img_home_19
img_home_19
img_home_19
img_home_19
img_home_19
img_home_19
img_home_19
img_home_19
img_home_19
img_home_19
img_home_19
home2
img_home_19
img_home_19
img_home_19
img_home_19
img_home_19
img_home_19
img_home_18
img_home_13
img_home_13
img_home_12
img_home_11
img_home_7
previous arrow
next arrow
Shadow

Efemérides 02 de Julio – Ignacio Pirovano

Compartir

 

Padre de la cirugía argentina

Un día como hoy pero de 1895 se despedía Ignacio Pirovano, cirujano argentino que realizó la primera laparotomía (intervención que se efectúa con el objeto de abrir, explorar y examinar las paredes abdominales para tratar los problemas que se descubran) y se destacó como formador de camadas de notables colegas.
Nació en 1844 en el pueblo de Belgrano, que en esa época no pertenecía al ejido de la ciudad de Buenos Aires y era un lugar alejado, marginal y pobre. Hijo de Catalina Ayeno, de ascendencia italiana y austríaca, y de Aquiles Pirovano, de origen corso y de profesión platero. Ignacio cursó sus estudios secundarios en el Colegio Central (hoy, Nacional Buenos Aires) y en 1865 estudió Farmacia, con cuyo certificado pudo ingresar a la Facultad de Ciencias Médicas en 1866. Integrante de una familia humilde, trabajó para costearse sus estudios. Fue practicante del doctor Francisco Muñiz durante la guerra contra el Paraguay, en la epidemia de cólera en 1867 y de fiebre amarilla en 1871, realizó prácticas en la farmacia El Cóndor de Oro, ubicada en las actuales Corrientes y Maipú, y trabajó en la farmacia del Hospital de Hombres.
Gozaba de un humor sarcástico que combinaba con ingenio y simpatía. Durante sus años de facultad integró, en calidad de “asesor”, el “Comité de Mortificación Pública” y “El club del esqueleto”, entre otros. Tenía una gran capacidad intelectual, facilidad de aprendizaje y curiosidad por la innovación. En 1872 se recibió de médico. Su tesis Herniotomía confrontaba con las rutinas existentes y proponía la extirpación inmediata en los casos de hernias estranguladas. Teoría anticipatoria pero muy resistida en esa época.
Su talento como médico cirujano residente, su acercamiento a las novedades y su estilo para comunicarlas le generaron cierto prestigio y le permitieron acceder a una beca del gobierno de la ciudad de Buenos Aires para perfeccionarse en Europa. El periplo se extendió por Francia, Inglaterra, Alemania e Italia y duró tres años. Durante su extensa estadía en París asistió a las clases de Claude Bernard y Luis Pasteur, a las intervenciones quirúrgicas de Auguste Nélaton y Jules Péan, y tomó contacto con Joseph Lister, cirujano británico que desarrolló las técnicas de asepsia y antisepsia, que mejoraron notablemente las situaciones postoperatorias e hicieron caer el número de infecciones que eran comunes después de las intervenciones.
Participó en operaciones que se realizaban en el Hospital Saint Louis y en la Clínica Levallois Perret, ubicadas en los suburbios parisinos, donde conoció las pinzas hemostáticas (instrumento quirúrgico para controlar los sangrados) y aprendió el uso de la litotricia (técnica que utiliza ondas de choque para deshacer cálculos en los riñones, la vejiga o los uréteres). En el Kings College de Londres conoció los secretos de la laparotomía o la “conquista del abdomen”, como refería el doctor William Ferguson. En Berlín incorporó conocimientos sobre cirugía de urgencia y la extracción de cuerpos extraños u órganos. En Florencia presenció novedosas técnicas quirúrgicas.
Rechazó varias ofertas para investigar en Europa y en 1875 retornó a la Argentina con su título de Doctor de la Facultad de Medicina de París. Reinició sus tareas en el Hospital de Hombres y fue designado titular de la cátedra de Histología y Anatomía Patológica, en la Universidad de Buenos Aires.
Exigió la compra de un microscopio y la instalación de un laboratorio. Impuso el uso del guardapolvo con mangas cortas para operar (y no con ropa de calle con levita como se acostumbraba) y nuevos métodos de asepsia. Bajaron drásticamente las gangrenas tan comunes en esos años. Implantó una reforma curricular y se comenzaron a dictar clases de Histología normal y Anatomía patológica. Se concentró en el estudio de la estructura de los tejidos normales para comprender el desarrollo de los procesos mórbidos. Desarrolló técnicas desconocidas: fijación de los tejidos con ácido pícrico, oclusión con solución de goma y alcohol, cortes con navaja, coloraciones con ácidos y nitratos.
Obligó al uso de métodos asépticos estrictos: sumergir el instrumental, los campos quirúrgicos y las esponjas en ácido fénico, rociar con pulverizadores las salas de operaciones, las manos de los cirujanos y de sus ayudantes, cubrir con apósitos herméticos la zona operada. Aplicaba las normas aprendidas con Joseph Lister. En 1879 ocupó la cátedra de Medicina Operatoria, en 1883 fue designado titular de la cátedra de Clínica Quirúrgica en el Hospital de Clínicas y trabajó en el Segundo Hospital de Niños, que transformó en un centro masivo de operaciones. Se inició así, el camino de la cirugía infantil en la Argentina junto a la cirugía plástica y reparadora para niños/as.
También se especializó en cirugía de cabeza, cuello y extremidades y formó una camada extensa de discípulos: Enrique Bazterrica, Alejandro Posadas, Diógenes Decoud, Alejandro Castro, Antonio Gandolfo, Andrés Llobet, Juan B. Justo, Pascual Palma, José Molinari, Daniel Cranwell, Marcelino Herrera Vegas, Nicolás Repetto, David Prando y Avelino Gutiérrez.
Una mañana llamó a su discípulo Alejandro Castro para que le extirpara un ganglio del cuello. Él mismo practicó el estudio microscópico. Envió la pieza para que realizaran la biopsia sin develar los datos del paciente. La respuesta fue contundente: “Cáncer. Caso perdido”. Efectivamente padecía un cáncer en la base de la lengua.
Lo transitó en forma estoica. Se retiró de su actividad médica y académica. Se refugió en su casa del Tigre, visitaba con su lancha las plantaciones de su isla en el Caraguatá, recorría los arroyos del Delta con melancólica serenidad y hablaba de su enfermedad como si se tratara de otra persona. Su hora llegó cuando le faltaban dos meses para cumplir 51 años.
Sabio, campechano, noble, curioso, amante de la innovación, aficionado al dibujo, la pintura y la escultura, amigo de los pájaros, el campo y el río.
Salú Ignacio Pirovano!! Por tu capacidad para explorar nuevas técnicas, tu decisión para aplicarlas y tu destreza para enseñarlas y ayudar a transformar la salud pública.

Ruben Ruiz
Secretario General 


Compartir
Volver arriba