Un adelantado en la sociología, la economía y la filosofía de la historia
Un día como hoy pero de 1332 nacía Abū Zayd ‘Abdur-Raḥman bin Muḥammad bin Khaldūn Al-Hadrami, conocido en español como Ibn Jaldún, historiador, filósofo, economista, geógrafo, demógrafo, sociólogo y diplomático musulmán que es considerado como el iniciador de la economía, las ciencias sociales y la historiografía en el mundo islámico.
Nació en Túnez en una familia de origen andalusí y ascendencia árabe (que remonta sus ancestros a la tribu Hadhramaut, habitante de Yemen) que había emigrado de España luego de la caída de Sevilla en manos de los cristianos. La buena posición económica y política de su familia le permitió estudiar con los mejores profesores del Magreb.
Memorizó el Corán, aprendió la lengua árabe, el hadiz (género literario que abreva en las narraciones sobre el profeta Mahoma y su comunicación con sus compañeros y las primeras generaciones de musulmanes), la Sunna (colección de textos con enseñanzas y dichos de Mahoma que constituyen un estilo de vida para los musulmanes), la sharía (el eje del derecho islámico) y el figh (la jurisprudencia islámica). Incorporó los conocimientos sobre matemáticas, lógica y filosofía con el sabio Al-Abili de Tlemcen, estudió literatura y astronomía y teología dialéctica y estuvo rodeado de una instrucción racionalista excepcional para la época.
En 1349 sus padres fallecieron a causa de la “peste negra” (peste bubónica) que devastó a Europa y parte de Asia y África dejando más de cien millones de muertos. Huérfano y a cargo de sus hermanos menores, Muhammad y Yahya, comenzó una nueva etapa de su vida. La época era muy cambiante y los destierros o los pases a degüello eran moneda corriente.
No obstante, la tradición política familiar se consolidaría. Precisión en los conceptos, habilidad en las relaciones humanas, pragmatismo en las alianzas a conformar y abandonar con sutileza, participación en conspiraciones palaciegas, encarcelamientos soportados con decisión, recuperación del respeto en los lugares de poder, eficacia resolutiva en los mandatos recibidos.
Comenzó como jatib (persona que pronuncia el sermón durante la oración de los viernes) al servicio del sultán hafsida Abú Ishaq. Luego ocupó el puesto de Kātib al-‘Alāmah (portador de la foca), cuya tarea era escribir en caligrafía fina las notas introductoras de los documentos de los funcionarios de la Cancillería. En 1352 se retiró a Fez junto a su maestro Al-Abili donde fue nombrado escritor de proclamas reales por el sultán mariní Abū Inan Fares I. Este nombramiento le produjo enemistades con otros integrantes cercanos al sultán y terminó cumpliendo una pena de cárcel de 22 meses. Nueva refriega palaciega y el flamante sultán Abū Salem lo excarceló y nombró juez supremo que entendía las causas de los ofendidos por los más poderosos que no podían litigar en tribunales ordinarios.
A la muerte del sultán, el nuevo visir (especie de primer ministro) lo hostigó y lo limitó en su función. Ibn Jaldún decidió retirarse a Granada. Allí gobernaba el sultán Nasrid Muhammad V a quien había ayudado a recuperar el trono en su estadía en Fez. Le fue concedida una alquería (casa con una granja en las afueras de la ciudad), nombrado consejero del sultán y destinatario de varias misiones diplomáticas. La más importante fue sellar un tratado de paz con el rey Pedro I de Castilla, el Cruel que alcanzó con éxito. Su habilidad en las negociaciones implicó que debiera rechazar con carpeta la oferta de cambiarse de bando y ratificar su lealtad.
Su influencia sobre el sultán y los resultados de las misiones diplomáticas le generarían nuevos enemigos en la corte. Resolvió retirarse y se radicó en Bugía, norte de África y pertenencia del reino de Granada, donde fue nombrado predicador de la Gran Mezquita. Allí gobernaba el sultán hafsida, Abū’Abdallāh, antiguo compañero de celda, que lo designó primer ministro. Inició una profunda relación con las tribus bereberes e ingenió un audaz sistema de recaudación de impuestos. Los cambios políticos implicaron un nuevo encarcelamiento y liberación. Sus conocimientos sobre la cultura y tradición bereber hicieron que cumpliera nuevas funciones hasta que se aquerenció en un monasterio en Qalat Ibn Salama, donde comenzó a escribir su obra más importante. Fueron tres años de intensos estudios y escritura.
Retornó a Fez y emigró a Egipto donde fue nombrado profesor de la Qamhiyyah Madrasah y gran Qadi (juez que emite resoluciones de acuerdo a la ley islámica) de la escuela Maliki y participó de la campaña contra el líder mongol Tamerlán, con quien negoció durante largas jornadas el fin del asedio a Damasco y a quien impresionó por sus conocimientos y habilidad.
Su obra más importante fue Libro de la evidencia, registro de los inicios y eventos de los días de los árabes, persas y bereberes y sus poderosos contemporáneos dividido en siete tomos, de los cuales el primero, Muqaddima o Prolegómenos, es central. Es un profundo intento de historia universal de la época que abarcó el análisis de las tribus bereberes y del Magreb pero también de otros pueblos como los asirios, hebreos, griegos y romanos. Es una búsqueda intensa por comprender su conducto social y el desarrollo histórico con criterios científicos.
Se introdujo en el análisis de los componentes del mercado (población, precio, beneficio, lujo, formación de capital, sistema monetario) y enfatizó que la economía es el motor de la historia. Se zambulló en la economía política: sostenía que el proceso de valor está dado por el trabajo, la destreza en el manejo de las técnicas y artesanías y el diferencial que implica vender un producto a un valor más alto. Argumentaba sobre la necesaria existencia del estado para evitar las injusticias sociales pero también sobre su indisoluble potestad sobre el monopolio de la fuerza, por lo tanto su contracara violenta. Asimismo, alertó sobre la proporcionalidad entre la exageración de burocracia, impuestos y legislaciones con el declive de una sociedad.
Ingresó en la sociología con un principio básico: el hombre no puede vivir aislado, es un ser social y con otro concepto iniciático: la existencia de un conflicto central entre ciudad y desierto, muy contemporáneo de esa región del mundo. Para Ibn Jaldún el comienzo de la civilización está dado por el cumplimiento de las necesidades básicas. Una vez cumplido ese objetivo, las sociedades se diversificarán en sus modos productivos y generarán una expansión. Eso llevará a la constitución de sociedades sedentarias y más prolífica en el mejoramiento de las técnicas, artesanías y artes y que, finalmente, esa sociedad se debilitará y será reemplazada por otro grupo social. El recorrido continuo de la historia.
Ingresó también en la filosofía de la historia en forma genérica, basado en patrones observables cuyos eventos históricos permitieran elaborar un marco teórico pertinente. Insistió en la importancia del análisis integral de los aspectos grupales, económicos, psicológicos, del contexto físico que rodea a las sociedades y la interrelación de los hechos históricos para explicar las consecuencias en el presente e identificar tendencias futuras.
Puso énfasis en la importancia de que la tradición educativa se encuentre incorporada a la cultura de un pueblo, a la influencia del manejo del lenguaje en el desarrollo social y al dominio de la artesanía, los hábitos y las habilidades para la evolución social. En otro orden, creó la palabra asabiya (solidaridad o conciencia de grupo) para explicar el sentimiento tribal dominante en esa región del mundo y que hoy podríamos traducir como cohesión social que tanto nos cuesta ejercitar en nuestra casa común y en cada rincón de nuestras naciones.
Salú Ibn Jaldún! Por conjugar peripecias personales, conocimiento del funcionamiento del poder de tu época y traducción de ese conocimiento a una obra monumental que tiene mucha vigencia y que anticipó conceptos que aún hoy discutimos.
Ruben Ruiz
Secretario General