La filósofa con una actualidad brutal que alertó sobre la alienación en el trabajo, los peligros de la desconexión social y la importancia del arraigo
Un día como hoy pero de 1943 se despedía Simone Adolphine Weil, filósofa, profesora, escritora, traductora, sindicalista, combatiente voluntaria en el bando republicano durante la Guerra Civil Española, miembro de la Resistencia Francesa, activista política y mística francesa inclasificable que describió con maestría la naturaleza criminal del nazismo, diseccionó con precisión el efecto devastador del trabajo industrial repetitivo sobre la persona humana y desarrolló un desconcertante pensamiento cristiano plagado de radicalidad y heterodoxia.
Nació en 1909 en París. Hija de Salomea Reinherz y Bernard Weil, médico. Una familia de intelectuales judíos agnósticos, apartados de la práctica religiosa. Durante la Primera Guerra Mundial su padre fue movilizado como médico militar y la familia se trasladó con él a diferentes puntos de Francia en guerra. Su hermano mayor, André, fue quien le enseñó a leer a Simone. Su relación fraternal fue enorme y fue de gran ayuda para que ella pudiera soportar el contexto de la guerra y las consecuencias de su precaria salud.
En 1919 ingresó al Liceo Fénelon para cursar sus estudios primarios. Formó una asociación con fines caritativos: “Los caballeros de la mesa redonda” y se destacó en la práctica solidaria. A los catorce años tuvo una crisis personal ante la brillantez académica de su hermano. Sentía una distancia inalcanzable. Admiración y vacío. Se aferró al deseo de encontrar la verdad de los sentimientos y los hechos y realizar un esfuerzo sostenido para alcanzarla. Un aprendizaje que le permitió alejarse de la angustia cotidiana y le sirvió con creces en el futuro.
En 1924 ingresó en el Liceo Victor-Duruy y luego en el Liceo Henri IV donde completó sus estudios secundarios y se entrenó en el terreno de la discusión política y religiosa. Al año siguiente ingresó a la Escuela Normal Superior de París donde estudió filosofía y literatura. Se graduó en 1931 con la tesis “Ciencia y perfección en Descartes”. Durante los veranos realizó tareas agrícolas en el campo de unos parientes del Jura y trabajó con los pescadores de Réville, en el Canal de La Mancha, a quienes también enseñaba aritmética y francés.
Comenzó a trabajar como docente en el liceo Le Puy-en-Velay. Durante sus horas libres y los fines de semana dictaba cursos para obreros ferroviarios y mineros en Saint-Étienne y realizaba diversas actividades sindicales. Su heterodoxia en el modo de enseñar y el apoyo a sus compañeros y vecinos en huelga implicó que la trasladaran. Primero en Auxerre, luego en Roanne. Sus problemas con las autoridades continuaron y aparecieron las jaquecas que la persiguieron el resto de su vida y con las que convivió gracias a su gran voluntad de superación.
En el verano de 1932 viajó a Berlín. Vivió en la casa de una familia obrera comunista y presenció el avance del nazismo. Se comprometió a ayudar a quienes emigraran de Alemania y, simultáneamente, detectó el grado de autoritarismo imperante en la URSS. También ayudó a los opositores al estalinismo, como León Trotsky, a quien acogió clandestinamente pero con quien disintió profundamente sobre los métodos para alcanzar el cambio de sociedad. En esa época escribió sus primeros artículos sobre la peligrosidad creciente del nazismo.
En 1934 escribió Reflexiones sobre las causas de la libertad y la opresión social, una síntesis de su pensamiento, una recapitulación de las enseñanzas adquiridas en su militancia con el sindicalismo revolucionario y un distanciamiento con algunos principios del marxismo. Abandonó la docencia e ingresó a trabajar como obrera de montaje en las fábricas Alsthom, Carnaud et Forges y Renault. Consideraba que no se podía teorizar sobre la realidad de la clase obrera sin ser parte de ella. Fueron dos años en los que vivió de su salario, se negó a recibir ayuda de su familia y compartió las vicisitudes y angustias con sus compañeros/as de trabajo.
“Allí recibí la marca del esclavo”, sintetizó. En una carta a su amiga Albertine Thénon, escribió: “Al ponerse ante la máquina, uno tiene que matar su alma ocho horas diarias, el pensamiento, los sentimientos, todo. Y estés irritado, triste o disgustado… tienes que tragártelo, debes reprimir en lo más profundo de ti mismo la irritación, la tristeza o el disgusto”. De esa experiencia surgió un escrito breve, profundo y denso: La condición obrera.
Su salud se debilitó y se refugió en un pueblo pesquero de Portugal donde tuvo su primer contacto con el cristianismo que asumió como la religión necesaria de los esclavos. En el verano de 1936 se alistó como voluntaria para ayudar a los republicanos españoles contra el golpismo franquista. Formó parte de la “Columna Durruti” en los campos de batalla de Aragón hasta que se quemó una pierna y fue evacuada. Su experiencia fue formativa. Se convenció que el efecto que producía la guerra sobre las personas era devastador. Comenzó su etapa hacia el pacifismo radical y continuó su búsqueda de la verdad.
Sus jaquecas eran cada vez más dolorosas; realizó una cura en Suiza y visitó Asís, en Italia, donde quedó prendada por su belleza espiritual y tuvo su primera experiencia mística. En 1938 regresó a Francia. Trabajó en Saint Quentin, una ciudad obrera cercana a París. Visitaba regularmente una abadía benedictina en donde admiró la liturgia y el canto gregoriano que la indujeron a la lectura de los principales textos de la mística universal.
Fue una conexión definitiva.
En 1939 los nazis invadieron París y la familia Weil debió huir de la ciudad por su condición de judíos. Recalaron en Marsella donde Simone trabajó en el campo del pensador católico Gustave Thibon, ayudó a unos exiliados indochinos de un centro de refugiados cercano, escribió en “Cahiers du Sud”, ideó un curso de enfermería para actuar en el frente de guerra y colaboró con un grupo vinculado a la Resistencia Francesa llamado “Testimonio cristiano”. En ese tiempo redactó Cuadernos (que luego se publicaría como La gravedad y la gracia)
Los riesgos eran grandes y en 1942 la familia pudo exiliarse en Nueva York, con una estadía en un campo de refugiados en Casablanca, gracias a los contactos de su hermano. En ese periplo dieron a luz escritos que sobrevivieron en siete cuadernos y una libreta que más tarde fueron recopilados en la obra El conocimiento sobrenatural.
No obstante, Simone Weil sintió que fallaba a su patria y regresó. Su primera parada fue Londres donde se incorporó a las fuerzas de Francia Libre dirigidas por Charles De Gaulle. Insistió en ser enviada a una misión a su país pero nunca lo logró. A sabiendas de su inteligencia y capacidad de trabajo, le encomendaron escribir sobre la futura reconstrucción de Francia y la organización en tiempo de paz. Cumplió con creces y escribió nuevas obras.
El arraigo, sobre las necesidades del individuo y las obligaciones del estado Escrito de Londres y últimas cartas que incluyen: “Legitimidad del gobierno provisional”, “Estudio para una declaración de las obligaciones respecto al ser humano”, “Consideraciones en torno al nuevo proyecto de Constitución”, “Ideas esenciales para una nueva Constitución”, entre otras.
No abandonó su vínculo con el cristianismo aunque siempre se negó a ingresar a la iglesia que consideraba opresora de la individualidad. Escribió A la espera de Dios y La fuente griega. La mayoría de sus obras fueron publicadas en forma póstuma con un gran esfuerzo de búsqueda y compilación de varios autores, entre los que se encontró Albert Camus.
En el verano de 1943 una tuberculosis galopante y un grado importante de anorexia pudieron más que su frágil cuerpo y sus ansias por volver a su patria ocupada por la bestia parda.
Salú Simone Weil! Por tu búsqueda incesante y sin filtros de la verdad, por tu involucramiento para transitar ese camino heterodoxo y sin concesiones, por no ser parte del biri-biri de café…
Ruben Ruiz
Secretario General