Pionera del ambientalismo global
Un día como hoy pero de 1907 nacía Rachel Louise Carson, bióloga marina, conservacionista, divulgadora, escritora y periodista estadounidense que popularizó la necesidad del cuidado del medio ambiente y la creación de una conciencia ambiental a nivel planetario.
Era la menor de cuatro hermanos/as. Durante su infancia vivió en la granja familiar en Springdale, Pensilvania. 26 hectáreas a orillas del río en las que exploraba la naturaleza con avidez y leía profusamente. La vida en el océano fue su tema preferido desde que encontró unos fósiles de caparazones en la ribera del río. Otro hecho que la impactó desde niña fue la cercanía de dos plantas de energía a carbón que contaminaban el campo y la ciudad, y la desaprensión de sus dueños para con sus vecinos y el medio ambiente.
A los 11 años había publicado un cuento que publicó la revista St. Nicholas Magazine. Estudió en el colegio Springdale hasta el décimo grado y completó el secundario en el Instituto Parnassus de Pensilvania. Se graduó primera en una promoción de 45 estudiantes varones. Ingresó al Pennsylvania College for Women (actual Universidad de Chatham), ubicado en la ciudad de Pittsburgh, para estudiar literatura inglesa pero al tercer año se cambió a la carrera de Biología. Prevaleció su precoz curiosidad infantil.
Era la época de la Gran Depresión y los problemas económicos acuciaban. Su padre, vendedor de seguros, se había quedado sin trabajo. Rachel se licenció como docente e ingresó como profesora en la Universidad de Maryland. Se recibió de bióloga, realizó un curso de verano en el Instituto de Biología Marina de Woods Hole, Masachusets, e inició una maestría en Zoología y Genética en la Universidad John Hopkins en Baltimore, que obtuvo en 1932.
Quiso cursar el doctorado pero la temprana muerte de su padre la transformó en sostén de su madre. El sueldo de profesora de tiempo completo no alcanzaba. Escribía artículos sobre historia natural para el Baltimore Sun y el Atlantic Monthly pero no cubría los gastos. La recomendación de una de sus compañeras le permitió conseguir un trabajo mejor remunerado. Ingresó con un contrato temporal en el Servicio de Pesca y Vida Silvestre de EE UU. Debía escribir guiones educativos durante 52 semanas para un programa llamado “Romance bajo las aguas”, que duraba siete minutos por capítulo. El éxito fue inmediato. Le ofrecieron un contrato por tiempo completo pero ella dobló la apuesta. En 1936 concursó por el puesto efectivo. Lo ganó y se transformó en la segunda mujer trabajadora del Servicio de Pesca de EE UU.
Iniciaba su carrera de bióloga y escritora. Escribía textos y revisaba trabajos de investigación para su divulgación, no solo para los profesionales de la actividad, sino también para el público masivo. Se animó a más. Durante la Segunda Guerra Mundial, ante la dificultad para comprar los alimentos clásicos de la dieta norteamericana, publicó un texto sobre cómo superar las dificultades y reemplazar la falta con alimentos de mar. Promocionó la ingesta de 27 especies de mariscos y pescados, y comenzó a influir en la alimentación de sus compatriotas. Su escritura era precisa y entendible. En poco tiempo la designaron Editora en jefe de Publicaciones del Servicio de Pesca y Vida Silvestre.
Al mismo tiempo, la tragedia se había hecho presente. En 1937 murió su hermana mayor y se hizo cargo de sus sobrinos, además de su madre. Continuó escribiendo artículos sobre la vida marítima y en 1941 recopiló esos ensayos y los transformó en su primer libro, Bajo el viento del mar. Relatos sobre las costas, el océano abierto y la vida en el fondo del mar. Mezcla equilibrada de minuciosidad científica y elegante estilo literario. El éxito comercial fue mediocre. Pero despegaba la literata.
En 1951 tomó una decisión arriesgada: dejar el trabajo rentado y dedicarse a la literatura de lleno. Realizó un último y peligroso viaje al mar -con un permiso especial de su jefe en Washington- frente a las costas de Maine. Lo allí vivido le dio elementos para escribir El mar que nos rodea. Estuvo 86 semanas entre los best sellers y, además, el New Yorker lo publicó en una serie dosificada. En 1952 renunció a su cargo en el Servicio de Pesca. Retornó a Woods Hole y recomenzó sus investigaciones. Una vez más, el drama aparecería en su vida. Murió una de sus sobrinas y Rachel adopto a su hijo, Roger. Eso implicó la mudanza intempestiva de la familia a Silver Spring, Maryland. En 1955 completó su trilogía literaria con El borde del mar. Fue un nuevo éxito.
No obstante, continuó con sus investigaciones. Hacía años que estudiaba los efectos devastadores del DDT y otros pesticidas, consecuencia directa de los experimentos del complejo militar-industrial. En plena guerra, Edwin Teale había denunciado en la revista Nature los trastornos que producía el uso el DDT a la economía de la naturaleza. Años después, la Asociación Médica Estadounidense advirtió sobre la toxicidad de los plaguicidas. En 1957 algunos agricultores de Long Island accionaron judicialmente contra la fumigación del territorio. La Corte Suprema hizo oídos sordos.
Quien escuchó fue Rachel Carson. Escribió un artículo en el Washington Post sobre la disminución de aves por el uso excesivo de pesticidas. Estalló el escándalo sobre los altos niveles de pesticidas en los arándanos. La Administración de Alimentos y Medicamentos no podía responder ante las evidencias de las atrocidades cometidas por la industria química. Se habían encendido las luces del estadio y Rachel estaba con la número diez en la espalda. En 1962 la editorial Houghton Mifflin publicó Primavera silenciosa. La sociedad norteamericana quedó impactada. Los dueños de poder, absortos. Escrito con sencillez, datos precisos y claridad anticipatoria. Éxito comercial, sacudida de la conciencia colectiva y nucleamiento de los integrantes dispersos del incipiente movimiento ecologista.
Los ataques de la industria química, del mundo empresario, de los funcionarios, de la Asociación Nacional de Químicos Agrícolas, de una parte de los científicos e instituciones académicas fueron tremendos: comunista, histérica, fanática del atraso civilizatorio, improvisada, vendedora ambulante del miedo. Y llovieron amenazas de juicios. Rachel se mantuvo incólume, serena, asentada en los datos, didáctica, ganadora con argumentos.
En 1963 la cadena televisiva CBS realizó una entrevista a Rachel en su casa y le opuso a un científico de la American Cyanamid Corporation, Robert White-Stevens desde un laboratorio. La intervención de Stevens fue muy crítica, en un tono catastrófico, acusatorio. Rachel fue racional, ilustró a los televidentes con pasajes de su libro y datos de las investigaciones y conclusiones. Lo vieron 15 millones de personas, muchos no habían leído su libro. Empezó otra historia. La conciencia crecía. El movimiento ambientalista comenzaba a caminar. Ya no serían preocupaciones y esfuerzos dispersos. Se superaría el escalón del conservacionismo. El medio ambiente y la salud pública conectaban.
Ante las evidencias y la magnitud de la polémica el presidente de EE UU, John Keneddy, ordenó una investigación a cargo del Comité Asesor Científico Presidencial. Luego de ocho meses de disputas concluyó que los plaguicidas habían sido examinados para su efectividad pero que no había existido una revisión minuciosa para la seguridad púbica y que se carecía de conocimiento suficiente respecto a los efectos crónicos a lo largo de la vida. Rachel Carson había sido reivindicada a pesar del poder real.
Su cuerpo le venía pasando factura. Le habían detectado cáncer de mama y realizado una mastectomía. El 14 de abril de 1964 se despedía sin reproches, consciente de lo que valía la lucha emprendida. En 1970 se conmemoró por primera vez el Día de la Tierra, con movilizaciones y festivales de rock and roll. Las aulas y las calles del mundo se llenaron de enseñanza y consignas ambientalistas. Ese mismo año se creó en EE UU la Agencia de Protección Ambiental (EPA). En 1972 se prohibió el DDT y otros siete plaguicidas enumerados por Rachel en su libro.
Salú Rachel!! Por tu capacidad para describir las consecuencias de la avaricia del poder sin asustar, con serenidad y un idioma entendible. Por denunciar los riesgos de dañar a la naturaleza sin pensar que somos una pequeña parte de ella. Por anticipar lo frágiles que somos. La pandemia te dio la razón.
Ruben Ruiz
Secretario General