Fallecimiento del general Juan Domingo Perón
Un día como hoy pero de 1974 fallecía Juan Domingo Perón, militar, político, escritor, tres veces presidente de la Nación, líder de un movimiento político y una mayoría popular con la que impulsó cambios económicos, sociales, políticos y culturales que sobrevivieron al paso del tiempo.
Nació en 1895. Los datos oficiales dicen que en Lobos. Otras investigaciones afirman que en Roque Pérez. Hasta pocos años antes de su nacimiento había sido zona de frontera con los pueblos ranquel, tehuelche y mapuche. Hijo de Juana Salvadora Sosa y Mario Tomás Perón, oficial de justicia. Tuvieron tres hijos sin contraer matrimonio, hecho que finalmente consumaron en 1901. Hasta los cinco años, Juan Domingo, vivió en esa geografía rural y aprendió parte de sus costumbres. “Soy de los que aprendieron a andar a caballo antes que a caminar”, afirmaba.
En 1900 la familia Perón-Sosa se embarcó en el vapor Santa Cruz con rumbo a Río Gallegos. Dos años más tarde, se mudaron a la provincia de Chubut, primero a Cabo Raso y en 1904 a Camarones, donde el padre fue juez de paz. En 1905 Juana y Mario decidieron enviar a sus hijos a la ciudad de Buenos Aires para su escolarización. Quedaron al cuidado de su abuela paterna, Dominga Butey, y dos tías abuelas, Vicenta y Baldomera Martirena, que eran maestras. Juan Domingo cursó en varias escuelas y terminó su instrucción secundaria en el politécnico Colegio Internacional de Olivos.
En 1911 ingresó en el Colegio Militar de la Nación donde se graduó dos años después como subteniente de Infantería. Su primer destino fue el Regimiento 12 de Infantería de Paraná en el que ascendió a teniente. Al mismo tiempo, practicaba boxeo, atletismo y esgrima, especialidad en la que resultó campeón militar y nacional en 1918. El último día de 1919 fue ascendido al grado de teniente primero y en 1920 fue transferido a la Escuela de Suboficiales “Sargento Cabral” en la que se destacó como instructor de tropas. En esos años utilizó extractos de libros alemanes para graficar ejercicios militares y publicó guías para los aspirantes. Despuntaba el militar metódico y práctico.
En 1924 ascendió al grado de capitán y en 1926 ingresó a la Escuela Superior de Guerra. Perfeccionó su escritura sobre temas militares y publicó Higiene militar, Moral militar, Estudios estratégicos, Campaña del Alto Perú, El frente oriental en la guerra mundial de 1914. Despuntaba el militar estudioso de la táctica y la estrategia. En 1929 se diplomó como oficial del Estado Mayor y fue destinado al Estado Mayor del Ejército. A comienzos de 1930 fue designado como profesor suplente de Historia Militar en la Escuela Superior de Guerra y, a los pocos meses, como profesor titular.
El 6 de septiembre de 1930 participó del golpe militar que derrocó a Hipólito Yrigoyen. Formó parte de un grupo de militares autónomo liderado por los tenientes coroneles Bartolomé Descalzo y José María Sarobe, que no eran de la confianza de quienes dirigieron el golpe. Rápidamente, estos militares fueron disgregados. Perón terminó en la Comisión de límites, en el norte argentino. En 1932 fue designado ayudante de campo del ministro de Guerra y realizó nuevas publicaciones: Apuntes de historia militar, Guerra ruso-japonesa de 1904-1905 y Toponimia araucana. Despuntaba el militar con influencia académica.
En 1938 fue transferido como agregado militar a la embajada argentina en Chile y a su vuelta enviado a realizar cursos de economía, alpinismo, manejo y supervivencia en alta montaña en Alemania, Francia, España, Hungría, Albania y Yugoslavia (entonces Serbia, Croacia y Eslovenia). Despuntaba el militar integral, con visión política y manejo de información sensible sobre los acontecimientos que se producían en el mundo. En 1941 regresó a la Argentina, dictó cursos sobre lo que sucedía en la Segunda Guerra Mundial, fue ascendido a coronel y trasladado a Mendoza como Director del Centro de Instrucción de Montaña, en el que formó cuadros especializados y escribió sobre la formación de comandos de montaña. En 1942 fue transferido a Buenos Aires donde se encontró con el teniente coronel Domingo Mercante, figura clave en los hechos por venir.
El 4 de junio de 1943 se produjo el golpe de estado que terminó con la seguidilla de gobiernos fraudulentos que condujeron a la Nación durante el período conocido como “década infame”. Fue un momento crítico; no había líderes políticos consumados, la situación social era inestable y el rumbo económico impredecible. Desde el inicio se configuraron dos bandos: los nacionalistas populares y los elitistas. Perón fue parte del primer grupo y operó silenciosamente sin ocupar cargo alguno en este primer período de gobierno militar. Metódico y sigiloso, conformó una alianza con una parte importante del movimiento sindical, la suboficialidad y oficiales de graduación media y baja. Despuntaba el dirigente con proyecto de poder.
Ese acuerdo trabajado con los sectores sociales lo catapultó a la Dirección Nacional del Trabajo, un pequeño organismo del Estado que convirtió en una usina de transformaciones a favor de los/as trabajadores, de normas específicas para consolidarlas y acuerdos salariales y laborales que sorprendieron por su rapidez y eficacia. En pocos meses, se convirtió en la Secretaría de Trabajo y Previsión desde donde impulsó mayores cambios sociales y económicos a una velocidad inusitada. En 1944 sumó cargos y peso específico dentro del gobierno de Edelmiro Farrell: vicepresidente y ministro de Guerra. Despuntaba el líder de masas.
Los opositores dentro y fuera del gobierno lograron que renunciara y fuera preso. Su pueblo lo rescató el 17 de octubre y lo convirtió en su candidato y conductor. Los sindicalistas aliados, experimentados y sagaces, lograron consolidar conquistas laborales (salario mínimo, vacaciones pagas, aguinaldo y estatuto del peón rural, entre otras) antes de las elecciones convocadas para el 24 de febrero de 1946, que ganó con el 53% de los votos la Junta Nacional de Coordinación Política (formada por laboristas, radicales, conservadores disidentes y con el apoyo de la iglesia).
Juan Domingo Perón fue electo presidente de la Nación de la mano de ese experimento político, masivo, dinámico, innovador, contradictorio y eficaz que, años más tarde, se llamó definitivamente peronismo. Su abanderada incondicional, Eva Duarte de Perón. Su base social, millones de trabajadores/as y desposeídos que eran invisibles para una parte de la sociedad. Leyes laborales avanzadas, convenios colectivos de trabajo, industrialización acelerada, creación de la justicia laboral, control efectivo de la policía del trabajo, consolidación del mercado interno, nacionalización de los sectores básicos de la economía, apoyo bancario a la producción, voto femenino, derechos políticos de las mayorías populares, solidaridad práctica, independencia de los bloques políticos dominantes en el mundo e impulso de la Patria Grande, entre otras conquistas.
Esta realidad vivió en tensión con la aparición de la inflación a partir de 1951, la relación tirante con el mundo universitario y una buena parte de la cultura y el mundo científico nacional, y una tendencia a la hegemonía total que suscitó el rechazo de una parte la sociedad que, inclusive, valoraba el cambio social producido. Nada de eso impidió su reelección en 1952. Pero la reacción salvaje de quienes no soportaron el avance de las conquistas llegó en 1955 con el sangriento golpe de estado que derrocó al presidente reelecto por amplia mayoría. El exilio fue largo y doloroso, 18 años de resistencia y lucha ininterrumpida de un pueblo que logró el regreso de su líder y una tercera presidencia con el 62% de los votos.
Esta experiencia mixturó una nueva mejora económica y social para las mayorías populares con la generación de divisiones violentas e irrenunciables, la aparición de la Triple A y una consecuente confusión política.
Un recuerdo personal
Ese 1º de julio estaba yendo a la clase de Educación Física en lo que hoy es el Parque Sarmiento. Cuando llegué al vestuario, había silencio y el compañero que trabajaba en el vestuario lloraba desconsoladamente. Pregunté qué le pasaba, me miró y me dijo: “Murió el general”. Eran las 13.30 o 13.45. Nos miramos todos sin entender qué pasaba. Nos mandaron a casa. Hicimos las largas cuadras del camino de vuelta casi sin hablar. Sentimos en el cuerpo que un verdadero número diez se había ido. Se sentía en la calle, en las veredas, en las paredes, en la cara de los vecinos y las vecinas. Se jugaba un mundial que ya no importó. Era un día lluvioso y frío en Buenos Aires. Mucho más de medio país estaba triste. Y para eso no hacía falta ser peronista.
Ruben Ruiz
Secretario General