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Efemérides 03 de Septiembre – Bárbara McClintock

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Pilar de la genética moderna y descubridora de los genes saltarines

Un día como hoy pero de 1992 se despedía Bárbara McClintock, genetista estadounidense que inició la cartografía genética del maíz y descubrió el proceso de trasposición de los genes dentro de los cromosomas, mecanismo por el cual los virus resisten a los antibióticos y determinan mutaciones y ciertas características físicas.
Nació en 1902 en Hartford, Connecticut. Hija de Sara Ryder Handy McClintock y el médico Thomas Henry McClintock, mostró gran independencia desde pequeña y a los tres años de edad comenzó a cursar sus estudios primarios. A los pocos años se mudaron a Brooklyn, Nueva York, y ella se mudó con su tía para ayudar económicamente a su familia mientras se instalaban. Cursó sus estudios secundarios en el Erasmus Hall High School y continuó su educación superior en la Universidad Cornell, contra la opinión de su madre que sostenía que los estudios universitarios perjudicaban sus opciones de contraer patrimonio y que la situación económica familiar apremiaba.
Bárbara consiguió la exención del pago de la matrícula en la Escuela de Agricultura de Cornell y un trabajo en una oficina de empleo. Su padre la bancó, mantuvo su regularidad en el estudio y fue elegida presidenta del centro de estudiantes en su primer año de cursada. En 1923 se recibió de Bachiller en Ciencias. Previamente, había tenido un flechazo con la genética cuando asistió a un curso dirigido por el genetista y mejorador vegetal C. B. Hutchison. Su interés determinó que la invitaran a participar del curso de Genética para graduados.
Trabajó en el departamento de Genética de la universidad y entre 1925 y 1927 obtuvo un posgrado y un doctorado en Botánica. Desarrolló técnicas para visualizar los cromosomas del maíz mediante la tinción con carmín que permitió distinguirlos con microscopía óptica, y descubrir, por primera vez, la morfología de los diez cromosomas del maíz.
En 1930 describió el entrecruzamiento que se produce entre cromosomas durante las divisiones celulares (meiosis) y en 1931 probó la existencia de la relación entre ese entrecruzamiento y la reconfiguración de caracteres heredables. Hasta ese momento, la idea dominante era que los genes estaban localizados en los cromosomas, pero nadie lo había podido demostrar ni vincular cromosomas específicos con genes concretos. Fue una revolución. Su profuso trabajo científico no se detuvo.
En 1933 recibió una importante beca de investigación a desarrollar en Alemania. Pero la irrupción del nazismo acortó su tiempo en tierra teutona y retornó a Cornell donde fue instructora de Botánica. En 1936 ganó un cargo de profesora asistente en el Departamento de Botánica de la Universidad de Misuri-Columbia y comenzó sus trabajos sobre la mutagénesis. Así, descifró el ciclo de ruptura, fusión y formación de puentes entre cromosomas, descubrió que la unión de cromosomas no era un proceso aleatorio y que existía un mecanismo para la producción de mutaciones a gran escala. Este mecanismo se estudia, aún hoy, en la potencial cura del cáncer.
Fue designada vicepresidenta de la Sociedad de Genética de Estados Unidos y continuó generando novedades científicas. Pero su esfuerzo era ninguneado por la universidad y no era tenida en cuenta para los cargos titulares. Eso implicó una nueva búsqueda profesional. En 1941 recibió un ofrecimiento del departamento de Genética del Laboratorio Cold Spring Harbor para ocupar el cargo de investigadora a tiempo parcial. Aceptó, y al año cubrió el cargo a tiempo completo. Su producción creció sostenidamente y la publicación de sus estudios y ensayos, también. En 1944 fue nombrada como académica en la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos y, posteriormente, presidenta de la Sociedad de Genética de Estados Unidos, cargo que solo habían ocupado varones.
En 1948, luego de varios años de investigaciones sobre el genoma de plantas de maíz, es decir, las miles de letras que componen su ADN, alcanzó otro descubrimiento revolucionario: la trasposición genética. O sea, comprobó la existencia de elementos que denominó loci, que podían cambiar su posición en el cromosoma, inclusive, trasladarse a otro.
Se hacían presentes los genes “saltarines”, que luego se llamaron transposones.
Se descubrió que estos elementos móviles representaban un mecanismo de excepcional importancia para el crecimiento, el desarrollo y la evolución de los organismos vivos.
Mas adelante desarrolló una nueva hipótesis: los loci eran elementos reguladores, ordenaban ciertas acciones de los genes y podían producir una regulación génica, proceso celular que aumentan o disminuyen los productos finales de los genes (proteínas o ARN). Estos descubrimientos e hipótesis cambiaron el concepto del genoma. Ya no se trataba de una entidad estática sino de una estructura dinámica con una asombrosa capacidad para reorganizarse a sí misma. Un verdadero desafío para los genetistas, que mudaban del asombro a la hostilidad respecto de su colega.
En esa época los biólogos estaban centrados en el estudio de microorganismos unicelulares, bacterias y virus, no quisieron o no supieron merituar correctamente los avances de Bárbara McClintock, sobre todo, la ninguneaban por la complejidad que develaban sus descubrimientos, la revelación de que lo conocido hasta ese momento debía ser modificado y, también, por su condición de mujer de sólida formación y firme carácter. A ella no le importó. Continuó sus investigaciones, publicó sus conclusiones en la revista Procedimientos de la Academia Nacional de Ciencias con los títulos «El origen y comportamiento de loci mutables en maíz» y «Organización de los cromosomas y expresión génica», e inició el estudio de diferentes “razas” de maíz en Sudamérica, de las que describió características evolutivas, cromosómicas y morfológicas.
Durante esos años combinó solidez investigativa, perseverancia metodológica y mucha paciencia con sus colegas. Los dejó venir hasta que se demostró la veracidad de sus conclusiones. Tardaron veinte años en reconocerlas.
A finales de los ’60 y principios de los ’70 los genetistas redescubrieron la existencia de elementos reguladores en levaduras y bacterias y se sumó el aporte dinámico de la biología molecular. En 1981 varios discípulos de Bárbara publicaron conclusiones sobre la composición cromosómica del maíz que fueron un hito en la etnobotánica, paleobotánica y botánica evolutiva.
A partir de ese momento, fue galardonada por diversas instituciones académicas y en 1983, recibió el premio Nobel de Medicina o Fisiología debido a su trabajo sobre los elementos transponibles. Solo habían pasado treinta años de invisibilidad en el mundo de las ciencias biológicas. Como justicieramente dijo en su momento James Watson, el descubridor de la estructura del ADN: “En realidad, ahora la ciencia se ha puesto a la par de Bárbara…”
Salú Bárbara McClintock! Por tu enorme paciencia, por mantener tus convicciones y por acercarnos conocimientos de gran valor para luchar contra enfermedades y seres microscópicos que nos complican la vida y nos recuerdan nuestra fragilidad.

Ruben Ruiz
Secretario General 


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