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Efemérides 20 de Agosto – Bernardo de Monteagudo

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Mulato orgulloso, revolucionario americanista, mentor y ejecutor de soluciones drásticas

Un día como hoy pero de 1789 nacía Bernardo José Monteagudo, abogado, militar, político, periodista, partícipe de los procesos independistas en el Río de la Plata, Chile y Perú, promotor de la unidad americana y estrecho colaborador de los generales José de San Martín y Simón Bolívar.
Nació en San Miguel de Tucumán. Hijo de la tucumana Catalina Cáceres Bramajo y del español Miguel Monteagudo, dueño de una pulpería. Fue el único sobreviviente de once hijos que tuvo la pareja y vivió una infancia en un ambiente de escasez económica cotidiana. Cursó estudios en Córdoba y luego, gracias a la recomendación de un sacerdote amigo de su padre, continuó en la Universidad de Chuquisaca (Universidad de San Francisco Xavier de La Plata). Fue compañero de estudios de Mariano Moreno, Juan José Castelli, Juan José Paso, Tomás de Anchorena, entre otros. Se recibió de Doctor en Leyes y Teología en 1808 con la tesis: “Sobre el origen de la sociedad y sus medios de mantenimiento”.
Ese mismo año comenzó a ejercer como Defensor de Pobres en lo Civil y escribió Diálogo entre Atahualpa y Fernando VII, un encuentro imaginario entre los dos reyes en el que esboza las primeras ideas de autonomía e independencia de las naciones americanas.
Se incorporó como teniente de artillería en el ejército patriota dirigido por Juan Antonio Álvarez de Arenales y el 25 de mayo de 1809 participó de la insurrección de Chuquisaca contra los abusos de la administración española. Fue el redactor de la proclama revolucionaria. La revuelta fue ahogada en sangre y Monteagudo fue preso en la Real Cárcel de la Corte de Chuquisaca. Estuvo encerrado hasta el 4 de noviembre de 1810 en que se escapó con la ayuda de una mujer que visitaba el presidio.
Se dirigió a Potosí, en manos patriotas, y se puso a disposición del Ejército del Norte comandado por Juan José Castelli, que ya conocía al tucumano. Lo nombró secretario y auditor de guerra. Fue parte de una administración expedita que expulsó de Potosí a 56 poderosos ciudadanos españoles, condenó a muerte a los principales ejecutores de las masacres de Chuquisaca y La Paz y pactó una tregua con los realistas para frenar los enfrentamientos militares. Fue una ingenuidad. Los realistas rompieron el trato y juntaron 8000 hombres para dar batalla en las inmediaciones de Huaquí. La derrota patriota fue total. Monteagudo y Castelli sobrevivieron al desastre y retornaron a Buenos Aires.
El primero fue enjuiciado por su actuación en el Alto Perú pero sin cargos acusatorios en el terreno militar. Estaban más preocupados en castigarlo por las medidas que había tomado: el reparto de las tierras expropiadas a los enemigos de la revolución, la anulación total del tributo indígena, la equiparación de los indígenas con los criollos y la posibilidad de ocupar cargos del estado, la eliminación de la inquisición y la supresión de los títulos de nobleza. Monteagudo se encargó de su defensa; no hubo testigos en contra de la actuación de Castelli. Pero el cáncer pudo más y se lo llevó.
Golpeado por la muerte de su amigo, siguió su camino. Fue nombrado fiscal en el juicio sumario contra el español, ex integrante del Cabildo, Martín de Álzaga que terminó con su fusilamiento y el de otros 40 acusados y desarmó al grupo más vinculado a los intereses españoles en la ciudad. Fue editor de La Gazeta de Buenos Aires pero por un enfrentamiento con Bernardino Rivadavia, renunció. Al poco tiempo, fundó el periódico Mártir o Libre desde donde fogoneó las ideas independentistas. Integró la Sociedad Patriótica, dirigió su órgano de prensa, El Grito del Sud y apoyó el levantamiento del 8 de octubre de 1812 que implicó el reemplazo del conservador Primer Triunvirato por el Segundo.
En 1813 fue elegido diputado por Mendoza para participar de la Asamblea del Año XIII en donde tuvo una notable influencia en medidas claves como la adopción del principio de soberanía popular, el fin del tráfico de esclavos, la abolición de la mita y la servidumbre indígena, la libertad de vientres, la supresión de los títulos de nobleza y los instrumentos de tortura, la eliminación de la inquisición, la libertad de culto, la libertad de imprenta, la adopción de símbolos nacionales, creación de una moneda propia.
Activo integrante de la vida política, apoyó al director supremo Carlos María de Alvear y fundó un periódico, El Independiente, que defendía sus medidas de gobierno. En 1815 Alvear fue depuesto y Monteagudo condenado a una cárcel flotante en el Río de la Plata de la cual logró escapar. Se dirigió a Europa y vivió en Londres, París y Burdeos. Sus ideas fueron virando hacia la monarquía constitucional. Retornó a su patria pero le prohibieron instalarse en Buenos Aires. Se estableció en Mendoza. Fue convocado por San Martín y ocupó el cargo de auditor de guerra del Ejército de los Andes, con el cargo de teniente coronel. Luego de la derrota de Cancha Rayada le ordenaron ser uno de los reorganizadores de las tropas dispersas, aunque su ausencia por cumplir esa tarea desató polémicas y controversias.
Consolidó su amistad con Bernardo O’Higgins y fue su consejero. En enero de 1818 redactó la Proclamación de la Independencia de Chile que se confirmó con la victoria en la batalla de Maipú. No obstante, las divisiones en el campo independentista se agravaron: por un lado San Martín y O’Higgins, por el otro los hermanos Carrera y Manuel Rodríguez. Estos últimos fueron enjuiciados y ejecutados, medida con la que San Martín discrepaba y por la cual Bernardo de Monteagudo, que actuó activamente en los hechos, fue confinado en libertad en San Luis. Pudo regresar a Chile recién en 1820. Fundó El Censor de la Revolución y participó de los preparativos de la Expedición Libertadora al Perú. En 1821 se embarcó en la expedición y fue nombrado auditor de guerra, en reemplazo del fallecido Antonio Álvarez Jonte.
Luego del triunfo sobre los españoles en Perú, el general San Martín lo designó ministro de Guerra y Marina y, posteriormente, de Gobierno y Relaciones Exteriores. De hecho, fue responsable de la administración gubernamental. Ambos pensaban en instalar una monarquía constitucional para evitar una posible guerra civil y establecer gradualmente las libertades políticas. Con ese sentido, Monteagudo redactó el Reglamento Provisional que dividió el país en cuatro departamentos, luego el Estatuto Provisional, que ordenó el poder institucional y tomó sus primeras medidas: abolió el trabajo esclavo, expulsó al arzobispo de Lima, creó la Escuela Normal y la Biblioteca Nacional del Perú.
Seguidamente, confiscó los bienes de los españoles contrarios a la revolución, desterró a miles de ellos y a otros les impidió ejercer el comercio. Demasiados enemigos en muy poco tiempo. La reacción fue furibunda. Los círculos más poderosos de la sociedad esperaron que San Martín se trasladara de Lima a Guayaquil para entrevistarse con Bolívar y nombrara como delegado supremo a José Bernardo de Tagle. Esa movida debilitó a Monteagudo que fue depuesto de su cargo por un golpe de estado y desterrado a Panamá bajo pena de muerte en caso de regresar.
Panamá había declarado su independencia y decidido pertenecer a la Gran Colombia. Monteagudo llegó en ese contexto, estableció relaciones con los independentistas y se comunicó con Bolívar. Se encontró con el libertador venezolano luego de la batalla de Ibarra y coincidieron en sus apreciaciones sobre el futuro continental. Formó parte del círculo más cercano a Bolívar y le encomendaron preparar la reunión de un congreso para discutir la unidad americana. Se dirigió a las Provincias Unidas del Centro de América, se entrevistó con sus autoridades con quienes compartía la visión americanista del proceso de independencia y organizó las bases para discutir los problemas comunes y establecer principios de un nuevo derecho internacional americano.
Regresó a Perú, acompañó a Bolívar en su campaña final por la independencia de ese país con el grado de coronel y, luego del triunfo definitorio en Ayacucho, ingresó a Lima nuevamente. También había cosechado enemigos dentro del círculo íntimo de Bolívar, especialmente su secretario, el republicano José Sánchez Carrión, que desconfiaba por su inclinación hacia la monarquía constitucional.
Monteagudo recibía amenazas pero las ninguneaba. El 28 de enero de 1825 fue apuñalado en las calles de Lima por Candelario Espinosa, aserrador, en complicidad con Ramón Moreira, esclavo y cocinero. Dos pobres habitantes limeños. Siempre arguyeron el robo como motivo del asesinato aunque Monteagudo no había sido despojado de sus pertenencias. Bolívar quedó conmocionado por el crimen y juró venganza. Espinosa pidió hablar con el libertador a solas para confesar quiénes eran los autores intelectuales a cambio de conmutar su pena de muerte. Nunca se supo lo sucedido en esa reunión pero Bolívar cambió la pena por una menor y dispuso el traslado de los reos a Colombia.
Unos meses después Sánchez Carrión, uno de los posibles instigadores del crimen, apareció envenenado. Al poco tiempo su posible envenenador también fue encontrado sin vida.
Hechos menos conocidos de nuestra turbulenta América. De esa historia también venimos…

Ruben Ruiz
Secretario General 


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