El artista de las figuras inacabadas que revolucionó la escultura
Un día como hoy pero de 1840 nacía François-Auguste-René Rodin, escultor, grabador, pintor y dibujante francés considerado como el iniciador de la escultura e influencia extendida y vital.
La búsqueda por captar la esencia de la condición humana, la vitalidad de sus obras, la no idealización de los personajes históricos o comunes, el protagonismo que dio a la luz en sus obras, la importancia del volumen, la renovación que impuso sobre los monumentos públicos y la posibilidad que brindó al espectador para que interpretara sus obras inacabadas fueron las coordenadas con las que trabajó para impactar sobre un arte tan antiguo como la humanidad pero que había quedado atrapado en los salones y era contemplado por unos pocos.
Después de Rodin, la escultura fue redefinida como “algo que imita la vida a través de la amplificación y exageración del todo” (Le Journal de Paris, 1898). Un arte que salió del closet.
Nació en Paris. Hijo de la humilde pareja formada por Marie Cheffer y Jean-Baptiste Rodin, asistente de la Prefectura de Policía. En 1848 ingresó a la Escuela de los Hermanos de la Doctrina cristiana, en Nancy. Dos años después abandonó y comenzó a dibujar en modo autodidacta. Entre 1851 y 1854 estuvo en un internado de Beauvais que dirigía uno de sus tíos.
Luego ingresó a la Escuela Imperial Especial de Dibujo y Matemáticas bajo la tutoría del pintor Horace Lecoq de Boisbaudran donde aprendió a modelar y dibujar de memoria. Consolidó su vocación artística. En 1957 abandonó el establecimiento y realizó tres intentos de ingreso a la Escuela de Bellas Artes pero fracasó. Entonces, se formó por fuera de las instituciones escolásticas. Estudió anatomía con el escultor Antoine-Louise Barye en el Museo Nacional de Historia Natural, accedió a los secretos de la técnica del modelado con un albañil y yesero de nombre Constant y realizó prácticas libres en el Museo del Louvre y en la Galería de Estampas de la Biblioteca Imperial. Comenzaba su encuentro inalterable con la arcilla.
Al mismo tiempo debió procurarse recursos para sobrevivir. Realizó esculturas decorativas y trabajó como albañil y estucador en las obras de reconstrucción urbana de Paris dirigidas por el arquitecto y político Georges-Eugène Haussmann. En 1860 realizó su primera escultura, el Busto de Jean-Baptiste Rodin, su padre (que nunca expuso en vida). Dos años después falleció su hermana mayor. La pena y la depresión lo embargaron y se recluyó en la Congregación del Santísimo Sacramento, fundada y dirigida por el presbítero Julián Eymard.
El sacerdote semblanteó a Rodin y comprendió que su vocación sacerdotal no existía. Tuvieron una charla en la que el clérigo le recomendó que prosiguiera con su inclinación por el arte y dispuso que un cobertizo del jardín se convirtiera en un taller para que Rodin trabajara. Fueron cinco meses sanadores y en los que recuperó su ánimo para reintegrarse a la vida secular.
En 1863 tomó cursos con el escultor y pintor Jean-Bauptiste Carpeaux. Ese año conoció a Rose Beuret Mignon, quien fue su compañera de toda la vida y con quien tuvo un hijo que nunca reconoció. Una herida que nunca cicatrizó. Rodin abrió su propio taller. Rosa fue quien sostuvo su organización y, en múltiples ocasiones, fungió de modelo. También colaboró en el sostenimiento económico de la pareja y del taller con su trabajo de costurera.
En 1864 realizó La máscara del hombre de la nariz rota. Obra que generó una gran polémica pero le dio conocimiento público. Rompió el molde. La belleza debía ser verdadera, no edulcorada. Su modelo fue Bibi, un viejo trabajador del vecindario de Saint-Marcel. Un rostro cansado pero vivo, con profundos surcos, con rasgos severos y mirada dura. Tanto realismo sacudió a los espectadores que tuvieron una actitud distante. Se movía el piso y la tradición.
Rechazado en el ejército por su miopía no participó de la guerra franco-prusiana y se trasladó a Bruselas donde se incorporó al taller de Louis-Robert Carrier-Belleuse con quien realizó algunas obras en la Bolsa de Comercio de la ciudad. Rodin producía obras pero la firma era de Carrier-Belleusse. Esa situación provocó la ruptura de la relación laboral. Al poco tiempo, se asoció con el escultor Antoine Van Rasbourgh (también expulsado del taller) y juntos realizaron “Alegorías de las Artes y las Ciencias” para el Palacio de la Academia, “Alegorías de las Provincias” para el Palacio Real, una Cabeza de Beethoven para el Patio del Conservatorio Real de Música en Bruselas y tres figuras del Monumento al burgomaestre J.F. Loos en Amberes.
El impresionismo había eclosionado. Los pintores rebeldes (Monet, Renoir, Degas, Cézanne, Pissarro) expusieron en el estudio del fotógrafo Nadar y crearon la Sociedad Anónima de Pintores, Escultores y Grabadores. La Academia se sacudió. Rodin seguía de cerca el desafío.
En 1875 hizo un viaje a Italia donde admiró y estudió la obra de Miguel Ángel y Donatello. Fue un hallazgo y una ayuda inestimable en su comprensión del arte. Retornó a París y presentó La edad de Bronce en el Círculo Artístico y Literario. Su perfección dividió aguas. Algunos no podían creer tal precisión y vitalidad en alguien que no había estudiado en la Academia Para contrarrestar las críticas esculpió San Juan Bautista predicando, un bronce que conmocionó.
Su fama creció y en 1880 el Ministerio de Arte y Cultura le encargó la “elaboración del modelo de una puerta decorada en bajorrelieve para el Museo de Artes Decorativas, que ha de tener por tema la Divina Comedia”. Trabajó en esa obra hasta su muerte. La llamó la “Puerta del infierno” y se inspiró en la Divina Comedia de Dante y en la Puerta del Paraíso de Lorenzo Ghiberti. El edificio nunca se construyó y las obras se diseminaron como su legado directriz.
El pensador. Ícono que presenta al hombre sentado, con la cabeza levemente hacia abajo, pensativo, preocupado, desnudo ante el acto de profunda reflexión. En palabras de Rodin: “Lo que hace que mi pensador piense es que él piensa no solo con su cerebro, sino con su ceño fruncido, sus fosas nasales distendidas y sus labios apretados, con cada músculo de sus brazos, espalda y piernas, con los puños apretados y sus dedos de los pies encogidos”. Say no more…
La eterna primavera, El beso, sobre el trágico idilio entre Paolo Malatesta y Francesca de Rímini que relata Dante, La mujer en cuclillas o Estudio para Iris, mensajera de los dioses, símbolos de la escultura erótica. La Danaide, sobre el mito según el cual las Danaides fueron condenadas a introducir agua en un recipiente que nunca se llenaría. Cansancio por el esfuerzo interminable e inútil, frustración por el castigo eterno, sentimientos mezclados.
Las tres sombras, versión triplicada de Adán expulsado del Paraíso; Ugolino y sus hijos, El hijo pródigo o La mártir, obras de gran carácter impregnadas de desesperación, súplica, arrepentimiento, culpa extrema, angustia o desolación en los personajes. En esa época conoció a la escultora Camille Claudel, treinta años más joven, colaboradora, amante, musa y modelo que terminó envuelta en la locura, quizás por el amor no correspondido de Rodin e internada en un psiquiátrico donde murió. Finalmente, el escultor se casó con la madre de su hijo dos semanas antes que ella muriera. Un lado oscuro de un creador que apostó a la luz en su obra.
En medio de esa tensión pudo esculpir Los burgueses de Callais en homenaje a los seis franceses que dieron su vida ante el asedio inglés a la ciudad bajo condición de que fuera respetada la vida de sus habitantes. Seis reacciones diferentes ante la muerte irremediable.
Mas tarde inmortalizó a Víctor Hugo en el Busto al ilustre maestro y generó un escándalo con Monumento a Balzac, reivindicatorio de su búsqueda de la esencia interior del personaje más que fijar el exterior. Representación espectral con su hábito de monje (que utilizaba en sus noches de trabajo), mirada al horizonte, posición erguida y brazos replegados. Humano, real.
En sus últimos años mixturó sensaciones y se adelantó a su tiempo. La Catedral, dos manos derechas de personas distintas a punto de tocarse; La creación, un desnudo mínimo entre las manos suaves o las cabezas de Bernard Shaw (1906), Gustavo Mahler (1909) y los bustos de Clemenceau (1911) y Benedicto XV (1915).
Buenos Aires tiene un toque de su obra: una réplica de bronce fundido de El pensador en Plaza Congreso y un busto original en bronce, Sarmiento, en el Parque 3 de Febrero.
Trabajador experto del yeso, el bronce, el mármol, la madera; dibujante exquisito. Representante de la escultura romántica, revolucionario del impresionismo escultórico, adelantado sin red.
Salú Auguste Rodin! Por darle el habla a materiales duros con la huella y energía del sentimiento.
Ruben Ruiz
Secretario General