Un escritor inevitable de la literatura argentina
Un día como hoy pero de 2016 se despedía Alberto Jesús Laiseca, simplemente “Lai” o “El monstruo”. Escritor, presentador de televisión y artista aficionado argentino que se transformó en una de las figuras relevantes del contracanon (concepto opuesto al canon cultural que “define” la identidad nacional según la imposición de la élite cultural y política triunfante y representa la ideología, las instituciones, el poder y los modos de manipulación hegemónicas).
Nació en Rosario pero vivió su infancia y adolescencia en Camino Aldao, sureste de la provincia de Córdoba. A los tres años perdió a su madre y quedó a cargo de su padre de profesión médico con quien tuvo una relación muy conflictiva. Maltratador, contradictorio y profundamente injusto -según palabras del propio Laiseca- fue, a la vez quien lo impulsó a leer.
Fue su atajo para evitar la locura que implicaba esa relación desigual y obligatoria. Sus influencias fueron las obras de Edgar Allan Poe, Oscar Wilde, Mika Waltari, Gastón Leroux, Ayn Rand, Henry Rider Haggard y Lao Tsé. Literatura ingeniosa y paradójica, cuentos cortos y de terror, novelas históricas, policiales y de aventuras, filosofía objetivista, filosofía china. Toda una rareza para un adolescente en un pequeño pueblo rural.
Cuando finalizó sus estudios secundarios en el pueblo vecino de Corral de Bustos fue enviado por su padre a estudiar Ingeniería Química a la Universidad Nacional del litoral, ubicada en la ciudad de Santa Fe. Fue un momento de desesperación. No comulgaba con la carrera elegida por su padre, no se llevaba bien con sus compañeros de pensión y estaba seducido por la literatura que comenzaba a transformarse en su pasión.
Abandonó los estudios universitarios y comenzó a trabajar como peón y cosechero en Mendoza y luego como peón de campo en Córdoba y Santa Fe. Dos años después se aquerenció en la ciudad de Buenos Aires donde trabajó como peón de limpieza, empleado de la empresa estatal de teléfonos ENTEL y periodista de notas y comentarios bibliográficos para algunos medios gráficos. Deambuló por varias pensiones precarias y se asoció a la bohemia marginal de la ciudad. Su centro de operaciones fue el bar “Moderno” (Maipú casi Paraguay) y sus referentes citadinos y noctámbulos de la década del sesenta fueron Marcelo Fox, Horacio Romeu e Ithacar Jalí (pseudónimo del artista Enrique Lerena de la Serna).
Sabía que era un escritor precario con una escritura limitada, sin una educación formal pertinente ni un conjunto de influencias coherentes ni un círculo de colegas “del palo” con quienes interactuar y sin tiempo material para escribir porque pasaba muchas horas realizando trabajos manuales para sobrevivir en un contexto desconocido. Entonces se apropió de elementos ineludibles para transitar un camino literario. Leyó mucho teatro y autores variopintos como Nietzsche, Hesse, Kafka, Ionesco, Orwell, Sartre, Harold Pinter, Tennessee Williams, profundizó en la filosofía china e india y escuchó y estudió las vidas de Mozart y Bach.
En 1973 escribió su primer relato titulado “Mi mujer” y publicado en el diario “La Opinión” y un año después publicó “Feísmo” dentro de una antología de humor negro, en ambos casos bajo el seudónimo Dionisios Iseka. En 1976 publicó su primera novela: Su turno para morir (en la Serie Escarlata de Editorial Corregidor), obra inscripta en una clave paródica de novela negra con escenas de violencia, humor negro y parlamentos de sus personajes relacionados a cuestiones literarias y con acercamiento al esoterismo. Primera muestra de su futuro estilo.
En 1982 escribió Matando enanos a garrotazos, trece cuentos con historias desmesuradas, violentas, crueles, de corrosiva inverosimilitud y la novela Aventuras de un novelista atonal, una parodia sobre sí mismo y su proceso creativo con momentos delirantes, intenciones trastocadas por el éxito y quiebre con las reglas convencionales. Nacía el escriba de culto.
En 1985 trabajó de corrector en el diario “La Razón”, colaboró con las revistas “Banana” y “Twist y gritos” dirigidas por el periodista musical Tom Lupo y escribió un tríptico atípico: el poemario “Poemas chinos” y las novelas “La hija de Kheops” y “La mujer en la Muralla”. Llegó a un público más amplio y comenzó a dictar talleres literarios. A principios de los ’90 la editorial rosarino Beatriz Viterbo Editora publicó el ensayo Por favor, ¡plágienme! y luego El jardín de las máquinas parlantes, en la que se sumergió en el mundo del esoterismo y la magia. También ganó la Beca Guggenheim y consolidó su taller literario en el Centro Cultural Rojas.
En 1998 publicó su obra maestra: Los Sorias la novela más larga de la literatura argentina con 1344 páginas que narra una guerra distópica entre tres dictaduras: Soria, Tecnocracia y Unión Soviética en la que se usan todo tipo de armas y que estalla por un conflicto entre personajes que viven en una pensión en el límite entre las dos primeras naciones mencionadas. Despliegue profuso de las obsesiones históricas del autor (historia, política, guerra, religión, sexo, ciencia y tecnología, sexo, astrología, magia). Un viaje agitado por impensadas temáticas.
Continuó su producción con la novela El gusano máximo de la vida misma, obra revulsiva sobre un submundo subterráneo de Nueva York y una reflexión sobre la justicia, la sabiduría y el erotismo, la colección de cuentos Gracias Chanchúbelo, una exagerada visión sobre la realidad, el sexo y el amor, Beber en rojo, una parodia con claves eróticas sobre Drácula y En sueños he llorado, siete cuentos irónicos y fantásticos con extraña verosimilitud.
En 2002 incursionó en la televisión con el ciclo “Cuentos de terror” emitido por la señal I.Sat en el Canal Retro. Duró tres años y popularizó su figura. Escenografía mínima, solo una luz cenital, corta duración y la voz potente de Laiseca los viernes casi a medianoche para narrar cuentos y leyendas variopintas de autores argentinos, ingleses, japoneses, árabes, norteamericanos.
Sensación inmersiva, relato atrapante y susto asegurado.
En 2003 comenzó su última etapa literaria con Las aventuras del profesor Eusebio Filigranati, novela romántica y terrenalmente dramática; Las cuatro torres de Babel basada en los nueve libros de Heródoto, padre de la historia en el mundo occidental; Si, soy mala poeta pero…, novela underground con personajes excéntricos en medio de un caos creativo; La puerta del viento, una novela curiosa (él estaba a favor de los yanquis en esa guerra) donde reflexiona sobre las cuestiones del poder, el miedo y el pequeño hilo entre la vida y la muerte desde la óptica del personaje central de la obra cuyo reflejo es el propio Laiseca y finalizó con la novela La madre y la muerte, dos cuentos sobre la pérdida, el sacrificio materno para retrotraer lo inevitable y la confirmación inexpugnable de la no-vida.
Entretanto participó como actor de la película El artista, dirigida por Mariano Cohn y Gastón Duprat y retornó a la televisión con “El consultorio de Lai”, un segmento del programa “Cupido” en el que respondía consultas amorosas de los/as telespectadores.
Una dolorosa fractura de cadera lo depositó en un geriátrico y una neumonía traidora acabó con ese viaje contrahegemónico donde estuvo acompañado por César Aira, Abelardo Castillo, Hebe Uhart, Marcelo Cohen, Luis Gusmán y continúa con escribas como Selva Almada, Sebastián Pandolfelli, Gabriela Cabezón Cámara, Leandro Oyola, Alejandra Zina, entre otros/as.
Número diez del realismo delirante, dueño de su “mesa vaticana” donde convivían la máquina de escribir, textos intervenidos con fibrones, libros, cajas de medicamentos, ceniceros, atados de cigarrillos, manchas de café o mate, maestro en despertar interés en lo desconocido y en la exploración de las cualidades propias. Excéntrico, individualista, exagerado, ingenioso, ácido, autorreferencial, disciplinado en el trabajo diario, experto en el uso de la hipérbole, el pastiche, la parodia, el humor negro y el género de aventuras.
Un integrante cercano y delirante de nuestra popular imaginaria.
Salú Alberto Laiseca!
Ruben Ruiz
Secretario General



























