La reina de las ciencias en el siglo XIX en Occidente
Un día como hoy pero de 1872 se despedía Mary Fairfax Greig Somerville, matemática, astrónoma, divulgadora científica y escritora escocesa autodidacta, cuyo aporte más notable fue hacer entendible los conceptos complejos que definían las ciencias.
Nació en 1780 en Jedburgh, tierras bajas de Escocia. Hija de Margaret Charters y de William George Fairfax, un oficial naval que llegó al grado de vicealmirante. Se crio en una zona rural cruzada por varios ríos recolectando caracoles, ostras, almejas y observando aves y plantas. Como era costumbre de la época, las niñas de familias acomodadas recibían educación particular en sus hogares y la instrucción solo versaba sobre pintura, música y francés.
Aprendió a leer recién a los diez años pero se convirtió en una lectora voraz. Con la lectura descubrió que sus intereses corrían por andariveles diferentes a los pretendidos por sus padres. Fue alentada por su tío, el doctor Somerville, quien la invitaba a su biblioteca para aprender latín, leer los clásicos y escuchar relatos sobre mujeres sabias de la antigüedad.
A los trece años se trasladó con su familia a Edimburgo donde sus padres insistieron en imponerle una educación tradicional que incluyó costura y lecciones de piano. Sin embargo, ocurrió un hecho trascendental que derivó en su amor por la ciencia. Concurrió a una “escuela de señoritas” en la que su profesor de pintura, Alexander Nasmyth, utilizó nociones de geometría descriptos en “Los elementos de Euclides” para explicar la perspectiva. La curiosidad de Mary fue inmediata. Su acercamiento al álgebra fue su primer paso para enamorarse de las matemáticas.
Rogó a su hermano mayor que comprara el libro en cuestión y comenzó a leerlo con fruición durante las noches. Sus padres, preocupados, retiraron las velas de su pieza. Ella se dio maña para continuar las lecturas casi en la oscuridad. Incorporó conocimientos que la acercarían a la astronomía y la mecánica. Eran seis tomos. Tenía poca luz pero tenía tiempo, energía y mucho interés.
En 1804, sus padres le impusieron un casamiento por conveniencia con un primo lejano: Samuel Greig, oficial de la marina, con poco interés por la ciencia y baja estima por la capacidad intelectual de las mujeres. Se mudaron inmediatamente a Londres. El matrimonio fue un fiasco. A los tres años quedó viuda, con dos hijos y una herencia razonable que utilizó para consolidar sus conocimientos.
Retornó a Edimburgo, a sus estudios vinculados con la trigonometría plana y esférica, secciones cónicas y astronomía y renovó sus contactos con la intelectualidad. Leyó Los principios matemáticos de la filosofía natural de Isaac Newton y Un tratado de Álgebra de John Bonnycastle y, a través del profesor John Playfair, entró en contacto con el matemático William Wallace, primer profesor de matemáticas de la Universidad de Edimburgo. Él había publicado en su diario, Mathematical Repository, un problema que Mary resolvió con rapidez y solvencia, por lo que recibió una medalla de plata.
Comenzaba a ser tomada en cuenta en el mundo de las ciencias.
En esos momentos Escocia estaba en plena ebullición respecto al estudio de las ciencias y al desarrollo de la investigación. Inglaterra había decaído. Oxford y Cambridge eran centros de seminarios y crecía la educación en iglesias y centros para la formación docente. En cambio, al norte la curiosidad tomada formas académicas. Se consolidaron las universidades de Glasgow y Edimburgo, surgió el Instituto de Mecánica de Glasgow, proliferaron los centros de investigación experimental en la formación universitaria y afloró la necesidad insoslayable de vincularlos con la naciente industria.
En Edimburgo, Mary incorporó conocimientos. Estudió astronomía, química, geografía, microscopía, electricidad y magnetismo y utilizó la herencia para formar una biblioteca de libros científicos. No descuidó su vida sentimental. Conoció a otro primo, William Somerville, médico e inspector de hospitales, quien percibió el talento de Mary y alentó su interés por las ciencias. Se casaron en 1812 y tuvieron un hijo. En 1814 hizo su aparición la tragedia. Fallecieron la hija mayor de Mary y el hijo que habían concebido con William. En 1816, se mudaron a Londres, él fue nombrado Inspector de la Junta Médica del Ejército e ingresó a la Real Sociedad para el Avance de la Ciencia Natural.
Ese nuevo contexto permitió a Mary contactarse con figuras de las ciencias: los químicos Michael Faraday y Humphry Davy, el astrónomo John Herschel, el geógrafo Alexander von Humboldt, el pionero de la informática Charles Babbage, el matemático Louis Poinsot, el astrónomo Jean Baptiste Biot el polímata Thomas Young, entre otros. Comenzó a desarrollar sus propios experimentos sobre luz y magnetismo y, sin solución de continuidad, tuvo cuatro hijos. Una todoterreno.
En 1826 escribió sus primeros artículos. “Las propiedades magnéticas de los rayos violetas del espectro solar”, “Experimentos sobre la transmisión de los rayos químicos del espectro solar a través de diferentes medios” y “La acción de los rayos del espectro sobre los jugos vegetales”. Fue la primera mujer en publicar con firma en la Royal Society. Revuelo y mojón femenino en la academia.
En 1827, la Sociedad para la Difusión de Conocimiento Útil, le encomendó a Mary la traducción de Mecánica celeste, obra monumental del matemático y astrónomo francés Pierre-Simon Laplace que no se caracterizaba por explicar el desarrollo de sus descubrimientos. La versión de Mary Somerville, que tituló Mecanismo de los cielos, fue magistral. No la tradujo. La desenredó, la interpretó para que fuera entendible. La precedió con una disertación sobre la historia de la astronomía hasta esos días y un detalle de desarrollos matemáticos e ideas fundamentales de física que ayudaron a comprender la obra del matemático francés. Le introdujo notas y explicaciones sencillas. Le imprimió un estilo didáctico. Se transformó en un éxito de ventas y en un libro popular, que trascendió el ámbito de los estudiosos y eruditos.
Nacía la divulgadora científica.
A continuación, publicó La conexión de las ciencias físicas, en cuya sexta edición predijo la existencia de un planeta más allá de Urano debido a las perturbaciones en la órbita de éste. Cuatro años más tarde, el astrónomo inglés John Couch Adams lo confirmó y descubrió Neptuno.
En honor a Mary Somerville, se acuñó la palabra científico/a para definir a las personas dedicadas a la ciencia. Hasta ese momento eran llamados “filósofos naturales” u “hombres de ciencias”. En 1934 William Whewell publicó por primera vez el término “Científico/a” (“Scientist”) para referirse a ella.
Al mismo tiempo, participó de las campañas por el derecho de las mujeres a votar e impulsó reformas para que existiera una educación de calidad para las niñas en igualdad de condiciones con los varones.
En 1838 la pareja se mudó a Nápoles dado los problemas de salud de William, hecho que ralentizó su producción escrita. No obstante, en 1848 publicó Geografía física, obra denostada por el clero y algunos parlamentarios dado su enfoque evolucionista que, paradójicamente, la hizo más popular. En 1895 publicó Una ciencia molecular y microscópica, una detallada aproximación sobre la constitución de la materia, el concepto de calor y sobre las partículas microscópicas.
En 1870 escribió sus memorias: Recuerdos personales, en la que publicó datos biográficos, describió su visión filosófica del mundo, su actitud ante la ciencia y la investigación y el papel de las mujeres ante el trabajo científico. A los 92 años, la muerte la encontró escribiendo sobre los cuaterniones, una extensión de los números reales, semejante a los números complejos.
Curiosa, infatigable, rigurosa, didáctica, tenaz, intuitiva.
Salú Mary! Por hacer entendible lo complejo, por acercar la ciencia a la gente común, por tu sabiduría.
Ruben Ruiz
Secretario General