Benito Quinquela Martín
Un día como hoy pero de 1977 nos dejaba Benito Juan Martín Chinchella, apellido que castellanizó castellanizó mediante un trámite legal en el que también reordenó sus nombres. Fue uno de los pintores más populares de Argentina, autodidacta y retratador serial de su barrio -La Boca- y de la vida de los trabajadores del puerto.
Hijo de padres desconocidos que lo abandonaron en la Casa de Niños Expósitos (hoy Hospital de Niños Pedro de Elizalde). Solo llevaba un pañuelo cortado por la mitad con una flor bordada y la siguiente inscripción en carbonilla: «Este niño ha sido bautizado con el nombre de Benito Juan Martín».
Pasó sus primeros años en ese orfanato hasta que la familia Chinchella decidió adoptar un niño crecido para que pudiera ayudar en su carbonería. A los siete años comenzó a ser parte de esa familia. Manuel era un italiano nacido en Nervi que trabajaba descargando carbón en el puerto. Justina Molina era una entrerriana de Gualeguaychú con sangre india, analfabeta pero que llevaba las cuentas con total eficacia de la carbonería que la pareja había instalado en la calle Irala al 1500.
Quinquela, inició ese mismo año su educación primaria en la Escuela Nº 4 donde Margarita Erlin le enseñó lectura, escritura y matemáticas. En tercer grado tuvo que abandonar por problemas económicos. Adquirió, así, conocimientos de la vida callejera impartidos por los mellizos García, como usar la honda, tirar piedras con puntería y robar alambres de las cercas para defensa propia.
En 1904 la familia se mudó a la calle Magallanes al 1000. Era una zona del barrio distinta. Había centros educativos y sindicatos, militancia social y política. Benito participó en la campaña electoral de Alfredo Palacios, quien fuera elegido diputado nacional con gran cantidad de votos del barrio de La Boca.
Pero la situación económica empeoraba y comenzó a trabajar en los barcos, donde recogía carbón para venderlo en los diques de Vuelta de Rocha. Un trabajo duro de doce horas diarias que no condecía con su frágil contextura física; por su voluntad y velocidad, sus compañeros lo apodaron «El mosquito».
A los catorce años ingresó en la _Sociedad Unión de la Boca_, un centro vecinal en donde se enseñaba arte, música, canto y economía del hogar. A los 17 años ingresó al Conservatorio Pezzini-Stiatessi (parte integrante de la Sociedad Unión de La Boca), donde el maestro Alfredo Lazzari le enseñó los primeros conocimientos pictóricos; también estudió dibujo con un carpintero de apellido Casaburi. Simultáneamente, trabajaba en la carbonería familiar. Durante esos años concurrió a la peluquería de Nuncio Nucíforo en Olavaría al 500 en la que se discutían problemas del barrio, política, pintura y otras artes y se esparcían libros y revistas para ser leídas con fruición.
A los 19 años enfermó de tuberculosis y fue a la casa de un tío en Villa Dolores para reponerse. A su vuelta, armó un taller en la parte superior de su casa donde pintó regularmente. Su padre no lo apoyaba y después de varias discusiones decidió mudarse. Vagabundeó por la Isla Maciel donde conoció a una banda de punguistas que le impartieron nuevos saberes y códigos de hermandad.
Abrió talleres en diferentes altillos, pero ante los ruegos de su madre volvió a su casa e ingresó en la Oficina de Muestras y Encomiendas de la Aduana de Dársena Sur. Duró poco. Su pasión era la pintura. En 1910 participó de su primera muestra en la Sociedad Ligure de Socorro Mutuo de la Boca sin mucho éxito. Le faltaba destreza y habilidad en su técnica, pero había empezado.
En el taller del maestro Pompeyo Boggio aprendió técnicas de dibujo natural. Sus compañeros ocasionales fueron Adolfo Bellocq, Guillermo Facio Hebequer, José Arato y Abraham Vigo, con quienes formó el Grupo de los Cinco, todos ellos inscriptos en el realismo social. Se inscribieron varias veces para participar del Salón Nacional y, ante sucesivos rechazos, crearon el Primer Salón de los Recusados. Se desarrolló en la sede de la Cooperativa Artística (Corrientes 655) y fue un éxito.
Trabajó como profesor de dibujo en la escuela de adultos Fray Justo Santa María de Oro, donde le enseñaba a los obreros los secretos de la pintura ornamental con fines industriales. En 1916 aparecieron artículos en La Nación y Crítica sobre sus trabajos y la revista Fray Mocho lo bautizó el pintor carbonero. Su figura crecía. En esos momentos, conoció a Pio Collivadino, director de la uyAcademia Nacional de Bellas Artes y a su secretario Eduardo Taladrid, que le abrirían las puertas de las grandes galerías Este último invirtió en telas, pinturas, marcos y en alquilar una sala para exponer.
Quinquela se perfeccionó en el uso de la espátula (con el pincel solo firmaba) que le daba mayor volumen a sus barcos, muelles y ondulaciones del agua. El 4 de noviembre de 1918 realizó su primera muestra individual en la Galería Witcomb, donde presentó 48 obras y logró vender diez. En 1919 fue aceptado por el Salón Nacional y presentó _Día de sol en La Boca_, _Buque en reparaciones_ y _Rincón del Riachuelo_; en 1920 sería premiado por _Escena del trabajo_. Había ganado la batalla.
En 1921 comenzó una serie de viajes que duraría diez años. El primero fue a Rio de Janeiro, donde expuso, fue recibido por el presidente Epitácio Pessoa y trabajó seis meses pintando paisajes autóctonos. Lugo, el presidente Marcelo T. de Alvear le otorgó un cargo en el Consulado argentino en Madrid donde tomaba huellas digitales y procesaba solicitudes de pasaportes durante el día y luego participaba de la vida cultural madrileña. Expuso sus obras en el Círculo de Bellas Artes y dos de sus cuadros fueron comprados por el Museo de Arte Moderno de Madrid.
A su vuelta, compró a sus padres la casa donde estaba la carbonería. El barrio vivió sus éxitos como un triunfo colectivo y lo festejó en las calles. Era su embajador en el mundo. En 1925 expuso en París, donde sus obras fueron vistas por 24.700 visitantes. El Museo de Luxemburgo adquirió _Tormenta en el astillero_ y las demás fueron compradas por coleccionistas privados. En 1927 expuso en Nueva York; su madrina artística fue Georgette Blandi, una adinerada escultora estadounidense, a quien Quinquela conquistó sin saber inglés. El Metropolitan Museum adquirió _Día de sol_ y _Día gris en La Boca_ y los privados otras obras. De vuelta, en La Habana fueron adquiridas _Contraluz_ y _Niebla en el puerto_.
No podía faltar Italia y llegó. Expuso en el Palazzo delle Esposizioni, en Roma. El presidente Mussolini compró _Momento violeta_ para el Museo de Arte Moderno de Italia y los coleccionistas compraron _Sol de mañana_ y _Actividad en La Boca_, entre otras. En 1930 expuso en Inglaterra (el mito cuenta que tuvo un romance con una tal Miss Gladis) donde los museos de arte de Londres, Birmingham, Sheffield, Swansea y la Tate Gallery adquirieron una obra cada uno y el Museo de Nueva Zelanda compró otras tres. Los cuadros del barrio de La Boca se esparcían por el mundo.
No se olvidó de su país. Sus obras se expusieron en Santa Fe, Rosario, Córdoba, Mendoza, San Miguel de Tucumán, La Plata, Mar del Plata, Bahía Blanca, Tandil, Tres Arroyos y Coronel Dorrego con gran repercusión, no obstante tratarse de cuadros que mostraban solo la vida de un barrio porteño.
De La Boca tampoco se olvidó. No solo pintó su vida. Hizo aportes muy importantes para sus vecinos. Por su iniciativa se recuperó el pasaje Caminito que era un potrero casi abandonado. Donó el terreno donde se erigió la escuela Pedro de Mendoza con 18 aulas (conocida como escuela de Quinquela) decorada por el mismo, y otros terrenos en los que se construyeron el Jardín de Infantes Nº 6, el Lactario Municipal Nº 4, la Escuela de Artes Gráficas (hoy Escuela Técnica Nº 31 «Maestro Quinquela»), el Instituto Odontológico Infantil, el Jardín de Infantes Nº 61 y el Teatro de la Ribera. Un todoterreno.
Creador de la Peña del Tortoni, un encuentro anti cambalache, en donde la mezcolanza de gente fue estupenda -según algunos de los participantes-, de la Orden del Tornillo para premiar a los artistas soñadores y diferenciarlos de los cuerdos, afectados -según él- de discreción calculada o sensatez egoísta, y de la II República de la Boca junto a Juan de Dios Filiberto, Bartolomé Gustavino, Bartolomé Botto, Amadeo Cichero y Rogelio Bianchi, cuya primera sede fue el restaurante «El Pescadito».
A los 84 años, superada una apoplejía, soltero y sin hijos decidió casarse con Alejandrina Marta Cerrutti, quien fuera su secretaria y su compañera de muchos años.
Pero Quinquela, en realidad, no pintó La Boca. La imaginó. El barrio era un conjunto de depósitos, astilleros, casas de chapas, gris y pobre. Él le puso el color del que carecía, ideó edificios de fondo que no existían y -de todos sus rasgos distintivos- eligió el trabajo sacrificado del puerto y los astilleros. Lo hizo con un elemento vigoroso que requería agilidad y fuerza como la espátula. Bosquejaba con carbonilla y rellenaba con habilidad. Y el mundo conoció así al barrio xeneize.
Alguien dijo que Benito Quinquela Martín creó La Boca. Quizás haya sido así, nomás.
Salú Quinquela! Por ser un sabio autodidacta, por recrear un digno barrio de laburantes irredentos, por darle la luz que no tenía, por ejercer la solidaridad práctica de quien sufrió la pobreza y no se podía conformar solo con palabras, y por mixturarla con tu creatividad potente, que te convirtió en un pintor popular.
Ruben Ruiz
Secretario General