo.
Esa situación perjudicó a Amalia. Luego de la Revolución de los claveles, en 1974, fue impugnada por su actuación en ese período, a pesar de que el Partido Comunista de Portugal y otros perseguidos por sus ideas políticas, por su compromiso en la lucha social o por su orientación sexual expresaron públicamente su agradecimiento por la ayuda y solidaridad recibida durante años por Amalia. Fueron diez años de desencuentros que la mayoría del pueblo portugués no convalidó.
En 1985 retornó y produjo un multitudinario concierto en el Coliseo dos Recreios en el que presentó diez fados de su propia composición que ya había publicado en su LP “Me gustaría ser quien era”. La voz intacta, el sentimiento renovado, el reconocimiento popular incólume. Durante años, cada 23 de julio, el pueblo de Lisboa se reunía en los alrededores de la casa de Amalia Rodrigues a cantar sus canciones y el feliz cumpleaños. Fue un rito reparador, de esos que no se empardan.
El fado, como el tango, el jazz o el flamenco expresan esa mezcla de nostalgia, dolor y misteriosa alegría oculta que cultivan los pueblos que viven en las orillas, en los límites poco reconocibles de las sociedades pero que impregnan la cultura con su espesura. Sus mejores intérpretes también.
Salú Amalia!! Por expresar con fidelidad esos sentimientos profundos de los que viven en el margen.
Ruben Ruiz
Secretario General