Constructor de campeones y el mejor entrenador de boxeo de Latinoamérica
Un día como hoy pero de 1922 nacía Amílcar Oreste bresa, entrenador de boxeo que dirigió a 15 campeones mundiales de diferentes categorías (14 hombres y una mujer).
Nació en Colonia Silva, departamento de San Justo (o Desvío Kilómetro 140), provincia de Santa Fe. Hijo de Carmen Rosa Cátalo, ama de casa y Pedro Porfirio Brasa, capataz de un campo de la zona. Cursó sus estudios primarios en una escuela de Marcelino Escalada, distante 12 kilómetros de su casa, a la que se dirigía diariamente a caballo. Además trabajaba en el campo.
No le gustaba estudiar y el trabajo le parecía muy pesado. Un día, su padre lo encaró: “A vos no te gusta estudiar; me dijiste que tampoco queras trabajar en el campo, porque te arruináis las manos. Qué vas a hacer… Si te gusta el boxeo, adelante, yo te apoyo”.
Su próxima parada sería la ciudad de Santa Fe donde fue a probar suerte. Su primer entrenador fue Juan Carlos Crespi, campeón argentino amateur. Fue campeón santafecino aficionado de peso pesado. Su próximo destino fue la ciudad de Buenos Aires. Su nuevo entrenador fue Juan Manuel Morales de quien aprendió todo lo que después les enseñó a sus pupilos.
Ganó el Torneo de Novicios y de los Barrios pero perdió por KO la final del Torneo Guantes de Oro con Argentino Rafael Iglesias. Insistió y en la siguiente versión ganó el torneo que se le había escapado antes. Fueron sus primeras presentaciones en el Luna Park.
En 1948 compitió en el Selectivo para ir a los Juegos Olímpicos. Llegó a la final y se encontró nuevamente con Rafael Iglesias (futuro campeón olímpico) que lo derrotó por puntos. En ese momento tomó la decisión de abandonar su carrera como boxeador. Habían pasado 30 peleas con solo tres derrotas. Ya trabajaba en el Banco Español y su primer hijo tenía problemas de salud por lo que pidió el traslado a la cuidad de Santa Fe.
En esos días, Ismael Pace uno de los dueños del Luna Park, le aconsejó que se dedicara a entrenar púgiles y que él lo ayudaría. La idea le quedó flotando en la cabeza. Observador, analista y perseverante, aprendió de dos negros norteamericanos que eran unos fenómenos: Sandy Sadler, campeón mundial peso pluma y Archie Moore, campeón mundial semipesado, que pasaron una pequeña temporada en Buenos Aires.
Mientras tanto, probó con el catch. Su personaje era El Enmascarado Rojo y llegó a pelear con el Hombre Montaña y Martín Karadagián, ídolo argento de ese métier. En 1951 el Banco Español le concedió el traslado y partió hacia la capital santafecina. Repartía su día entre el banco y su incipiente carrera de entrenador de boxeo en los gimnasios de ASOEM (Asociación de Obreros y Empleados de la Municipalidad de Santa Fe) y del Club Atlético Unión, el club de sus amores.
Su despegue profesional se produjo dirigiendo a José Lino Lemos y Santiago Mirando, entre otros. Luego siguió puliendo boxeadores y modelando seres humanos. Porque todos sus pupilos reconocen que Amílcar se preocupaba por las cuestiones técnicas y, con la misma intensidad, por la calidad humana de sus dirigidos. Tratar de estudiar, ser disciplinado y respetuoso, no caer en el vicio de la deshonestidad, eran tan importantes como un buen golpe o un excelente juego de piernas.
En 1960 apareció un morocho, flaco, callado y encarador, en el gimnasio del Club Atlético Unión (que estaba en el subsuelo de la actual sede). Tenía solo 17 años. Fue directo: “Quiero trabajar con usted, sé que no roba”. Venía de muchas decepciones y bolsas impagas. Tenía solo siete peleas, hambre de gloria y las tripas más vacías que llenas. Amílcar aceptó entrenarlo y comenzó una hermandad que nunca se lesionó. Jamás hubo un contrato entre ellos. La palabra empeñada siempre pudo más.
Nacía “Escopeta” Monzón, así bautizado por el periodista, árbitro, juez y estadígrafo santafesino Julio Juan Cantero. Fueron 80 peleas en el campo amateur y 100 como profesional. Perdió solo tres pero en ninguna de ellas con Amílcar en el rincón. En esas tres ocasiones estuvo Genaro Ramusio.
El 7 de noviembre de 1970 llegó el día de la verdad para don Amílcar y para Carlos Monzón. Roma, la ciudad eterna. Disputa por la corona. Enfrente, el campeón del mundo, Nino Benvenuti. Alto (1,90 metro de altura), experimentado (81 peleas en su haber), ex campeón olímpico, ídolo de los italianos/as, recontrafavorito. Pelea durísima. Round número doce. Suena la campana. El público grita con frenesí, “Ni-no, Ni-no”. Las tarjetas de los jurados Georges Pondré de Francia y Aimé Leschot de Suiza y la sumatoria del árbitro Rudolph Drust daban ganador al italiano.
Era un robo, pero era la ventaja de ser campeón y pelear de local.
En ese instante, se escuchó el consejo motorizador del triunfo: “Ahora andá y liquidalo. ¡Está muerto! No da más. Apretá Carlos, por favor te lo pido, metete adentro y presionalo. No le pegues en la cabeza, ni en los codos, andá al cuerpo, a las partes blandas. Si, don Amílcar”.
Fue demoledor. Lo fue llevando con el jab de izquierda, lo arrinconó y sacó un cruzado de derecha que derrumbó a Benvenuti. Primero flaquearon las rodillas, después se cayeron los brazos y. por último, aflojó el tronco y cayó en forma vertical.
La gloria alcanzada a unas cuadras del Coliseo. Los ojos brillantes, la sonrisa dibujada. Y el saludo emocionado, sereno, paternal, de quien lo había llevado hasta lo máximo: Amílcar Brusa. Ambos hicieron historia. El pobre de toda pobreza y el campesino que moldeó su futuro en la ciudad. Hicieron saltar los pronósticos y festejaron en territorio de emperadores.
Después vinieron las defensas exitosas del título, los viajes por el mundo, la admiración incondicional y un rincón que nunca cambió de dueño. El 30 de julio de 1977 se acababa una historia de hermandad y victorias. Carlos Monzón peleaba por última vez, derrotaba a Rodrigo Valdez por puntos y se coronaba campeón mediano de la AMB y la CMB. En el segundo round había sufrido la única caída de su carrera. Se recompuso, asimiló cada indicación de don Amílcar y ganó con holgura.
Ese año, don Amílcar consagró a otro campeón mundial de la CMB: Miguel Ángel Cuello, oriundo de Elortondo, provincia de Santa Fe, categoría mediopesado. Ese año, también se quebró definitivamente su relación con Tito Lectoure, dueño del Luna Park. Sus boxeadores no eran programados en el Coliseo porteño y los que llegaban, cobraban bolsas miserables para la época.
Se fue del país. Dio cátedra en varios rincones de EE UU (Los Ángeles, Miami, Texas, Nueva York) Colombia (Cali, Barranquilla, Cartagena) y Venezuela (Caracas). Sacó campeones mundiales a 10 boxeadores de diferentes nacionalidades (seis colombianos, un venezolano, un dominicano, un salvadoreño y un estadounidense) y categorías (minimosca, mosca, supermosca, pluma, superpluma, gallo, supergallo, welter junior, welter). En 1995 retornó a la Argentina y fue director del gimnasio José Oriani de la Federación Argentina de Box hasta el 2001. En el interregno 1998-1999 consagró campeones mundiales a dos argentinos: Juan Domingo Córdoba y Jorge Rodrigo “Hiena” Barrios.
Se fue nuevamente a Los Ángeles y se hizo cargo del gimnasio “La Brea Boxing Academy”. En 2006 se aquerenció definitivamente en nuestra patria y, fiel a su costumbre, entrenó y llevó a la corona mundial de peso welter a Carlos Manuel Baldomir. Pelea brava en el Madison Square Garden ante el súper campeón Zab «Super» Judah que ganó por puntos en forma unánime.
En junio de 2007 asumió como director del gimnasio de boxeo de la Unión del Personal Civil de la Nación (UPCN) en la ciudad de Santa Fe y continuó derrochando sabiduría. En 2011 perdió a Blanquita, su compañera de toda la vida y meses después a su mejor amigo, Chiquito Uleriche. Fueron golpes demoledores. No obstante, tuvo fuerzas para entrenar y consagrar campeona del mundo de peso liviano a la jujeña Alejandra Marina “Locomotora” Oliveras. Su último gran logro.
El 27 de octubre de 2011 una neumonía pudo más, dejó el gimnasio y ofrendó un saludo fraternal.
Salú don Amílcar! Por su tenacidad, por los principios que trató de inculcarles a sus pupilos, por su maestría para enseñar el arte de defender y atacar con estilo, por ser un hacedor inefable de campeones. Un grande en nuestra popular imaginaria.
Ruben Ruiz
Secretario General