Un maestro del cine político
Un día como hoy pero de 1919 nacía Gilberto Pontecorvo, director y productor de cine, documentalista, guionista y compositor italiano que reescribió las coordenadas del cine político y aportó una mixtura de entretenimiento popular, reflexión político-ideológica, claridad de la escritura convertida en imágenes y contribuciones autorales que influenciaron en el estilo de esas producciones cinematográficas y en muchos directores que identificaron esa nueva clave.
Nació en Pisa. Hijo de una pareja ítalo-judía formada por Massimo Pontecorvo, industrial textil, agnóstico y Marina Esmeralda Maroni, pianista, protestante y miembro de la Iglesia Evangélica Valdense. Estudió Ciencias Químicas en su ciudad natal pero las leyes raciales del régimen fascista hicieron que la familia Pontecorvo fuera emigrando, en primer lugar, a Francia. En 1938 se encontró con su hermano, el físico Bruno Pontecorvo, en París. Comenzó a frecuentar el ambiente cultural parisino y conoció a Pablo Picasso, Igor Stravinsky y Jean-Paul Sartre), entre otros. Fue corresponsal de diversas revistas e instructor de tenis.
A instancias de su primo, Emilio Sereni, se incorporó junto a su hermano al Partido Comunista Francés. Cuando los nazis se aprestaban a invadir París, los hermanos Pontecorvo, Sereni y Salvador Luria (futuro famoso microbiólogo) huyeron en bicicleta de la ciudad. Fueron diez horas de pedaleo hasta llegar a Toulouse. Allí se dispersaron y tomaron diferentes rumbos. Gillo se transformó en uno de los enlaces entre un sector del grupo dirigente comunista italiano camuflado en el sur de Francia y otro núcleo del PCI clandestino que ya había entrado en Italia.
En 1943 ya estaba instalado en Milán y, de golpe y porrazo, fue convocado junto a Pietro Ingrao, a formar parte de la redacción de L’Unitá, el periódico partidario fundado por Antonio Gramsci. Fueron años de adrenalina, convicción, valentía y audacia para intentar cambios en el diseño del diario que tenía una marcada identidad y que le trajo algunos encontronazos en la organización.
En 1946 vio la película Paisá, de Roberto Rossellini y quedó conmovido. A partir de ese momento, el cine fue una opción en su vida. Fue ayudante de dirección del francés Yves Allégret en “Los milagros no se repiten” y de Mario Monicelli en “Los infieles” y en “Totó y Carolina”. Compró una cámara de película de 16 mm y avanzó por los palos con sus propios documentales: “Misión Timiriasev”, “Puerta Portese”, “Perros tras las rejas” y “Pan y azufre”. En 1956 acometió con su primer cortometraje, “Giovanna”, contrapunto entre una obrera textil en huelga que participa de la ocupación de la fábrica y su marido comunista que la cuestiona consumido por el machismo y su falta de centralidad en los acontecimientos.
Ese año renunció a su afiliación comunista por la invasión soviética a Budapest y la ocupación de Hungría. Otro humanista de izquierda que no abandonó sus ideas. Solo se quedó sin partido.
Al año siguiente, dirigió su primer largometraje: El gran camino azul, historia sobre la compleja realidad en un pueblo de pescadores de la Italia de posguerra. En 1959 dirigió Kapó y tuvo sus primeros chispazos públicos con la crítica y algunos de sus colegas. Un drama ambientado en un campo de concentración nazi centrada en la historia de una joven judía deportada que pierde a su familia, cambia su identidad por la de una delincuente recién fallecida, se transforma en una prisionera de confianza de sus captores y queda a cargo de una barraca en ese infierno.
Imágenes patéticas de los campos de exterminio y realismo cinematográfico que revela la desesperación extrema por sobrevivir, la degradación humana y la escena final con un suicidio en primer plano sobre un alambrado que intenta remedar el daño causado y sacude un amor trágico. Demasiado realismo para un tiempo en que el mundo empezaba a develar la magnitud de los horrores del nazismo y el fascismo.
En 1966 filmó su película más famosa: La batalla de Argel. Narración sobre la lucha que libraba el Frente de Liberación Nacional de Argelia contra la ocupación francesa. La insurrección popular protagonizada por actores no profesionales, la “Casbah” (ciudadela de Argel y su barrio histórico) como centro de operaciones de la guerrilla anticolonial, las torturas y desapariciones ejecutadas por el invasor, la preminencia del sujeto colectivo como herramienta de liberación y la tozudez de un pueblo por liberarse enmarcada en una escena final épica que anticipa la futura victoria.
Imágenes despojadas que hieren, emocionalidad a full, relato desnudo de la violencia colonial, heroísmo cercano de personajes comunes, técnica neo-documental, filmación en blanco y negro con cámaras de mano, estética de noticiero y banda sonora emocionante de Pontecorvo y Ennio Morricone. Fue un choque estético que impactó y cuya proyección fue prohibida por varios años. El colonialismo quedaba sin ropas ante el público e hizo todo lo posible por ocultarlo. No pudo. Finalmente, fue un éxito global. Un dato no menor: Morricone tuvo que crear una productora (Igor Film) y reunir U$s800.000 para poder filmarla ante la negativa cerrada de financiación.
En 1969 golpeó nuevamente. Esta vez fue Queimada. Pintura indeleble sobre las consecuencias del colonialismo en nuestra América. Ficción realista de las manipulaciones británicas por el mundo centrada en una isla de Centroamérica. Todos los condimentos: plantaciones de caña de azúcar, explotación de la población negra, rebelión popular, liderazgo genuino pero débil, política en las sombras, inducción con promesas (finalmente incumplidas) y represión, derrota histórica y muertes previsibles y también sorpresivas como signos de una historia no inconclusa. Cualquiera que quiera asociar esta película a la historia de la primera revolución negra en el mundo producida en Haití, tiene derecho.
Textos sin edulcorantes, imágenes potentes, un Marlon Brando detestable y descollante en el papel del sanguinario y certero mercenario William Walker y de Evaristo Márquez (un pastor colombiano analfabeto que conocieron durante la búsqueda de locaciones) en el papel de José Dolores, líder de la rebelión de los esclavos. Obra maestra para quien quiera ver y oír.
En 1979 se sumergió en el mundo del conflicto del país vasco. Historia que muestra con minuciosidad los preparativos del atento perpetrado por ETA contra al almirante Luis Carrero Blanco, presidente del gobierno de la dictadura franquista. Se insertó en la psicología de los cuatro personajes que realizaron el atentado y describió la tensión que supusieron las dificultades para cavar el túnel debajo de la calle donde pasaría el auto del funcionario, sus falsas identidades para pasar desapercibidos en Madrid, sus miedos y dudas. Reparto de lujo: Gian María Volonté, Ángela Molina, José Sacristán y Eusebio Poncela sobre libro de Julen Aguirre.
Ninguna de sus obras esquivó la polémica ni el aplauso. Después de este periplo, un largo letargo.
En 1989 participó de 12 directores para 12 ciudades, una promoción de las sedes del Mundial de Futbol de 1990 junto a Michelangelo Antonioni, Lina Wertmüller, Bernardo y Giuseppe Bertolucci, Alberto Lattuada, Ermanno Olmi, Franco Zeffirelli, Mauro Bolognini, Mario Monicelli, Francesco Rosi, Mario Soldati y Carlo Lizzani.
Entre 1992 y 1996 fue director de la “Mostra Internazionale d’Arte Cinematografica della Biennale di Venezia”, uno de los cinco grandes festivales de cine en el mundo occidental (junto a Cannes, Berlín, Toronto y Sundance) en la que abanderó la lucha por la diversidad cultural ante la colonización de hecho de la industria cinematográfica estadounidense.
En 2000 reapareció con una producción coral sobre las protestas masivas contra el “Grupo de los ocho” en Génova titulada Otro mundo es posible y en 2002 con otro filme sobre el primer Foro Social Europeo que sesionó bajo el lema “Contra la guerra, el racismo y el neoliberalismo”.
En 2006 una insuficiencia cardíaca pudo más. Guardó su lente con sigilo para nuevos arrebatos.
Salú Gillo Pontecorvo! Por tu audacia para mostrar el lado crudo de la realidad y ponerle el pecho a la presión de los poderosos y a las polémicas por derecha e izquierda…
Ruben Ruiz
Secretario General