Horacio Quiroga
Un día como hoy pero de 1937 se despedía Horacio Silvestre Quiroga Forteza, cuentista, poeta y dramaturgo uruguayo, maestro del cuento latinoamericano y la prosa modernista y naturalista.
Nació un 31 de diciembre de 1878 en la ciudad de Salto. Hijo de Prudencio Quiroga (descendiente de Facundo Quiroga), vicecónsul argentino en esa ciudad, y de Pastora Forteza. Su padre falleció accidentalmente de un tiro mientras bajaba de una embarcación cuando Horacio tenía dos meses de vida. Su familia se trasladó a Córdoba durante cuatro años y luego retornó a Salto.
Pastora se casó en segundas nupcias con Mario Barcos. Pero la tragedia se hizo presente otra vez. En 1896 el padrastro de Horacio sufrió un derrame que lo dejó mudo y semiparalizado. No lo soportó y se suicidó de un disparo de escopeta en la boca, que efectuó con el pie justo cuando Quiroga entraba en la habitación.
Realizó sus estudios secundarios en Montevideo. Fue alumno del Instituto Politécnico y del Colegio Nacional. Demostró interés por la literatura, la química, la fotografía, la mecánica, el ciclismo, mientras asiduamente volvía al campo. Ingresó a la universidad, pero sin ninguna intención de graduarse. En esa época pasaba largas horas en un taller de reparación de maquinarias y herramientas. El hijo del dueño lo indujo hacia la filosofía y picó lindo. Se consideraba un soldado del materialismo filosófico.
Entre 1894 y 1897 –mientras estudiaba y trabajaba– colaboró con La Revista y La Reforma, y perfeccionó su escritura. Aún se conserva su primer cuaderno de poemas con 22 piezas. En 1898 conoció a quien sería su primera esposa, María Esther Jurkovski. Estaban enamorados, pero los desencuentros con sus suegros fueron creciendo y su condición no judía sería determinante para consumar la separación de la pareja.
En 1899, con una parte de la herencia paterna, viajo a Europa. Fue en primera, vestido de frac; volvió en tercera, sin un peso, experiencia que plasmó en Diario de un viaje a París. A su retorno fundó el Consistorio del Gay Saber junto a sus amigos Federico Ferrando, Alberto Brignole, Julio Jaureche, Fernández Saldaña, José María y Asdrúbal Delgado. Fue un laboratorio literario experimental donde ensayaban nuevas expresiones y se acercaron al modernismo. Se erigió en un suceso cultural de Montevideo. En ese marco publicó su primer libro de poemas Los arrecifes de coral. Simultáneamente, en el Chaco fallecían su hermano Prudencio y su hermana Pastora a causa de la fiebre tifoidea.
Un episodio trágico volvió a cruzar su vida. Su amigo Ferrando se iba a batir a duelo con un periodista. Horacio se ofreció a revisar su arma. Mientras la inspeccionaba se escapó un tiro que impactó en la boca de su amigo y lo mató. Fue preso, interrogado y, posteriormente, liberado al comprobarse la naturaleza accidental del hecho.
Abandonó Uruguay y se afincó en Buenos Aires. Trabajó como maestro en las mesas de examen del Colegio Nacional de Buenos Aires y luego como profesor de castellano en el Colegio Británico. Su condición de experimentado fotógrafo le permitió participar de un viaje a Misiones, que dirigía Leopoldo Lugones, financiado por el Ministerio de Educación. Quedó prendado. Compró unos terrenos en el Chaco donde plantó algodón; económicamente fue un fracaso pero desde el punto de vista literario, un hallazgo: comenzó su camino en la narrativa breve.
En 1904 publicó “El crimen de otro”, con claras influencias de Edgar Allan Poe. Luego vendrían “Los perseguidos” y “El almohadón de plumas”. Mezclaba cuentos de terror rural y relatos para niños con igual destreza. En 1906 trabajó como profesor en el Normal 8 y compró un campo en Alto Paraná, Misiones. Se enamoró de su alumna Ana María Cires y convenció a sus suegros para que permitieran el casamiento y todos se fueran a vivir con ellos a Misiones. Horacio y Ana María tuvieron dos hijos, Eglé y Darío. Quiroga se transformó en productor yerbatero, juez de paz del Registro Civil de San Ignacio y educador de sus propios hijos. Pero el drama se volvió a presentar. En 1915 su esposa se suicidó, producto de una gran depresión.
Profundamente consternado, volvió a Buenos Aires, donde vivió en condiciones miserables hasta que comenzó a trabajar en el consulado de Uruguay. Fue su época de mayor producción literaria. En 1917 publicó Cuentos de amor, de locura y de muerte, donde el misterio se adueña de las situaciones cotidianas, la tensión es permanente, la violencia es implícita y los finales, imprevistos.
En 1918 publicó Cuentos de la selva, ocho cuentos con los que nos sumerge en la selva misionera y el bosque chaqueño de una manera única. La tortuga gigante que salva la vida del cazador, el loro pelado Pedrito con sus costumbres casi humanas, la experiencia con el tigre y su burla final, el ingenio de los caimanes yacarés para salvar al río de los buques de guerra, el pequeño coatí que resuelve sacrificar su libertad para vivir con dos niños y asegurar el alimento de sus congéneres, la guerra de las rayas contra los tigres en el paso de Yabebirí, la abeja haragana que se transforma en trabajadora después de una noche de susto, la gama (venado) ciega y su amistad con el cazador o por qué los flamencos tienen las patas de color rojo. Humor, descripción fantástica de una naturaleza exuberante y toneladas de solidaridad.
En los años siguientes aparecieron los libros de cuentos Anaconda, El desierto y Los desterrados, donde se presentan el Amazonas, la terquedad de un hombre solitario y su búsqueda a destiempo, y ancianos que pretenden volver a su tierra natal luego de haber tenido una vida aventurera. Situaciones extremas, paisajes interminables, agotamientos permanentes, ilusión intacta.
En 1927 retornó a Misiones con su nueva pareja María Elena Bravo, 30 años menor que él, con quien tuvo una hija, a quien pusieron el nombre de su madre y apodaron “Pitoca”. La dureza de la vida en la selva y la soledad circundante distanciaron al matrimonio y, al poco tiempo, María Elena regresó con su hija a Buenos Aires.
Solitario, con su viejo Ford que le permitía cierta movilidad y su conexión con la naturaleza, pasó sus últimos años. Un cáncer de próstata muy avanzado lo hizo volver a la ciudad, más precisamente, al Hospital de Clínicas. Cuando el médico le comunicó la irreversibilidad de la situación, tomó una decisión drástica. Consiguió una dosis de cianuro, la ingirió y a la mañana siguiente expiró con cierta levedad.
Salú, Horacio! Gracias por tu literatura mágica y tus cuentos de terror dotados de una atmósfera lúdica e indescifrable, que neutralizaban el miedo que sucedía a los relatos. Mezcla de locura, humor, paisajes de enorme belleza y oscuridad, y animales parlantes de exquisita dulzura.
Ruben Ruiz
Secretario General