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Efemérides 23 de Mayo – Atahualpa Yupanqui

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Patriarca de los sonidos de la Argentina profunda

Un día como hoy pero de 1992 se despedía Héctor Roberto Chavero Aramburu, poeta, guitarrista, cantante, autor y escritor que se convirtió en el símbolo del folclore argentino. Develó con notable precisión y belleza las costumbres, paisajes y personajes del campo y el mundo del trabajo rural, los amores, dolores, persecuciones y la pobreza que rodeaban a los indios y paisanos de nuestra patria.
Nació en 1908 en Campo de la Cruz, cerca de Juan A. de la Peña, en el partido de Pergamino, provincia de Buenos Aires. Es decir, en el medio del campo. Hijo de José Demetrio Chavero, telegrafista ferroviario y domador de caballos, de ascendencia quechua y vasca, y de Higinia Carmen Haran, criolla de padres vascos. A los nueve años su padre fue trasladado y toda la familia recaló en Julio A. Roca, localidad cercana a Junín. Allí, tuvo su primer encuentro con la música. Aprendió violín con el padre Rosáenz, el cura del pueblo, y guitarra con el concertista Bautista Almirón quien le “presentó” a Albéniz, Granados y Tárrega, Bach, Beethoven, Schubert y Schumann, entre otros.
A los trece años inventó su nombre artístico: Atahualpa (el que vino a narrar desde tierras lejanas) Yupanqui. La temprana muerte de su padre lo convirtió en sostén de familia. Fue peón de campo, hachero, arriero, panadero, picapedrero en las canteras. En 1917 se mudaron a Tucumán y se encontró con un entorno y ritmos desconocidos, con los cerros, los cañaverales., la zamba, el bombo y el arpa india. Quedó deslumbrado.
Comenzó su aprendizaje autodidacta por el país y países vecinos. Los valles Calchaquíes, La Rioja, Salta, Jujuy, Bolivia, Perú, Santiago del Estero, Córdoba (donde años más tarde construiría su única casa, en Cerro Colorado), Santa Fe. Acumuló testimonios de las culturas originarias, su música y sus costumbres. Trabajó en los cañaverales, fue obrero en el salitre, capataz de estancia, maestro, tipógrafo, administrativo en una escribanía, corrector, periodista y, siempre, cantor y guitarrero. A los 19 años compuso “Camino del Indio”. En 1931 se casó con su prima, María Alicia Martínez, se afincaron en Entre Ríos -primero en Urdinarrain y luego en Rosario del Tala- y nació su primera hija, Alma Alicia.
En 1932 participó de la rebelión de La Paz para liberar de prisión a Hipólito Yrigoyen, junto al coronel Gregorio Pomar, Arturo Jauretche, los hermanos Kennedy. La asonada fracasó y su consecuencia fue el exilio en Uruguay y el sur de Brasil. Los encuentros con su esposa eran espaciados y peligrosos. No obstante, de esa relación nacieron Atahualpa Roberto y Lila Amancay. La distancia, las necesidades y los desencuentros hicieron lo suyo; se separaron y su esposa e hijos se mudaron a Junín.
Retornó sigilosamente a la Argentina por la provincia de Entre Ríos, vivió unos meses en Rosario y luego se afincó en Raco, cerca de Tafí Viejo, provincia de Tucumán. Continuó con sus estudios en primera persona de la cultura originaria y sus múltiples trabajos temporarios. En 1942 conoció a la bonaerense Antonietta Paule Pepin Fitzpatrick, Nanette, con quien convivió hasta su muerte.
Como no existía el divorcio se casaron en Montevideo por lo que en Argentina, Yupanqui fue jurídicamente bígamo. Tuvieron un hijo, Roberto. Por otra parte, ella fue coautora de varios temas de Atahualpa bajo el seudónimo de Pablo del Cerro. “El arriero”, “Payo Solá”, «Chacarera de las piedras», “Eleuterio Galván”, “El alazán”, “Indiecito dormido”, “Sin caballo y en Montiel”, entre otros.
A mediados del ’40 se afilió al Partido Comunista y retornaron los problemas. Fue prohibido en la radio y en los lugares públicos por el primer gobierno peronista, fue encarcelado ocho veces. Desde esa época tuvo el índice derecho maltrecho a causa de que le pusieron una máquina de escribir arriba de la mano y se sentaron sobre ella varias veces. Por suerte, don Ata era zurdo para tocar la guitarra.
En 1949 se exilió en Europa. Inmediatamente fue detectado por el radar de Edith Piaf quien lo invitó a cantar juntos. Editó su primer LP: Minero soy, obtuvo el premio de la Academia Charles Cross de París al mejor disco folklórico del año. La Ciudad Luz se empezaba a rendir. Actuó en Checoslovaquia, Hungría, Bulgaria, Austria. En 1952 retornó a su país.
Sus diferencias con la dirección del Partido Comunista y su ortodoxia se hicieron insalvables y se desafilió. Su anhelo de respeto a la diversidad y de libertad sin tutela no encajaba con el mandato partidario. No dejó de luchar por causas nobles pero el camino fue otro. Eso no lo salvó de nuevas persecuciones. Tras el golpe del ’55 fue preso varias veces “por comunista”. Una muestra del talento militar para enfrentarse a un artista popular.
En los sesenta hubo más espacio para que su trabajo etnográfico, su producción y divulgación del arte argentino fuera reconocido. Ya había pateado el tablero con “Vidala del cañaveral”, “Viento, Viento”, “Zamba del Colalao”, “La viajerita”, “Piedra y camino”, “La añera”, “Recuerdo del Portezuelo”, “Vendedor de yuyos”, “Chacarera del pantano”, “El rescoldeao”, “Burruyacú”, “El coyita”.
Mercedes Sosa, Jorge Cafrune, Alberto Cortez agigantaban la popularidad de sus temas. Atahualpa disfrutaba. “Luna tucumana”, “Zamba del pañuelo”, “Canción del cañaveral”, “Coplas del caminador”, “Arenita del camino”, “A qué le llaman distancia”, “Mi caballo perdido”, “Preguntitas sobre dios” y la milonga “El payador perseguido”, se desparramaban por los caminos. Los oídos y corazones se hacían multitud y agradecían. Los bichos urbanos salíamos más sabios y más reflexivos después escuchar las canciones de don Ata. No era que esas cosas cantadas no existieran. Solo estábamos desatentos y demasiado apurados.
Después vino la dictadura militar y su estadía en Argentina fue más espaciada. Lo disfrutaron España, Francia, México, Colombia, Marruecos, Israel, Japón. La democracia lo trajo de nuevo y sus nuevos pregoneros fueron “Divididos”, Soledad, Pedro Aznar, Liliana Herrero, Andrés Calamaro. Él, mientras tanto, desgranaba milongas, zambas, chacareras, vidalas y bagualas en el café concert y galería “La Capilla”, ubicado en el centro porteño. Su público seguía fiel. Su talento también.
Salú don Ata!! Por su búsqueda incesante de la música de la Argentina olvidada, por su poesía delicada y sin olvidos, por su arte comprometido, por su ética intelectual, por su vuelo libre como el pájaro corsario, por su firmeza como el trébol campero. Un integrante ilustre de nuestra popular imaginaria.

Ruben Ruiz
Secretario General 


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