Genio militar, autócrata político, espía certero, influencia insoslayable de Occidente y aledaños
Un día como hoy pero de 1769 nacía Napoleone di Buonaparte (que luego fue afrancesado hasta anclar en Napoleón Bonaparte), militar audaz e innovador, estratega brillante, estadista polémico, político autoritario, primer Cónsul y emperador de los franceses, difusor de las ideas de la Revolución Francesa en Europa y mentor de su congelamiento para consolidar su propio proyecto político.
Nació en Ajaccio, Córcega (territorio que había sido vendido por los italianos a los franceses un año antes de su nacimiento). Hijo de María Letizia Ramolino, figura decisiva en su infancia y de Carlo Buonaparte, abogado y comerciante, partidario de la independencia corsa y luego converso defensor de las posiciones francesas en la isla. La pareja tuvo 13 hijos. Sobrevivieron ocho.
Napoleón era un chico rebelde, parco, huraño, atraído por las matemáticas y el cálculo, la lectura de algunos clásicos y la reflexión. A los diez años, gracias a la posición política de su padre, ingresó a la Academia militar de Brienne-le-Château, en Francia. Administrada por los franciscanos, supuso una vida austera y disciplinada con jornadas que empezaban a las seis y terminaban a las veintidós horas.
Aprendió el francés en pocos meses (aunque toda su vida tuvo un marcado acento italiano), destacó en Matemáticas y Geografía, estudió latín, historia, física, filosofía, alemán, rudimentos de inglés, esgrima, música, gimnasia, baile, dibujo y técnicas de fortificaciones. Aprobó todas las materias e ingresó a la Escuela Militar Real de París. Se inclinaba por la formación naval pero estudió artillería.
A los 17 años se graduó con el rango de teniente segundo de Artillería y fue enviado a las guarniciones de Valence. En 1785 había muerto su padre y aprovechó ese destino para estar cerca de la isla de Córcega y de su familia. Posteriormente, fue enviado a la guarnición de Auxonne (Borgoña), donde lo alcanzaron los acontecimientos de la Revolución Francesa.
Fue una época contradictoria y formadora de su vida. Convivían su estancia beneficiosa en Francia junto a su nacionalismo corso. Forjó su personalidad: perseverante, seco, desafiante, frío, alejado de la religión católica y en cercanías del republicanismo. Leía a Tácito, Platón, Montesquieu, Juan Jacobo Rousseau y libros de formación militar como Prueba táctica general, del conde Guibert.
Poco después de la toma de La Bastilla lo licenciaron en Córcega. Apoyaba a los jacobinos y fue designado comandante segundo de la Guardia Nacional de Voluntarios en la isla. Enfrentó a sus amigos independentistas, fracasó militarmente y huyó con su madre y cuatro hermanos a Marsella.
Amparó a su familia y regresó al regimiento, en Pontet, cerca de Aviñón. A instancias del comisario convencional Antoine Christophe Saliceti ascendió a capitán de Artillería y fue enviado a Toulon, donde los monárquicos se habían sublevado con apoyo inglés. Napoleón dirigió el asedio a la ciudad y la toma de un fuerte inglés. Su estrategia de distribución de la artillería y asalto final fueron un éxito. Gravemente herido en la rodilla fue auxiliado y continuó; la fortificación fue tomada, 400 militares y civiles fueron fusilados y la flota enemiga se retiró. Fue ascendido a general de brigada.
En 1795 Napoleón estaba en París cuando se produjo un levantamiento contra el gobierno. Le ordenaron defender el Palacio de las Tullerías. Repelió a los insurgentes y su poder creció. Tras cartón, su destino fue la comandancia general de artillería en el ejército de Italia. Sus vínculos con Robespierre y los avatares revolucionarios lo complicaron. Fue encarcelado y liberado. Recomenzó su carrera militar en la sección topográfica del Departamento de Operaciones. Mundo de mapas, secretos militares, trato directo con altas autoridades y sus maquinaciones políticas y especulaciones financieras. Al año siguiente se casó con Josefina de Beauharnais. Fue un matrimonio aquejado por la distancia, por la diversidad de relaciones íntimas de los consortes y por un amor discontinuo.
A los pocos días fue enviado a un destino maldito para los franceses: Italia. Se encontró con un ejército de 41.000 tropas harapientas, mal alimentadas, sin botas ni disciplina. Compró 18.000 pares de botas y pan para tres meses. Con calzado y pan se podía empezar. Les insufló coraje y sentido nacional. Se enfrentaban a 22.000 austríacos y 25.000 piamonteses pertrechados y experimentados.
Demostró su capacidad estratégica y su pericia topográfica. Innovó en los movimientos, acumuló hombres en diferentes puntos para atacar y moverse con rapidez, impulsó la movilidad de la artillería en apoyo de su infantería, usó sistemas de comunicaciones, apeló al espionaje y el engaño. Su primera victoria se produjo en Montenotte. Luego en Millesimo, Dego y Vico. Su ejército simulaba una máquina bélica. Logró la rendición de Turín. Triunfó en Lodi y entró a Milán. Derrotó a los austríacos en Arcole y Rívoli, tomó Mantua y obligó a rendirse a un ejército enemigo más poderoso. Engrosó el territorio con la Cispadana y creó la República Cisalpina. Nacía el héroe legendario. Para sus tropas emergía el Pètit Caporal (El Pequeño Cabo). Cercano, victorioso, enérgico, impiadoso.
Pero el Papa detestaba a los franceses. Comenzaron, entonces, sus batallas contra los Estados Papales. Ingresó en Bolonia, Faenza, Forli, Rímini, Ancona y Macerara sin resistencia. Logró que Pio VI firmara el Tratado de Tolentino por el cual Francia anexaba tres estados papales, expropiaba 30 millones en oro y obligaba al cierre de los puertos a todas las marinas hostiles. A pesar de las presiones del gobierno francés, Napoleón no derrocó al Papa. Sabía de su importancia para mantener la unidad del pueblo italiano y el peligro de que Nápoles se apoderara de Roma.
Nacía el estadista y una relación envenenada con Pio VI que derivaría en el Concordato de 1801 por el cual se reconocía al culto católico como la religión de la gran mayoría de los franceses y se mantenía el principio de libertad de conciencia y de culto, confería al Estado un derecho de injerencia en la vida de la Iglesia pero le daba poder de policía de culto en el ejercicio de la libertad religiosa. Fue una transacción que dejó lejos la separación de la esfera secular o profana de la esfera religiosa -tal como contemplaba la Constitución- y daba vida al catolicismo administrativo.
Regresó al norte de Italia, avanzó hacia Austria, aisló a las tropas estacionadas en el Rin, capturó Leoben, tomó la ciudad de Viena y alcanzó un tratado por el cual Austria renunciaba al ducado de Milán. Unos meses después, embarcaba hacia Alejandría, reino de Egipto, donde derrotó a los mamelucos (mercenarios que explotaban a los egipcios en nombre de Turquía) en la batalla de Las Pirámides. Pero la armada inglesa derrotó a la francesa en la batalla del Nilo, lo que limitó la influencia de Francia en Egipto. Continuó su periplo en Siria y derrotó a ejércitos más numerosos, tomó Jaffa en forma sangrienta, Gaza, El Harish y Haifa pero sucumbió ante la peste bubónica, la falta de pertrechos y la debilidad naval francesa ante la flota inglesa dirigida por el almirante Nelson.
Retornó a París donde los monárquicos y el caos acorralaban al Directorio gobernante. En pocas semanas organizó el golpe de estado que consumó el 9 de noviembre de 1799 (el 18 Brumario según el calendario revolucionario). Destituyó al Directorio, disolvió el Consejo de los Quinientos, al Consejo de Ancianos y a los poderes sobrevivientes e impuso el Consulado: un gobierno de tres titulares que instauró el poder de Napoleón. Aprobó la Constitución del Año VIII (luego perfeccionada por la del Año X) que le permitió ser electo Primer Cónsul (más tarde lo travistió en vitalicio). Años después, el Senado le ofrecería el título de Emperador, con el que sería consagrado el 2 de diciembre de 1804.
Gobernó bajo la consigna, “la Revolución ha terminado”. Legisló, administró con pericia y reprimió sin cuartel. Introdujo cambios en la administración: creó el Consejo de Estado, las prefecturas, organizó la justicia, promulgó el Código Civil, creó los liceos para la enseñanza media y la Universidad imperial, acabó con las guerras civiles en el oeste del país e instauró una política financiera sin déficit. En 1800 retornó a Italia, invadida nuevamente por Austria. Los derrotó en Marengo y firmó el tratado de Campoformio en el que Austria reconoció a las Repúblicas Cisalpina y de Liguria, cedió los Países Bajos, numerosas islas griegas, extendió las fronteras francesas hasta el Rin y el Ruhr y garantizó la libre navegación francesa por el Rin, el Mosa y el Mosela. Austria retuvo Venecia, Istría y Dalmacia.
El imperio napoleónico se enfrentó a varias coaliciones (promovidas, en muchos casos, por la diplomacia y el dinero inglés) integradas por Prusia, Austria, Rusia. Triunfó en Ulm, en Austerlitz (con variedad de maniobras distractoras memorables), en Jena (reorganizó Alemania en torno a la Confederación del Rin), contuvo a Rusia en Friendland y destrozó a los austríacos en Wagram.
También influyó en América. Derrotó a los haitianos conducidos por Toussaint L’Ouverture, a quien deportó y encarceló y reinstaló la esclavitud en las colonias caribeñas. En Norteamérica, vendió por 23 millones de dólares a EE UU el territorio de Luisiana (actuales estados de Arkansas, Misuri, Iowa, Oklahoma, Kansas, Nebraska, Minnesota, gran parte de Dakota del Norte y del Sur, Montana, Wyoming y Colorado, norte de Texas, Luisiana incluyendo Nueva Orleans y las provincias de Saskatchewan y Alberta, en la actual Canadá) y generó nuevos conflictos con España.
En 1805 tuvo una derrota trascendente con la flota inglesa en Trafalgar tras lo cual ordenó el bloqueo de los puertos europeos a barcos y productos ingleses. Luego Napoleón invadió España y Portugal. Apartó del poder a los Borbones y la corte portuguesa huyó a Brasil pero se produjo un grito independentista inesperado que trajo consecuencias en la península y el inicio emancipador de las colonias americanas. En el otro extremo, Napoleón inició su larga marcha a Rusia. Hubo victorias iniciales pero la inmensa estepa fue una trampa mortal. La estrategia rusa de tierra arrasada produjo su efecto. El ejército francés fue envuelto por el invierno sin vituallas suficientes. La marcha de vuelta fue fantasmagórica. Las 800.000 tropas iniciales quedaron reducidas a 18.000 hombres.
Sus enemigos se levantaron. En 1813 la derrota francesa en la batalla de Leipzig fue total. Se produjo la invasión de Francia y la abdicación del emperador que obtuvo un refugio consentido por los vencedores en la isla de Elba (Italia) junto a la madre de su hijo León, la condesa María Walewska.
El exilio duró poco. Los errores de los reyes de turno y el hastío popular impulsaron su retorno. Junto a mil hombres desembarcó en Francia. No disparó un solo tiro. Los soldados se negaban a enfrentarlo y se le unían. Llegó a París y la multitud lo consagró emperador. Pero el mundo había cambiado. Fue un espejismo de 100 días. El 18 de junio de 1815 sus hombres fueron derrotados en la batalla de Waterloo por las tropas del duque de Wellington y el mariscal de campo prusiano Gebhard von Blücher. Fue el último acto de una serie de batallas (Ligny, Quatre Bras y Wavre) que jalonaron el encuentro final. Participaron 130.000 soldados franceses contra 230.000 tropas aliadas. Las bajas francesas fueron 60.000 y sus contrarios sufrieron 55.000 bajas. Sangre y barro por doquier.
Napoleón fue apresado en París y deportado a una lejana cárcel que se encontraba en la isla africana de Santa Elena (posesión británica) donde sufrió la perversidad de su carcelero Hudson Lowe durante seis largos años. El 5 de mayo de 1821 sucumbió ante un nunca esclarecido cáncer de estómago.
Inmenso personaje que encabezó la transición del medioevo a la edad contemporánea en una gran área de influencia. Genio, déspota, líder amado y odiado. Figura ineludible de la historia universal.
Salú!!
Ruben Ruiz
Secretario General