El premio Nobel argentino que revolucionó la química
Un día como hoy pero de 1987 nos dejaba Luis Federico Leloir, médico, bioquímico y farmacéutico argentino que recibió el Premio Nobel de Química en 1970 por sus investigaciones y descubrimientos sobre las moléculas orgánicas del azúcar y la función que cumplen en la formación de los hidratos de carbono.
Estos estudios permitieron descubrir, desde el punto de vista bioquímico, el camino a través del cual el organismo aprovecha la energía de azúcares para poder vivir. Una consecuencia de este descubrimiento fue que se comprendieron las causas de la galactosemia, una enfermedad congénita que se caracteriza por la incapacidad de nuestro organismo de metabolizar algunos azúcares, que daña severamente el hígado y el sistema nervioso central y cuya manifestación más conocida es la intolerancia a la leche. A tal punto fue revelador este descubrimiento, que las transformaciones de la lactosa (el azúcar de la leche) se conocen en el mundo científico como el camino de Leloir.
Hijo de Federico Leloir y de Hortensia Aguirre, nació circunstancialmente en París, dado que se padre tenía una grave enfermedad y se operó en un instituto de esa ciudad y su madre tenía un embarazo avanzado. No obstante, su padre falleció una semana antes de su nacimiento. En 1908 regresó a nuestro país con su familia y vivió en Buenos Aires y en El Tuyú, un gran campo asentado entre San Clemente y Mar de Ajó y que fue un primer contacto con la naturaleza y sus fenómenos cotidianos.
Aprendió a leer a los cuatro años hojeando los diarios que compraban los mayores para estar informados de las novedades del negocio agropecuario. Cursó la primaria y secundaria en la Escuela General San Martín, el Colegio Lacordaire, el Colegio del Salvador y finalizó sus estudios en el Beaumont College, una institución jesuita en Inglaterra.
De regreso a nuestro país, adoptó la ciudadanía argentina e ingresó a la Facultad de Ciencias Médicas. Se recibió en 1932 y inició su carrera como médico interno en el Hospital Ramos Mejía y como residente de gastroenterología en el Hospital de Clínicas pero, rápidamente, abandonó la atención directa de pacientes y se dedicó a la investigación en el laboratorio. Su tesis doctoral sobre el metabolismo de los hidratos de carbono fue dirigida por el doctor Bernardo Houssay, a quien consideró su líder y amigo. Tardó dos años en concluirla y fue premiada por la facultad como el mejor trabajo doctoral de ese año.
También descubrió su débil formación en matemáticas, física, química y biología por lo cual se inscribió como oyente en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales. En 1936, retornó a Inglaterra para realizar un postgrado en el Laboratorio de Bioquímica de la Universidad de Cambridge, en donde enfocó sus esfuerzos en descubrir los enigmas de la enzimología. De regreso en 1937, fue nombrado ayudante investigador en el Instituto de Fisiología de la Universidad de Buenos Aires, donde junto al doctor Juan Mauricio Muñoz realizaron experimentos relacionados al metabolismo del alcohol y junto a un equipo de fisiólogos (Fasciolo, Braun Menéndez y Taquini) descubrieron que la renina, al actuar sobre una proteína de la sangre que llamaron hipertensina, inducía a ésta a producir hipertensión. Avances importantes para la bioquímica de esa época.
Se casó con Amelia Zuberbühler y tuvieron una hija, a quien también llamaron Amelia. Pero en 1943 se produjo un hecho que cambió sus vidas. Renunció al cargo de investigador en solidaridad con Bernardo Houssay que había sido expulsado de la facultad por firmar una carta pública contra el gobierno militar recién asumido. Sin trabajo, decidió exiliarse provisionalmente y viajó a EEUU.
Fueron dos años de intenso trabajo. Comenzó como investigador asociado en el departamento de farmacología de la Universidad de Washington; más precisamente en los laboratorios dirigidos por Carl y Gerty Cori, en el que estudió la formación del ácido cítrico y luego continuó trabajando en el Laboratorio de Investigación de Enzimas del Colegio de Médicos y Cirujanos de la Universidad de Columbia, en Nueva York, dirigido por el profesor D. E. Green.
En 1946 retornó a la República Argentina y volvió a trabajar con Bernardo Houssay, esta vez, en el Instituto de Biología y Medicina Experimental (IBME). En 1947, a instancias del empresario textil Jaime Campomar se fundó el Instituto de Investigaciones Bioquímicas (IBB) que tenía su sede en una vieja casa de 90 m2 y cuatro habitaciones -contigua al IBME- en Palermo Viejo con poca ventilación y techos en mal estado. Nada los detuvo en su mundo de investigaciones y descubrimientos. Su director durante 40 años fue Luis Federico Leloir. Formó un equipo investigador de gran capacidad de trabajo y tenacidad integrado por Ranwel Caputto, Enrico Cabib, Raúl Trucco, Alejandro Paladini, Carlos Cardini y José Luis Reissig que logró resultados refrendados mundialmente.
En 1947 descubrieron las causas por las que un riñón enfermo impulsa la presión arterial. Ese mismo año lograron aislar una sustancia que permitió comprender el proceso de almacenamiento de los carbohidratos y de su transformación en energía de reserva. En 1948 identificaron los compuestos que juegan un papel central en el metabolismo y la ruta metabólica de los hidratos de carbono, lo que convirtió al Instituto en un centro reconocido a nivel mundial. Inmediatamente, la Fundación Rockefeller y el Massachusetts General Hospital intentaron contratar a Leloir y a Houssay. Pero ambos resistieron a la tentación y se quedaron en nuestro país por lo que esas organizaciones accedieron a subsidiar las investigaciones que realizaba su equipo en la modesta sede de Palermo Viejo.
Se sintieron orgullosos los habitantes de los conventillos del barrio, los mecánicos de los talleres, Borges, Cortázar, los libreros, los fundadores del Club Excursionistas, la guardia de Malabia de Gas del Estado, Angelito Labruna, los vecinos del pasaje Santa Rosa, las parejas en los bosques de Palermo, los habitués del Club Eros, del Palermo y Estrella de Maldonado. Vecinos de estos sabelotodos silenciosos.
En 1958, la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales organizó su propio Instituto de Investigaciones Bioquímicas y designó como profesores titulares a Luis Federico Leloir, Carlos Eugenio Cardini y Enrico Cabib, lo que implicó que fuera un centro de atracción para los científicos argentinos y extranjeros. Entre 1962 y 1965 fue jefe del departamento de química biológica de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires, y posteriormente integró el directorio del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET).
Sus discípulos crearon grupos estables de científicos en Buenos Aires, Córdoba, Tucumán y Mar del Plata y el IBB continuó su crecimiento con la incorporación de más de 200 investigadores bioquímicos. El compromiso de Leloir con su criatura de la investigación fue total; cuando recibió el premio económico de U$s 80.000 que otorga la Fundación Nobel, lo donó íntegramente al IBB- Fundación Campomar y antes de fallecer cumplió su sueño de dotarlo de instalaciones más modernas y mudarse al edificio enclavado frente al Parque Centenario.
Salú Leloir!! Por tu disciplina, tu humildad, tu eficacia doctoral, tu energía, tu capacidad para formar equipos científicos y tus descubrimientos que nos mejoraron la calidad de vida.
Ruben Ruiz
Secretario General