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Efemérides 02 de Septiembre – Juan L. Ortiz

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El poeta del agua, el sauce y el futuro que se convirtió en un mito de la poesía argentina

Un día como hoy se despedía Juan Laurentino Ortiz, poeta y traductor entrerriano que muchos escritores/as consideran el más grande poeta argentino del siglo XX. En honor a la fecha de su nacimiento se promulgó la Ley 10.909 por la cual se instituyó el Día de la Poesía Entrerriana.
Nació en 1896 en Puerto Ruiz, departamento de Gualeguay, provincia de Entre Ríos. Fue el último de diez hermanos. A poco de su nacimiento, la familia se mudó a Mojones Norte donde su padre era mayordomo de una estancia. Más precisamente, a “la selva de Montiel”, zona boscosa llamada así por lo enmarañado de su vegetación (enredaderas, líquenes, lianas, diferentes tipos de cactus, claveles de aire). Ese paisaje y el cruce con la emigración europea que huía de la guerra y la miseria fueron decisivas en su futura obra literaria.
Cursó los estudios primarios en Villaguay y sus estudios secundarios los realizó en la Escuela Normal Mixta de Maestros de Gualeguay, donde se recibió de docente. En 1913 se trasladó a la ciudad de Buenos Aires. Yiró por conventillos del centro de la ciudad, del barrio de Villa Crespo y, cruzando el Riachuelo, de Sarandí.
Cursó la carrera de Filosofía y trabó amistad escritores, poetas, intelectuales y políticos de la época. Fue parte de la bohemia porteña con bajo perfil. El anarquismo, el comunismo y el socialismo fueron las coordenadas políticas por las que transitó en la vida. Colaboró en los periódicos “La protesta” y “Crítica”.
En 1914 realizó un viaje de polizón a Marsella. Fue breve. La devolución fue inmediata.
En 1915 tomó la decisión de retirarse de la gran ciudad. “No estaba pertrechado para soportarla”, según sus propias palabras. Retornó a Gualeguay, comenzó a trabajar como empleado del Registro Civil y realizó colaboraciones en medios gráficos del Litoral.
Leía a Rilke, Teilhard de Chardin, Mallarmé, Rimbaud, Verlaine, Tolstoi, Proust. Emile Verhaeren. Le interesaban las definiciones de Schopenhauer y abrevó en el mundo de los pensadores chinos y persas. Escribió unos primeros poemas celebrando el triunfo de la Revolución rusa en 1917 como luego lo haría con la liberación de París en 1944. Integró el Comité de Solidaridad con la Segunda República Española durante la Guerra civil y fue denunciante por el asesinato del poeta Federico García Lorca y ante los horrores del nazismo.
En 1924 conoció a Gerarda Irazusta. Se casó y tuvieron un hijo, Evar, a la postre académico y cantante de ópera. Durante los años siguientes siguió desgranando poemas que agrupó y logró editar en 1933 bajo el título de El agua y la noche. Se trató de una tirada de pocos ejemplares financiada por amigos y conocidos lectores cercanos como Carlos Mastronardi, César Tiempo, Cayetano Córdova Iturburu y Ulyses Petit de Murat. El mismo recorrido transitó su segundo poemario, “El alba sube” que publicó en el año 1937.
A partir de allí estableció una mejor forma de organización de sus publicaciones y la necesaria distribución. En 1938 publicó _El ángel inclinado-, relato escrito en verso de la trayectoria imparable de un cochecito con capota con el bebé en su interior que en su bajada arrasaba con todo lo que se interponía.
En la década del ’40 publicó La rama hacia el este, El álamo y el viento y El aire conmovido y consolidó su estilo. Intemporal, balbuceante, de texto fluido, placentera y trabajosa. Evoca a la belleza finalmente triunfante ante lo horrible de las circunstancias que nos rodean, representa al ser humano como un integrante diminuto del paisaje, introduce al mundo natural (en contraposición al mundo humano) como relator privilegiado, invita a cada lector/a a mirar lo bello -cósmico o microscópico- desde su poesía sin dueño, trabaja el texto como un proletario intelectual que transforma el mundo para hacerlo más habitable, no se olvida de la denuncia pero lo hace desde el verso pulido y dentro de un paisaje reconocible.
En 1942 se jubiló y se aquerenció en la ciudad de Paraná. “Para estar más cerca del movimiento, más cerca de la gente…”, confesaría tiempo después. Nacía “Juanele”…
En la década siguiente publicó La mano infinita, La brisa profunda, El alma y las colinas y De las raíces y del cielo. Versos sugerentes más que definitivamente dichos que incitan al lector/a a la búsqueda del sentido, que seducen con el texto escurridizo.
A finales de esa década fue invitado a China y a la URSS, como parte de una delegación de intelectuales argentinos, en plena disputa ideológica. Quedó impactado por la cultura oriental. La contemplación, los caracteres de los ideogramas como expresión de la idea pura, no de la representación intelectual. Conoció a Mao a Chou En-Lai pero también a los trajinados difusores de esa cultura por los infinitos caminos de ese país, conoció la existencia de los haikus (poemas breves de 17 sílabas y los tankas (poemas con versos de 5,7,5,7 y 7 sílabas secuenciales) como así también la economía del agua y la ocupación espacial de las tierras.
A su retorno, Paraná fue su centro de operaciones de bajo perfil. Fue una influencia decisiva en la camada de poetas de los sesenta y setenta como Juan José Saer, Marilyn Contardi, Alfredo Veiravé, Hugo Gola, Mario Medina. Se adentró en el estudio de las culturas china y persa y tradujo a Paul Eluard, Guiseppe Ungaretti, Ezra Pound, Ilarie Voronka, Li Po, Sa-Chin, Mao Tse Tung, Jean Cassou, Luois Aragon, Anatole France, Maurice Maeterlink, Boris Pasternak.
En 1971 la Biblioteca Popular Constancio C. Vigil de Rosario, por iniciativa del editor y poeta Rubén Naranjo, publicó en tres tomos En el aura del sauce, que condensaba la obra poética de Juan L. Ortiz. Los últimos tres capítulos incluyen La orilla que se abisma, El junco y la corriente y El Gualeguay, un extenso poema de 2639 versos que describe los paisajes y narra los sucesos históricos, económicos y sociales que se desplegaron a la vera de ese rio entrerriano que lo acompañó en grandes tramos de su vida.
El 1977 la dictadura quemó los libros de la Biblioteca Popular Constancio C. Vigil en Rosario y el fuego se llevó consigo un cuarto tomo inédito que se perdió para siempre. El hecho produjo un impacto emocional severo en “Juanele” del cual no se sobrepuso, según sus amigos.
Al año siguiente, su cuerpo aflojó y dio paso al mito poético.
No tuvo necesidad de habitar la gran ciudad para crear un estilo que hoy se reconoce y admira. Lo hizo desde la orilla y rodeado de su paisaje.
Flaco, flaquísimo, con su boquilla de caña, su andar paciente, su escritura pequeña, su mirada aguda socia de su pluma indagadora.
Salú Juan L. Ortiz!! Por tus poesías diáfanas y zigzagueantes, por tu crudeza delicada para mostrar la pobreza y las injusticias, por tu invitación a otorgarle supremacía a la belleza y recorrido al futuro sin armazones ni límites.

Ruben Ruiz
Secretario General 


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