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Efemérides 31 de Diciembre – Marshall McLuhan

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Marshall McLuhan

Un día como hoy pero de 1980 se despedía Herbert Marshall McLuhan, filósofo, profesor, teórico y erudito canadiense que anticipó con notable precisión el advenimiento de internet e influyó ampliamente en la cultura contemporánea por sus estudios sobre los medios de comunicación y la magnitud de sus efectos sobre los procesos sociales.
Nació 1911 en Edmonton, capital de la provincia de Alberta, sudoeste de Canadá. Hijo de Elsie Naomi Hall, maestra y actriz aficionada y de Herbert Ernest McLuhan, agente inmobiliario y voluntario en la Primera Guerra Mundial. En 1916 la familia McLuhan se mudó a Winnipeg, capital de la provincia de Manitoba, en el centro-sur de Canadá.
Las notas de Marshall en la primaria eran bastante bajas, salvo en lectura. Repitió sexto grado y su madre pidió un permiso especial para que cursara séptimo con la promesa de que ella se encargaría de nivelar sus conocimientos. El experimento fue un éxito. Su maestra, Miss Muir, entusiasta de las letras y el lenguaje fue fundamental en el cambio. Marshall quedó prendado a las palabras.
Pero durante esos años crecieron los problemas en la organización familiar debido a la fragilidad de su economía. Su padre se transformó en vendedor de seguros y su madre se inscribió en una escuela de oratoria en la que logró excelentes calificaciones. Su prestigio creció y fueron cada vez más regulares sus giras en las que trabajaba de oradora en las iglesias y de monologuista. Esto implicó un distanciamiento cada vez mayor con su familia. Al mismo tiempo, el padre de Marshall tuvo que hacerse cargo en soledad de la crianza de sus hijos. Se ocupaba de su alimentación y educación, estrechaba el vínculo familiar con grandes caminatas, inventaba pasatiempos y promovía la búsqueda de palabras “raras” en el diccionario. Marshall adquirió el hábito de aprender palabras y saber sus significados, un método que nunca más abandonaría.
Fueron años de inestabilidad familiar, ciertamente dolorosos pero productivos y aleccionadores sobre la condición humana, especialmente de los adultos y de las consecuencias de sus acciones. En 1933 se inscribió en la universidad de Manitoba. Inicialmente, lo hizo en la carrera de ingeniería pero enseguida se dio cuenta se su garrafal error y mutó a las letras. Alcanzó la licenciatura en Letras y un máster en literatura inglesa. Posteriormente, viajó a Inglaterra e ingresó en Cambridge donde se doctoró en 1942 con una tesis sobre un dramaturgo inglés: El lugar de Thomas Nashe en el saber de su tiempo, en la que revisó conceptos sobre la historia de la gramática, dialéctica, lógica y retórica.
En su vuelta a EE UU, trabajó como profesor en la universidad de Wisconsin y en la universidad de Saint Louis donde hizo migas con el jesuita y lingüista Walter J. Ong. En esos años culminó un largo proceso interior que lo hizo convertirse al catolicismo romano, en su vertiente más antigua, más influenciada por los preceptos que por los conceptos.
En 1951 irrumpió con su obra La novia mecánica, folclore del hombre industrial, un estudio de la cultura popular estadounidense donde analizaba artículos periodísticos, anuncios publicitarios, historietas y textos poéticos. Su intención fue reflexionar sobre el significado de esa batería de signos en la vida de la sociedad norteamericana.
Preocupado por la magnitud de la industria cultural y las consecuencias sobre los millones de receptores, argumentó que la indignación y el enojo ya no funcionaban como una herramienta eficaz de confrontación ante dicha maquinaria. Que la diversión (y hasta los ejemplos ridículos) era más efectiva para evidenciar los efectos que producía sobre las personas y ser conscientes de lo que sucedía en forma imperceptible en la vida cotidiana. Fue una alerta temprana.
Sus estudios se basaban en investigaciones directas y en la observación. Primero las evidencias, después las teorías. McLuhan no fue un gran teórico. Fue un gran analista que aplicaba la crítica práctica para develar misterios de los medios y la cultura. Un cinco barrero pero con gran habilidad.
Para él, lo más importante de los medios no era su contenido intelectual sino las formas técnicas de comunicación. Esas formas modelan la percepción humana. Los medios tecnológicos suponen una prolongación de nuestros cuerpos. El libro es la continuación del ojo, la rueda del pie, la electricidad del sistema nervioso. Advirtió con suficiente antelación: “El nuevo medio, el que sea que venga, podría ser la extensión de la conciencia, incluirá a la televisión como contenido, y no como medio”. No fue adivinación sino, producto de sus estudios.
También vaticinó: “Una computadora como instrumento de investigación y comunicación será capaz de aumentar la recuperación de información, hacer obsoleta la organización masiva de las bibliotecas, recuperar la función enciclopédica del individuo y transformarla en una línea privada de comercializables rápidamente personalizados”. McLuhan dixit.
En 1962 publicó La galaxia Gutemberg, obra en la que abordó la preeminencia de los sentidos como herramienta fundamental en los cambios sociales. Más allá del contexto económico, cómo la aparición del alfabeto fonético y su consolidación mediante la invención de la imprenta implicaron la superioridad del ojo (más su inevitable entrenamiento) y determinaron el proceso de destribalización y evolución histórica. Y cómo la aparición de la electricidad y los medios electrónicos implicaron una vuelta de campana a favor del lenguaje hablado, el oído y el tacto y un retorno a un proceso de retribalización con su consecuencia concreta: la integración de la humanidad en una sola tribu global.
En 1964 publicó Entendiendo los medios de comunicación en la que expresó una de sus frases más famosas: “el medio es el mensaje”. Un análisis radical de los cambios sociales, la influencia de los medios en ellos y la forma de reflejarlos. En ambas obras desgranó el concepto de “aldea global”, una descripción cruda del acelerado proceso de interacción humana provocada por el uso de los medios electrónicos y las consecuencias de esta interdependencia en nuestra vida cotidiana.
Fue anticipatoria su frase sobre el poder agobiante del mundo de las redes: “Una vez que hayamos supeditado nuestros sentidos y sistemas nerviosos a la manipulación privada de quienes intentarán beneficiarse a través de nuestros ojos, oídos e impulsos, no nos quedará ningún derecho”.
Toda su obra fue polémica y estuvo basada en una profunda tarea de investigación que no siempre fue bien recepcionada por sus pares. No obstante, es notoria su cercanía y pertinencia con muchas cosas que estamos viviendo. Fueron avisos que nunca excluyeron a la razón como fuente primaria de conocimiento y que introdujeron nuevas herramientas de análisis totalmente actuales.
Hoy vivimos en un mundo cada vez más instantáneo y sumergidos en una catarata de presiones externas que implican una revisión del modo de interrelacionarnos. La vertiginosa velocidad de la comunicación no condice con la pobreza de la mayoría de los mensajes. Es el imperio del monosílabo y de las frases cortas y asertivas. Sin embargo, seguimos siendo el vehículo y los conductores de cualquier rumbo que construyamos. Tenemos la posibilidad intacta de parar la pelota, levantar la cabeza, meter un pase preciso, sorpresivo y definitorio, recuperar el placer de la escritura pensada y de la lectura atenta, darnos un tiempo para reflexionar en busca de mejores caminos comunes.
Podemos ser parte del mundo globalizado y tener identidades claras; ser dueños de nuestro destino para no ser instrumento de la ambición de nadie; sentirnos sujetos de la diversidad sin necesidad de ser objetos de una coexistencia forzada por los poderosos o por los vivos de siempre.
La tecnología nos puede ayudar a vivir mejor o constituirnos en victimas de un nuevo instrumento de dominación. Podemos trabajar menos o ser menos los que trabajen; tener más tiempo para disfrutar o que nos duela el tiempo improductivo; tener más herramientas para cuidar nuestra casa común o degradarla por la avaricia de unos pocos, desarrollar un mundo más justo o, inclusive, más desigual. Habrá que elegir y actuar.
Salú Marshall McLuhan! Por tu empeño en develar cosas evidentes que la mayoría no logramos distinguir con facilidad, por hacerlo de manera entendible, por poner lo obvio en un lugar perceptible, a la vista de todos.

Ruben Ruiz
Secretario General 


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