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Efemérides 28 de Noviembre – Gato Barbieri

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El embajador del jazz argentino

Un día como hoy pero de 1932 nacía Leandro «Gato» Barbieri, saxofonista y clarinetista argentino que diseminó música por varios continentes, impulsó una versión del free jazz con impronta panamericana e influyó notablemente en las generaciones posteriores de jazzeros.
Nació en Rosario, provincia de Santa Fe. Hijo de Adalcinda Rosa Gimelio, la “China”, y de Vicente Barbieri, carpintero y violinista aficionado Se crio en una casa de Entre Ríos al 300 y luego se mudó a la pieza del fondo del inquilinato de Montevideo 1465 con sus padres, su hermano mayor y su hermana menor. En la pieza de adelante vivían su abuela con sus hermanas solteras y su tío Mario, saxofonista y de vital importancia para sus decisiones musicales futuras.
En la escuela primaria la pasó mal. Había comenzado a tartamudear y el bullyng era diario. Prefería decir que no había estudiado a tener que pasar al frente a dar una lección oral. Pero su infancia tuvo otros mundos paralelos: jugar al futbol en el Parque Independencia o el patio de su casa, las carreras de autitos a piolín en la vereda, el aprendizaje de un instrumento musical y los domingos ir a ver a su entrañable Newell’s Old Boys. Los Barbieri eran todos “leprosos”. Leandro sabía de memoria la formación de “La delantera mágica”: Belén, Canteli, Pontoni, Morosano y Ferreyra y disfrutó a Ángel Perucca, “El león del Parque”, centrojás invencible.
Él y su hermano mayor, Rubén, ingresaron a la “Sociedad Protectora de la Infancia Desvalida”, un proyecto pedagógico que mixturaba escuela primaria con un taller de Artes y Oficios y aprendizaje musical. La madre de los Barbieri indicó con precisión que instrumento aprendería cada uno: Rubén, trompeta y Leandro, clarinete. No hubo espacio para ninguna discusión.
El maestro Alfredo Serafino enseñaba con rigurosidad y precisión. Los chicos del sur de Rosario podían aprender composición, piano, bandoneón, violín, trompeta, clarinete, tuba, bombo, charango. La institución proveía los instrumentos. No se podía faltar ni ir a pasar el rato. Algunos iban armados y cuando desafiaban a Serafino aparecía el corpulento profesor Salvador Ladaga e imponía el fin de la aventura juvenil con métodos heterodoxos. Era el momento en que reinaba el solfeo. Estar allí era una oportunidad y no había que perderla. Un principio innegociable.
En 1947, los Barbieri se mudaron a la ciudad de Buenos Aires, a “bancar” a Rubén que tocaba en la orquesta de René Cóspito pero andaba mal económicamente. Barrio de San Cristóbal. Cuando su padre Vicente consiguió trabajo se aquerenciaron en un inquilinato de Matheu, entre Carlos Calvo y San Juan. El Gato trabajó en una imprenta, continuó ejercitando el clarinete y tomó clases de requinto por indicación del maestro francés Alberto Hervier. Sus ensayos los realizaba en la pieza del conventillo. Los vecinos finalmente “tiraron la bronca”, Leandro asumió la situación y encontró un “estudio” en otro barrio porteño.
Su tío Mario le hizo escuchar a Charlie Parker y Dizzie Gillespie y se produjo un shock intuitivo en la cabeza del Gato. Comenzaba su enamoramiento con el saxo alto y ese jazz más libre. Así llegó un momento esperado: su debut en una banda de jazz. Fue en la “Hot Lovers”, cuya exigencia era tocar con traje oscuro. Su madre habilidosa costurera, le confeccionó uno a medida. Tiempo después, se produjo otro hecho definitorio: ingresó a la “Jazz Casablanca”, donde tocaba Lalo Schifrin y que era muy popular en Buenos Aires haciendo bebop. Usó el mismo traje para festejar que empezaba a jugar en primera. Ya se lo conocía en el ambiente como ”El Gato”, por su rapidez para trasladarse a tocar de un club a otro luego de la medianoche. Eran momentos iniciáticos.
Al mismo tiempo, el segundo gobierno peronista había instaurado que se debía ejecutar un 50% de música nacional. Ni lerdo ni perezoso el Gato aprendió y ejecutó zambas, chacareras y tangos, aprendizaje que fue de mucha utilidad cuando emergió su energía innovadora con el jazz latino.
A principios de los ’60 se produjeron dos apariciones demoledoras: una, John Coltrane y ese jazz más improvisado y con secciones más homogéneas y ligeras que se llamó hard bop. El Gato se volcó al saxo tenor sin ambigüedades. Otra, Michelle, una argentina con ciudadanía italiana que lo enamoró, lo convenció de instalarse en Europa en 1962 y que lo incorporó a diversos círculos intelectuales a partir de su amistad con Pier Paolo Pasolini y Michelangelo Antonioni. Fueron tres años de limitaciones económicas severas pero de vinculaciones artísticas decisivas que le permitieron permear en ese mundo.
Grabó dos discos con Don Cherry: Complete Communion (1965) y Symphony for Improvisers (1966), tocó con la Jazz Composer Orchestra con la que grabó la obra Escalator over the Hill, de Carla Bley, donde participaron el bajista Jack Bruce y la cantante Linda Ronstadt, entre otros, y participó del LP Liberation Music Orchestra, obra del contrabajista Charlie Haden. Tenía éxito pero sentía que esa onda del free jazz no lo satisfacía plenamente.
Su pensamiento de izquierda se radicalizaba y sentía que su música también debía hacerlo. Insistió en esa búsqueda colectiva y se editó el disco The Third World (El tercer mundo), que recorre canciones republicanas de la Guerra Civil Española, compuestas por Carla Bley, “Circus ‘68’69”, inspirada en lo sucedido en la Convención Nacional del Partido Demócrata de EE UU y “Song for Che”, dedicada al Che Guevara, compuestas por Charlie Haden.
En 1972 alcanzó un grado de popularidad superior con la música que compuso para la película “Un tango en Paris”, hoy controvertido film, pero que introdujo solos magníficos de saxo, tangos sin aditamentos y una orquestación que acompañaba la melancolía y la desesperación de los personajes.
Ya en esa época había comenzado un viraje en su música con la incorporación de instrumentos, melodías y ritmos sudamericanos. Comenzó con cuatro discos: Fénix, El pampero, Under Fire y Bolivia y continuó con una serie que dividió en cuatro capítulos: Latinoamérica, Hasta Siempre, Viva Emiliano Zapata y Vivo en New York, en los que incorporó armonías brasileñas, afrocubanas y argentinas que el mundo del jazz valoró y festejó por su audacia y su musicalidad.
En 1976 dio su enésimo giro para fusionar música latina con un jazz más leve y el pop y editó Caliente en el que versionó el conocido tema “Europa”, de Carlos Santana. Y luego insistió con su búsqueda en un acercamiento al funkie con otro disco: Ruby, Ruby en el que se destacaba se desgarrador saxo tenor, un tono melancólico y superposición de grabaciones.
Incursionó en el cine como protagonista o musicalizador. La patota (1960), Dar la cara (1962), El perseguidor (1965), La guerra del cerdo (1975), El poder del fuego (1979), _El beso de un extraño, Manhattan by numbers (1983) y Calle 54 (2000).
En 1996 murió su gran amor, Michelle, y cayó en una profunda depresión. Drogas, alcohol, triple bypass y diabetes. Fue un combo mortal. Pero revivió. Editó discos menores como Qué pasa y Che, corazón. Se asoció a Nitto Nebbia en la producción y a Néstor Astarita en batería, Carlos Franzetti en piano y de David Finck en el contrabajo, y editaron New York Meeting y continuó tocando hasta sus últimos días en el club “Blue Note” de Nueva York.
Se recompuso razonablemente. Se casó con Laura Ryndak, estadounidense, físico-terapeuta, 25 años menor que él, madre de su único hijo, Christian. De a poco Laura se transformó en su mánager y sostén cotidiano por las diversas complicaciones en su salud.
Arrastraba una diabetes creciente. Había sido operado de un coágulo de sangre en el corazón. Al final, se tropezó con una neumonía que le ganó la parada. Se despidió un 2 de abril de 2016 en un hospital de Nueva York. Se fue con sus anteojos oscuros, su sombrero impecable, su amor jazzero y su pasión “leprosa” que paseó por muchos rincones del planeta. Rojo y negro en el corazón.
Salú Gato!! Por tu audacia musical en un mundo tan diverso como el del jazz, por tu impronta sudamericana para plantar un mojón jazzero, por tu irreverencia. Un integrante con música propia de nuestra popular imaginaria…

Ruben Ruiz
Secretario General 


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