La voz del tango reo y cachador, la estampa de una mujer que siempre peleó por ser independientey primera mujer negra millonaria en EE UU
Un día como hoy pero de 2002 se despedía Laura Ana Merello, la Morocha argentina, cantante de tango y milonga y actriz argentina que reivindicó y dio visibilidad a miles de mujeres sumergidas, pobres y acorraladas en un mundo machista.
Nació en 1904 en el conventillo de Defensa 715, barrio de San Telmo, ciudad de Buenos Aires. Hacinamiento, humedad y pobreza fueron sus primeros vecinos. Hija de Ana Gianelli, planchadora y de Santiago Merello, cochero de mateos. Su padre murió de tuberculosis cuando Tita tenía siete meses. Su madre no podía hacerse cargo de su manutención y fue alojada en un asilo de Villa Devoto. No tuvo educación formal. Tiempo después, vivió en forma esporádica en Montevideo donde trabajó de empleada doméstica sin sueldo.
A los 10 años fue diagnosticada erróneamente de tuberculosis. Ese hecho significó su mudanza a un campo de Bartolomé Bavio, provincia de Buenos Aires, donde vivió con un tío. Ordeñaba vacas, limpiaba chiqueros, prendía el fuego para el desayuno de los peones, preparaba asados.
A los 15 años retornó a la ciudad de buenos Aires y vivió con su madre, su nueva pareja y el hijo de ambos. Su nueva morada: Corrientes 1318, a tres cuadras del Obelisco. Su situación económica era deplorable. Comenzó a trabajar como corista en el Teatro Avenida donde solo recogió silbidos y abucheos. No se amilanó y continuó cantando en los bares de Avenida de Mayo y en el Teatro Porteño. La mano empezó a cambiar y tuvo un éxito moderado con su versión de “Titina”.
En esa época se cruzó con el redactor Eduardo Borrás quien sería una guía en su vida. Le presentó a un amigo, Simón Irigoyen Iriondo que le enseñó a leer y escribir. Tita era analfabeta y descubrió que podía ordenar y darle forma a sus pensamientos. En 1922 trabajó en el Teatro Ba ta Clán, donde concurrían los marineros y gente de “avería”. Se sobrepuso a ese ambiente espeso y sobresalió con su perfil reo y su fraseo canyengue, que acallaba los gritos e imponía un mínimo respeto.
En 1923 cambió su suerte. Interpretó “Trago amargo” y su popularidad creció. Se integró como vedette al Teatro Maipo, en el espectáculo “Las modernas scherezadas”. Nacía la “Vedette rea”. En 1925 hizo roncha con el estreno del tango “Leguisamo solo”. En 1927 incursionó en el mundo discográfico. Grabó para Odeón “Te acordás reo”, de Emilio Fresedo y “Volvé mi negra”, de José María Rizzuti. En 1929 grabó para RCA Víctor “Tata… llevame p’al centro”, “Che… Pepinito” y “Te has comprado un automóvil”. Aparecía el tango humorístico, burlón, transgresor, en versión femenina. Crítica social y semblanza personal. Con Olinda Bozán fueron las máximas exponentes de ese estilo.
Años más tarde, arrasó con “Arrabalera”, “Pipistrela”, “Niño bien”, “El choclo”, “Qué vachaché”.
En 1930 se le animó al teatro dramático. Actuó en El rancho del hermano y protagonizó el personaje “Doce pesos” en el sainete _El conventillo de la Paloma”. En 1931 se zambulló en el periodismo y escribió en la revista “Voces”. De analfabeta a exitosa redactora.
En 1933 participó en la primera película sonora del cine argentino: Tango! _, junto a Azucena Maizani y Luis Sandrini, su futuro gran amor. En 1937 trabajó en _Así es el tango y en el filme que la consagró como actriz dramática: La fuga, donde pudo mostrar su ductilidad actoral y un alto grado de espontaneidad, inédita para el cine nacional de la época.
Alternaba sus trabajos entre Buenos Aires y Montevideo. En 1942 impactó en las dos orillas con la obra teatral Buenos Aires de ayer y de hoy, en la que interpretó dos canciones emblemáticas, “Se dice de mí” y “Tranquilo, viejo Venancio”. En 1946 acompañó a su pareja, Luis Sandrini, a México. Allí se destacó en la película Cinco rostros de mujer junto al actor mexicano Arturo de Córdova.
A su vuelta filmó Don Juan Tenorio y se terminó de consagrar con Filomena Marturano, en cine y en teatro. Trece meses en cartelera. Sin embargo, ese éxito le impidió acompañar a Luis Sandrini a España y se produjo un quiebre en la relación sentimental. Se separaron y el actor retornó del brazo de Malvina Pastorino, lo que le produjo un gran impacto en su sensibilidad y un cambio profundo en sus actitudes futuras. No obstante, el éxito no la abandonaba y filmó dos películas entrañables: Arrabalera y Los isleros_. Simultáneamente, incursionó en la radio con su micro por la Red Privada de Emisoras titulado “Ahora habla una mujer”. Una todoterreno.
A mediados del ’50 filmó Guachos, Para vestir santos, El amor nunca muere y El mercado de Abasto. Pero su estrella se apagó con el golpe de estado de 1955. Su condición pública de peronista hizo que fuera interdicta y acusada de contrabando de té desde Ceylán. Le prohibieron actuar y fue investigada escrupulosamente. No encontraron nada pero el daño estaba hecho. Trabajó en parques de diversiones y circos hasta que se exilió en México. En 1958, con el retorno de la democracia, volvió a la argentina. Realizó varias obras de teatro y filmó Amorina con éxito acotado. No tanto por sus actuaciones sino porque había aparecido un contrincante con una influencia decisiva e imparable: la televisión.
A ese medio llegó en 1962. Apareció con “Tangos en mi recuerdo por orden de aparición” y “Vivimos así” pero el boom ocurrió con su papel de comentarista en Sábados circulares, un programa conducido por Pipo Mancera en el que interpretaba tangos, desgranaba anécdotas y aconsejaba a las mujeres. Fue una de las abanderadas mediáticas de la realización de exámenes ginecológicos para prevenir enfermedades.
En 1972 publicó su autobiografía en La calle y yo en el que mixturó jugosas anécdotas, recuerdos, reflexiones y poemas y en 1974 interpretó a la curandera María Salomé Loredo en La Madre María, papel que resignificó su popularidad. Finalmente, el director Alejando Doria la convocó para filmar Los miedos y Enrique Carreras para Las barras bravas. Su última obra teatral fue _ Para alquilar balcones_.
Luego ingresó en un largo retiro que interrumpía solo por algunas apariciones televisivas con su agudeza proverbial y su inclinación a las frases provocativas, que mantenían su inalterable popularidad. Tuvo problemas con la vista y la audición pero su salud no se quebrantó. Solo fue derrotada por la hipertensión. Eligió vivir sus últimos días en la Fundación Favaloro. Se despidió suavemente una Nochebuena en un país convulsionado y dolorido.
Arrabalera, canyengue, mordaz, cabeza dura, enérgica, ingenua, de voz cáustica, de presencia arrasadora, sin pelos en la lengua.
Salú Tita!! Por tu firmeza para pelear la vida desde la cuna, por tu personalidad que imantaba fiereza y ternura, por tus consejos con enseñanza, por tu humor corrosivo.
Ruben Ruiz
Secretario General