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Efemérides 16 de Julio – Masaniello

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Héroe napolitano contra el dominio español, el abuso fiscal y la inflación

Un día como hoy pero de 1647 asesinaban a Tommaso Aniello d’Amalfi, popularmente conocido como Masaniello, líder de la revuelta popular contra la presión impositiva del virreinato español que gobernaba el sur de la actual Italia que derivó, meses después, en la constitución de la Serenísima República de Nápoles.
Nació en 1620 en Nápoles, cerca de la plaza del mercado. Era hijo de Francesco d’Amalfi y Antonia Gargano. Su padre era pescador y comerciante. Fue el mayor de cuatro hijos e hijas. Aprendió el oficio de pescador con su padre y trabajaba con él. Era un hombre de piel morena, cabello y bigote castaño, curtido por el sol, siempre con su camisa y pantalón de algodón, gorra y eternamente descalzo. Típicos rasgos de los pescadores napolitanos de la época.
Algunas veces recurrió al artilugio del contrabando para evitar el pago de los abusivos impuestos que cobraba el invasor español y varias veces terminó encarcelado. Se casó con Bernardina Pisa en abril de 1641. Ella tenía 16 y él 21 años. Un episodio marcó el trayecto futuro de Masianello. Su esposa fue detenida por los recaudadores de impuestos por ingresar a la ciudad con una media llena de harina escondida entre las ropas. Fue encarcelada ocho días y su esposo debió vender los enseres domésticos y pedir dinero prestado para liberarla. La humillación fue grande y la deuda contraída también. Esos eran los niveles de opresión a que eran sometidos cotidianamente los/as napolitanos.
Nápoles era la ciudad más importante del reino español y la segunda urbe más poblada de Europa con 250.000 habitantes. Era un puerto importante del Mediterráneo, ocupaba un lugar privilegiado en las rutas comerciales, era un centro de producción intelectual, contaba con una prestigiosa universidad y tenía la mayor cantidad de impresores de libros de la península. Pero ese esplendor coexistía con un pueblo que vivía en condiciones miserables, con innumerables saqueos y siempre al borde de la sublevación. Además, los españoles succionaban todas las riquezas posibles generadas en la región para mantener sus campañas militares.
Ya en 1585, una muchedumbre había linchado y asesinado al “electo del Popolo” Giovanni Vincenzo Starace por la subida del precio del pan. Y hubo otras rebeliones por los intentos de modificar o restringir los mecanismos de acceso a los cargos de gobierno o al consejo de la ciudad.
En enero de 1647 el virrey Rodrigo Ponce de León impuso un nuevo impuesto sobre las frutas (el alimento de los pobres), las aceitunas y las legumbres y se penó con cárcel el ingreso de fruta en el mercado que no oblara el impuesto. La indignación crecía. A ese hecho se sumó el descontento de los juristas y los administradores contra la nobleza que detentaba el poder. En mayo de 1647 se rebeló la cercana ciudad de Palermo contra el cambio en la forma de pesar el pan para cobrarlo más caro.
El 7 de julio de 1647, el día de Santa María de la Gracia, la insurrección ocurrió en Nápoles. Esa mañana un grupo de jóvenes pisaron los higos expuestos en los puestos de la plaza y los lanzaron a los recaudadores que pretendían cobrar el impuesto. Su líder era Masaniello. Inmediatamente, se les unió un grupo de adolescentes pobres, los lazzari, blandiendo piedras y bastones que expulsaron del lugar a los recaudadores. La insurrección se difundió por la ciudad y sus alrededores ante el rumor de un nuevo impuesto, esta vez sobre el vino. Los puestos de la aduana fueron incendiados como el local donde se cobraba el impuesto a la harina, asaltaron los arsenales, las casas de algunos nobles y los presos fueron liberados. Luego se dirigieron a la casa del virrey que huyó al ver la multitud.
Se constituyeron milicias populares, formadas por artesanos, comerciantes y lazzari. Al menos, se constató la conformación de una milicia femenina que también estaba armada y produjo la quema del Monte de la piedad (centro usurario). El pueblo incrementaba su poder de fuego y crecían las ejecuciones sumarias, como la del duque de Maddaloni Diomede Carafa, que había apoyado la subida de impuestos y se había favorecido con su cobro injusto. Masaniello intentó aplacar los ánimos y, en parte, lo logró. Su carisma y su claridad de miras en semejante tumulto, fungió de amalgama entre los insurrectos.
Su centro de operaciones fue la iglesia del Carmine. Su asesor, el abogado Giulio Genoino, que ya había participado de otros intentos insurreccionales. Desde un andamio de madera en el frente de su casa impartía órdenes y justicia. Su intención era derrotar a los nobles que impulsaban la presión impositiva, dar mayor participación política al pueblo y lograr mayor autonomía comunal. No obstante el movimiento era heterogéneo y la falta de unidad conceptual fue su mayor debilidad. Algunos sectores de la burguesía desconfiaban de Masaniello y lo quisieron asesinar. Logró zafar del entuerto y sus victimarios fueron ejecutados en forma inmediata.
El pueblo napolitano nombró a Masaniello como “Capitán general de la gente de Nápoles”. El 9 de julio un grupo de intelectuales redactó un documento político, “Los capítulos de julio”, en el que se exigía la ampliación del poder popular y la reducción de impuestos aunque mantenían la lealtad del territorio a la Corona. La rebelión se extendió a las doce provincias del reino, a Calabria, los Abruzos, Otranto, la Basilicata, Apulia y Campania. La gente coreaba nuevas consignas, los muros hablaban a través de innumerables afiches, las calles se llenaban de pregoneros que contaban las novedades de las rebeliones. El reino crujía.
El 11 de julio Masaniello tuvo la primera negociación con el virrey en la que comunicó las exigencias. Dos días después, con la mediación del arzobispo de Nápoles, fue firmado un pacto mediante el cual la rebeldía fue perdonada, los impuestos más abusivos eliminados y se reconoció el derecho de los ciudadanos de permanecer en armas hasta que el tratado fuese ratificado por el rey de España. Pero se produjo en hecho controvertido y fatal. El virrey le regaló una cadena de oro, le ofreció una pensión, lo invitó a un almuerzo dominical en su palacio y lo convenció de que cambiara su vestimenta. Masaniello rechazó la pensión pero aceptó el almuerzo y la sugerencia del cambio de atuendo.
Existen algunos indicios de que fue levemente envenenado durante algún momento de esos hechos. Su actitud se volvió extraña. La multitud rechazó ese cambio de aspecto. Él se percató de ese rechazo y durante la tarde volvió a la Iglesia del Carmine donde intentó vertebrar un discurso pero fue inteligible. En ese momento se consumó la traición de algunos de sus compañeros. Bajo la tutela de Gulio Genoino, un grupo de comerciantes de granos lo asesinó, lo degolló y lo enterró fuera de la ciudad. La confusión fue generalizada pero no hubo reacción popular inmediata.
Los traidores creyeron que podían darle otra dirección al movimiento revolucionario. Comenzaron a develar sus intenciones. La primera medida fue alterar el peso del pan para elevar su precio. El pueblo reaccionó. Exhumó el cuerpo de Masaniello, lo enterró nuevamente con todos los honores, obligó al exilio de Genoino y a retrotraer la medida. Había nacido el mito. Masaniello renació del arrepentimiento y la irrenunciable voluntad popular por cambiar el manejo del poder.
Su muerte no acalló la rebelión. La protesta contra la inflación creciente, la carestía de alimentos y la alta presión fiscal en la ciudad y contra el feudalismo en el campo, se transformó en una insurrección social que duró nueve meses y que derivó en la efímera Serenissima Repubblica di questo regno di Napoli que fue derrotada en forma sangrienta con una mixtura de tropas españolas frescas, espías y agitadores en la ciudad, la ferocidad de la nobleza para acallar las rebeliones campesinas y el aprovechamiento de las divisiones entre los republicanos.
Masaniello fue el emergente de una historia de rebelión que nadie pudo prever y cuyo recuerdo continúa en las calles de Nápoles. Fue el estandarte de la lucha contra el abuso fiscal de los poderosos, la carestía que sume a los pueblos en la pobreza, la falta de capacidad para frenar la inflación y el despotismo del poder institucional. Solo vivió 27 años. Las razones de esa antigua insurrección parecen emparentarse con algunas de las cuestiones que nos siguen coartando la posibilidad de vivir mejor…

Ruben Ruiz
Secretario General 


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