La fotógrafa de modas que se coló en la guerra y registró la barbarie
Un día como hoy pero de 1977 se despedía Elizabeth Lee Miller, fotógrafa, fotoperiodista, modelo y artista surrealista estadounidense que se convirtió de retratista de alta costura en corresponsal de guerra y mostró con audacia y crudeza los horrores de la conflagración en el frente occidental y sus devastadores efectos que se pretendieron ocultar todo lo posible.
Nació en 1907 en Poughkeepsie, una pequeña ciudad del norte del estado de Nueva York. Hija de la pareja formada por Florence McDonald, enfermera y Theodor Miller ingeniero y fotógrafo aficionado. Tuvo una infancia trunca. A los siete años fue violada por un amigo de la familia, infectada de gonorrea y sometida a un tratamiento doloroso durante meses. Su carácter explosivo determinó que fuera expulsada sistemáticamente de las escuelas en las que cursó. Su padre la retrató desnuda durante su infancia y adolescencia en unas turbias imágenes. La insólita excusa fue que buscaba que Lee volviera a aceptar su cuerpo tras el abuso sexual que había sufrido y que recuperara su autoestima.
A los dieciocho años alcanzó un respiro: se mudó a Paris unos meses y estudió iluminación, vestuario y diseño en la Escuela de Escenografía de Ladislas Medgyes. Tras cartón, retornó a su casa e inmediatamente se dirigió a Nueva York. Ingresó a un programa de teatro experimental en el Vassar College, impartido por la pionera Hallie Flanagan y estudió dibujo y pintura en la Liga de Estudiantes de Arte de Nueva York, ubicada en Manhattan.
Un encuentro casual cambió su vida: al intentar cruzar una calle casi es atropellada por un automóvil pero fue rescatada por el legendario editor de la revista Vogue, Condé Montrose Nast, que quedó impactado por la belleza de la distraída transeúnte. El incidente se convirtió en una leyenda del sector y Lee Miller comenzó su carrera de modelo. Tenía diecinueve años. Al poco tiempo apareció en las tapas de las revistas más vendidas.
Otro hecho cambió su vida en sentido inverso: la empresa Kotex utilizó su imagen para promocionar una línea de tallas higiénicas, un tema tabú para la época. Ella no había dado su consentimiento pero había cedido los derechos de imagen. Edward Steichen le había tomado imágenes un año antes y las vendió a la empresa. Escándalo y fin de su carrera de modelo.
En 1929 se trasladó nuevamente a París. Se empeñó en ser asistente del artista visual Man Ray. Lo logró a pesar de la inicial negativa del artista. Pronto se convirtió en aprendiz, musa y amante. Se sumergió en el mundo del surrealismo. Entabló amistad con Salvador Dalí, Max Ernst, Paul Elouard, entre otros. Fotografió a Picasso, fue parte de un film de Jacques Cocteau, aprendió a usar técnicas innovadoras como la solarización (sobrexposición de una película a tonos inversos que crea un efecto fantasmal) y mejoró su formación con el fotógrafo de moda inglés George Hoyningen-Huene, hecho que le sirvió en su próxima aventura profesional.
La convivencia con Man Ray no superó el fuerte carácter de ambos y el grado de autonomía de Miller y regresó a Nueva York. Inauguró su propio estudio de fotografía. Se atrevió a arrancar a las modelos de los estudios y tomarles fotografías en las calles y espacios públicos de la ciudad y tuvo un éxito razonable con esa estrategia artística novedosa para la época.
En 1934 se casó con el empresario egipcio Aziz Eloui Bey y vivieron la isla de Gezira, cerca de El Cairo. Exploró la fotografía paisajística pero la pareja no funcionó y se separaron a los pocos años. En 1937 ya estaba de vuelta en París donde conoció al crítico, coleccionista de arte e integrante de la tribu surrealista Roland Penrose con quien luego se casaría y tendría un hijo. Viajaron a los Balcanes y retrató la vida rural y el modo de vida de los romaníes y sintis. A su regreso se aquerenciaron en la ciudad de Londres, su nuevo centro de operaciones. Se acercó a Vogue y ofreció sus servicios profesionales. Al principio la rechazaron pero la ida de los varones a la guerra abrió una ventana. El salario era bajo pero pudo trabajar y ejercer su arte.
Su labor era monótona pero su inquietud lo superó. Invitó a la curadora y periodista Ernestine Carter y el locutor Edward R. Murrow a editar Grim Glory: imágenes de Gran Bretaña bajo fuego, un fotolibro sobre los bombardeos nazis a Londres y su secuela de destrucción dirigido al público estadounidense. Éxito rotundo en EE UU y Reino Unido. De sobrepique, fue contratada como corresponsal de guerra oficial del Ejército de EE UU para retratar el trabajo de las enfermeras estadounidenses en Gran Bretaña. Hizo bastante más que eso.
Retrató a las mujeres trabajadoras que ocupaban el lugar dejado vacante por los hombres enviados a la guerra, la tarea sin descanso de enfermeras y médicos agotados en los hospitales de campaña, a las mujeres del Servicio Territorial Auxiliar (ATS) operando una batería de reflectores en Londres en apoyo de las baterías antiaéreas, el trabajo de las mujeres del Servicio Real Naval Femenino (WRNS). No solo mostró la presencia y el heroísmo femenino en el frente y retaguardia sino que develó los sentimientos ante el dolor extremo y la sinrazón.
En 1944 franqueó todos los filtros y pudo mostrar la vida en el terreno. El vértigo en los hospitales cerca del frente, el dolor de los heridos, las curaciones improvisadas, el asedio aliado a Saint Maló y la dura resistencia alemana, el uso por primera vez de las bombas de napalm y el desquicio que producía, la liberación de París, la cruenta campaña de Alsacia.
Presenció la rendición alemana. En Múnich, su socio David E. Sherman, le tomó la famosa foto desnuda en la bañera del departamento de Hitler el mismo día que el desquiciado se suicidaba en Berlín. Fue la primera mujer en fotografiar el espectáculo espectral de los campos de concentración de Buchenwald y Dachau: sobrevivientes esqueléticos y hambrientos, niñas víctimas del horror escondidas en oscuros rincones, un tren repleto de cadáveres, cuerpos inermes sin enterrar, fosas comunes, los cuerpos de oficiales alemanes que se habían suicidado junto a sus familias, soldados ajusticiando a prisioneros alemanes. La locura en foco.
También retrató el inicio de la posguerra. Niños moribundos en Viena, bebés que fallecían debido a la carestía de los medicamentos, la vida en los campos arrasados de Hungría, la ejecución del exprimer ministro húngaro filonazi Laszlo Bardossy, el suicidio de la hija del alcalde de Leipzig, mujeres francesas rapadas en Rennes acusadas de colaborar con los nazis.
Lee Miller entregó decenas de rollos y miles de palabras en textos que describían las fotografías. Introdujo a una revista de moda como Vogue en la guerra y sus consecuencias y superó los intentos de censura de los poderosos para que el horror se conociera menos.
La guerra no fue inocua para ella. Convivió con el alcohol y la benzedrina como muchos soldados durante la contienda. Sufrió los efectos del estrés postraumático y episodios depresivos al regresar a Londres. Trabajó dos años más en Vogue y se retiró. Peleó contra los recuerdos dramáticos de la guerra y se reconvirtió: fue una consultada cocinera gourmet.
En el verano de 1977 el cáncer de pulmón venció en esa batalla desigual. Fue en su casa de Sussex. Había guardado 60.000 imágenes y negativos que fueron recuperados por su nuera y dados a conocer por su hijo hace poco tiempo. Su cámara Rolleiflex, de formato cuadrado y sin teleobjetivo que la obligaba a estar cerca de las peligrosas o dramáticas escenas que quería plasmar, hizo un último clic y enmudeció para siempre.
Mostró el horror de la guerra e hizo su aporte para develar el esfuerzo silenciado de las mujeres en la derrota de la bestia parda y la necesidad de reconocer sus derechos sin biri biri.
Salú Lee Miller!
Ruben Ruiz
Secretario General